Ruinas de Santa Eulalia, una puerta con historia

T.G. /J.M.I./ L.C.
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Era la iglesia parroquial del poblado conquistado por cristianos

Ruinas de Santa Eulalia, una puerta con historia

Resultó profético Clemente Sáenz Ridruejo cuando en 1986, tras fotografiar la ermita de Santa Eulalia y dejarnos esa imagen como testigo, anunció que si nada se hacía en ella, pronto se arruinaría la techumbre del ábside y se convertiría en un majano. Tenía razón, la ruina avanza hacia un majano.

Olvidada entre zonas de cultivo y alejada de toda vía de comunicación, esconde sus restos esta austera ermita. No resulta fácil dar con ella. Se halla a unos 15 kilómetros al suroeste de Soria. Hay que desplazarse por Carbonera a Villabuena y, desde allí, acertar con el camino de concentración asfaltado que une esta población con Camparañón, transitarlo, y a unos 2,5 kilómetros, donde se separan, o unen, los términos de ambas poblaciones; aunque en el término de Villabuena, un tanto alejada del camino, se encuentra la ermita de Santa Eulalia u Olalla, a la que, al parecer, en la zona se la conoce como la Santa. Y la Santa, Santa Eulalia, fue una mártir de Emérita Augusta, actual Mérida, a la quien su fe cristiana condujo a la muerte. Eulalia significa «la bien hablada». En tiempos de Diocleciano, se dictó una orden según la cual no se podía adorar a Jesucristo; esta muchacha, de familia patricia, de tan sólo doce años, defendió ante las autoridades su derecho a hacerlo y este fue el motivo de su martirio. Más de seiscientos lugares de España y Portugal llevan este nombre con sus variantes, y hasta este páramo perdido llegó la devoción a esta figura, posiblemente copiando la versión que de ella se tiene en Cataluña.

Villabuena y Camparañón se encuentran al Sur de los Altos de Zorraquín y al Norte de la Sierra de Inodejo. El nombre de Camparañón es prerromano y su significado podría ser el de campo de arañones o endrinas. Sin embargo, la primera evidencia de que allí hubo una población es del siglo XIII. Llegó a rondar los 200 habitantes en el siglo XIX. Villabuena debió tener una población parecida. En el siglo XIX ambas localidades se constituyeron en municipios constitucionales y, tras pasar por los períodos dictatoriales de Primo de Rivera y Franco, a finales del siglo XX, se integraron en el municipio de Golmayo, ya con una población disminuida a 33 personas, en el caso de Camparañón y 46 para el de Villabuena. 

El edificio fue en su día la iglesia parroquial de un poblado conquistado por los cristianos y asentado en la margen derecha del arroyo Chorrón, en una ladera meridional y protegido de los vientos gélidos. Este territorio, en el que no abundan las gentes, es líder provincial en despoblados medievales. Quizás por este motivo los investigadores no se han puesto de acuerdo a qué despoblado protegió con sus rezos la parroquia de Santa Eulalia, aunque nuestra preferencia se incline por el de La Velilla. De todas formas, la ermita de Santa Eulalia es la que es. Del poblado sólo quedan montones de piedras esparcidas, testigos mudos de la vida que un día floreció en el lugar, y que ayudan a imaginar un poblado de unas veinte casas presididas por esa pequeña iglesia con advocación a Santa Eulalia. Todavía hoy, con algo de imaginación, podemos reconstruir una calle principal, que saliendo desde la orilla del arroyo, pasaba al lado de la iglesia y abandonaba el pueblo en dirección norte.

Dominando el lugar se levanta esta pequeña ermita románica, que estaba precedida de un atrio con muro de mampostería menuda, con acceso a través de lo que parece una pequeña rampa, que hoy todavía podemos intuir. El edificio fue construido en hiladas de mampostería menuda y mucho mortero, con esquinas reforzadas con sillares. La iglesia, típico ejemplo del románico rural soriano, es de una única nave, cubierta con techumbre de madera, un presbiterio recto, y un ábside poligonal, obra del último gótico. Esta cabecera ya se ha abierto al cielo, y el resto, si nada se hace, pronto lo hará, pues su estado es de ruina inminente. La separación entre la nave y la cabecera está presidida por un arco triunfal, también reformado y en el que se han reutilizado sillares del primitivo románico, así como las antiguas impostas. El arco tan cerrado, como muchos que vemos en la comarca, crea la sensación de iconostasio. La pequeña ventana de aspillera, abierta en el muro meridional del presbiterio, parece también deudora de los materiales románicos. En el ábside todavía podemos ver, si bien oculto por las ruinas de la techumbre, el arranque de lo que fue el altar de obra, que estuvo presidido por un pequeño retablito en el que reinaba la Santa y que hoy se aloja y cubre, de momento, en la ermita del Santo Cristo del Amparo o del Barronava.

Sólo dos ventanitas iluminaban el interior: la aspillera del presbiterio y la adintelada del muro de poniente, que está alineada con el ábside para que el creyente pudiera orar viendo la imagen de la Santa. Por ella, y con ayuda de una escalera, los niños, pues entonces los había, se colaban a jugar con la Santa, y encontraban en su interior un lugar aseado, limpio, con libros, con retablos y una gran pila bautismal.

La portada se abre en el muro sur con arco de medio punto doblado y liso, apoyado sobre una imposta con jambas de arenisca escalonadas que sirvieron a los lugareños para el afilado de navajas y cuchillos. Antaño estuvo protegida por un portalillo, hoy arruinado, cubierto a dos aguas, con muros de piedra y madera. En él se protegían pastores y labradores cuando el cielo los sorprendía con alguna tormenta. En la puerta, que todavía se conserva, se pueden leer los nombres de quienes quisieron inmortalizar, de alguna manera, su humilde presencia en el austero edificio. Historias de personas del siglo XX han quedado grabadas en su madera, y han convertido la puerta en patrimonio histórico de Villabuena.

Al exterior, la nave conserva su cornisa achaflanada original, sustentada por canecillos simples y otros de curiosa decoración; de ellos destacamos el que representa una máscara humana con cuernos, otros con cruces incisas y numerosos en forma de falos, que hacen de esta ermita uno de los enclaves a visitar dentro de una posible ruta del románico erótico en Soria, acompañando a las localidades de Ágreda, Ágreda, Ledesma, Tozalmoro, Villaciervitos, Concatedral de Soria, Boos, etc. Sin embargo, en el testero tardo gótico se optó por una cornisa lisa en caveto sin la sujeción de los canes.

Todavía hay quien recuerda en Villabuena acudir a la ermita en procesión en la celebración de festividades y algunas familias, continuando la tradición, siguieron, durante un tiempo, bautizando allí a sus vástagos. Hoy es imposible, la pila bautismal románica que presidió esos bautizos se esconde en la ermita del Santo Cristo del Amparo, y anda, la pobre, muy deteriorada por el paso del tiempo, y el poco tiempo que a cuidarla le han dedicado. 

Las fotografías aéreas de 1956-57, así como las de la Fototeca Digital nos ilustran del progresivo abandono del lugar. Poco a poco el cometido de esta iglesia ha ido rebajando su categoría hasta llegar en algún momento a ser majada, y hoy, ni eso.

Desde estas líneas, queremos dar luz a la situación de abandono en la que se encuentran las ermitas de la Santa y del Santo Cristo del Barronava; las dos precisan de una intervención. En la del Santo, la última reparación se realizó por hacendera en 1973 (para entonces ya custodiaba la pila románica y el retablo de Santa Eulalia) y hoy, casi cincuenta años después, necesita una rehabilitación para poder conservar la techumbre y que no corra la misma suerte que la de San Bartolomé.

Teresa García López es licenciada en Geografía e Historia y José María Incausa Moros y Luis C. Pastor Laso son profesores jubilados de Geografía e Historia del IES Antonio Machado