Alberto Palacios Lázaro

Alberto Palacios Lázaro


La hora ha llegado

23/03/2024

Sobre la mesa, junto al café y a la tostada, el inabarcable pastillero. Cada visita al médico, últimamente, se traduce en una nueva cápsula para la colección. Dice que eso es bueno. Que es porque saben qué le pasa. De fondo, la radio. Como siempre. Porque el silencio es demasiado ruidoso como para aguantarle el pulso a esta edad. Lo que no ha perdido es el hormigueo del estómago. Más de 80 años después, sigue con los nervios a flor de piel. Dice que también es bueno. Que peor sería no tenerlos. Aunque el despliegue es discreto, necesita hacer varios viajes a la cocina para recogerlo todo. Las piernas ya no funcionan igual, la espalda no es la misma. Y pocas formas peores de empezar el día que barriendo algunos pedazos de porcelana. El sol se cuela por el salón, se puede poner esos zapatos que guarda como oro en paño. Se lleva la radio hasta el baño. Se quiere arreglar más de lo habitual. Cremas, rulos, maquillaje, pintalabios. La blusa de los domingos, aunque no lo sea. Con pasos cortos, pero felices, sale a la calle. Hace todos los recados a ritmo de piropos. Hoy es su día y todo el mundo se ha dado cuenta. Vuelta a casa, vuelta a la radio que los fantasmas espanta. Enciende los fogones y se prepara un homenaje. Porque quiere, porque puede y porque no sabe cuál será el último. Recoge las sobras, de nuevo, por tramos. Asegurando. Porque quién se quiere poner a barrer un plato roto con el pelo cardado, el rímel echado y el corazón emocionado. Demasiado banquete para un estomago tan anudado. Jamás había reparado en lo estridente que suena el segundero del reloj del salón cuando se tiene prisa. Fantasea con poder adelantar las manillas y que el mundo acepte el trato. Una película de romanos ha hecho más llevadera la espera. 
La hora ha llegado. Conquista el trozo de acera desde donde siempre le espera. Pronto deja de estar sola, y sin radio. Los vecinos se arremolinan a su alrededor. Mira hacia al fondo de la calle. Una cruz de guía asoma. La misma cara que aparece en la estampita de su mesilla de noche viene a verle, andando sobre un paso. De pronto, su padre le sostiene en brazos para que pueda ver sobre ese mar de cabezas. Suelta el bastón y agarra la mano de su madre, que le arregla la túnica. ¡El paso avanza! Vuelve a ser esa arrebatadora morena con novio cofrade al que le dijo «sí quiero» ante la mirada de Ella. ¡Avanza el paso! Coge el bajo de la capa a su niña. Igual de morena, igual de arrebatadora. ¡El paso avanza! Viste a sus nietos nazarenos. «Sin estas torrijas no os vais». Al fin, se pone a su altura la que estuvo con ella en las alegrías, en tantas otras penas, en las madrugadoras e injustas despedidas. De pronto, nada duele. Le sobra el bastón y las pastillas. También ésto es lo que está a punto de empezar.

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