La pandemia del coronavirus ha hecho que la gente se replantee la vida en las grandes urbes. Ahora más que nunca se valora la calidad de vida de los núcleos pequeños, la seguridad de los entornos abiertos, la comodidad de una casa con jardín y las ventajas del medio rural. Como consecuencia, vivir en un pueblo se ha convertido en primera opción para muchas familias y la Soria Vaciada empieza a interesar a nuevos pobladores, lo que ha disparado la demanda de vivienda rural. En enero, el 34,7% de las búsquedas de vivienda en venta que se realizaban en Soria eran sobre municipios de menos de 5.000 habitantes, mientras que en los últimos meses ese porcentaje ha aumentado por encima del 40%, según un informe del Idealista. El portal inmobiliario Fotocasa registró un aumento de un 46% en las búsquedas de fincas rústicas durante la cuarentena, y esta tendencia ha continuado, según apuntan inmobiliarias locales, proyectos de repoblación y los propios ayuntamientos, donde a diario atienden decenas de solicitudes de familias con intención de mudarse.
Hay un «evidente cambio de tendencia», admiten la mayoría de los alcaldes consultados, que trabajan sin descanso para dar alternativas a esta nueva demanda. Pero esta nueva filosofía de vida no es el único efecto que ha dejado la pandemia en el medio rural. Hay otro, tan importante -o más-. Es el efecto ‘segundas residencias’.
segundas residencias. Las segundas residencias se han convertido en primeras para los urbanitas que tienen la opción de teletrabajar y para los jubilados que pueden eludir el regreso a su residencia habitual en la ciudad. Muchos de los que antes solo pasaban el verano o apenas quince días de vacaciones en el pueblo, este año llegaron antes (algunos incluso pasaron el estado de alarma ) y se irán más tarde. El verano ha sido el más poblado que se recuerda y se aventura un otoño más «vivo» que nunca, felicitan algunos regidores.
La tendencia, no obstante, no es homogénea ni equilibrada en todo el territorio. El déficit de servicios básicos, el complejo mercado laboral actual y, sobre todo, la escasez de vivienda disponible y la falta de Internet dificultan a las familias poder iniciar una nueva vida en algunas zonas de Soria por lo que, coinciden los alcaldes, «los deseos y el interés, muchas veces, no se llegan a materializar».
El campo de Gómara y algunos municipios del Valle, Tierras Altas, el sur de la provincia y la Ribera es donde más ha aumentado la demanda de vivienda para alquiler o compra pero, también, la solicitud de licencias de obra de rehabilitación (para adaptar las casas al invierno o para adecuar viejas propiedades familiares). Todo ello tiene ya su efecto en el padrón de algunos municipios como Almarza, Villar del Río, Arcos de Jalón o El Burgo, donde han experimentado un crecimiento poblacional nunca visto en plena era de lucha por la repoblación. Hay movimiento también, pero más tímido y desigual, en la zona de Almazán, el Izana, el Moncayo y algunos núcleos de Pinares.
«Dos llamadas al día». La alcaldesa de Almarza, Ascensión Pérez, asegura que el efecto COVID se ha notado «una barbaridad» y apunta un dato para evidenciarlo: «Todos los días recibo una media de dos o tres llamadas» de personas interesadas en trasladarse al municipio. El pasado domingo recibía a sus últimos nuevos pobladores, «una familia con dos niños». Lamentablemente, la demanda supera con creces la oferta de vivienda disponible en el municipio y en sus nueve núcleos de población adscritos, por lo que el Ayuntamiento trabaja ya para reparar dos viviendas municipales y ponerlas a disposición de nuevos vecinos. Es una solución pero, admite la regidora, no es suficiente, por lo que hace un llamamiento a los propietarios particulares para que faciliten el alquiler o venta de las viviendas que no habitan.
A las nuevas familias sin vinculación con la zona que han llegado se suman «las segundas residencias que han convertido en primeras» y «gente que ha alquilado casas para vivir en Almarza o sus pueblos pedáneos». El resultado de todo ello se aprecia ya en el padrón que, a pesar de las bajas, ha conseguido sumar 38 empadronados desde febrero.
«cuatro familias nuevas». En Tierras Altas el movimiento poblacional varía. En San Pedro Manrique el censo se ha engrosado en «cerca de 50 personas» en los últimos meses, si bien su alcalde, Julián Martínez, vincula más este dato a «otras actuaciones» y a «relaciones laborales» que al efecto de la pandemia.
En Villar del Río, sin embargo, tienen claro que el efecto COVID-19 está detrás de los quince empadronamientos que ha logrado sumar el municipio desde que comenzó el año. En concreto, han llegado «tres familias jóvenes» desde marzo y se espera a una cuarta para octubre, según anuncia su alcalde, Miguel Ángel López. Es un balón de oxígeno para este municipio de Tierras Altas donde, según el último censo del INE de 2019, había 139 empadronados. «Es gente joven, con hijos y con ganas de hacer cosas», felicita el regidor, que apunta que «algunos van a teletrabajar desde aquí, otros se van a emplear en el ayuntamiento o en embutidos La Hoguera, y otros buscan trabajo».
Como en buena parte de los pueblos de Soria, también en Villar se topan con la falta de vivienda como principal freno a sus ganas de repoblar. Las cuatro viviendas municipales estarán ocupadas en octubre y «a nivel particular no hay casas en alquiler», por lo que están «tratando de buscar una solución, según cómo evolucione la situación».
desde marzo, más gente. En la comarca vecina del Valle el incremento poblacional se notó ya durante el estado de alarma y todavía se mantiene. Eso sí, en este caso está vinculado principalmente a segundas residencias que se han convertido en primeras para tratar de escapar de la ciudad durante la cuarentena y durante los rebrotes posteriores. «Hay gente que está desde marzo y todavía sigue», indica el alcalde de Valdeavellano de Tera, Amancio Martínez, quien calcula que, «por la pandemia, es posible que haya más de 50 personas viviendo desde marzo, a mayores de los habituales». Es «gente relacionada con el pueblo» que ha prolongado su estancia habitual en el pueblo (generalmente limitada a los meses de verano) pero que no ha cambiado su empadronamiento, lo que explica que el padrón se mantenga en cifras «dentro de la normalidad», oscilando «entre los 190-210» empadronados.
También han detectado en el Valle «interés de gente nueva que ha estado viendo casas, que pregunta para quedarse y poner su negocio...» e incluso han recibido correos desde Argentina y México «para ver las posibilidades de arraigo en la zona» pero, admite Martínez, también allí se topan con el problema de la vivienda, ya que «las del ayuntamiento están todas alquiladas» y las libres «o exigen mucha inversión porque necesitan una reforma integral o tienen un precio elevado».
«una tendencia nunca vista». En el campo de Gómara están gratamente sorprendidos por el efecto que la pandemia ha provocado, de forma indirecta, en su eterna batalla contra la despoblación. En este desierto demográfico «nunca» habían vivido «algo así». «Hay un claro interés de gente de fuera que quiere comprar o alquilar casas en Gómara. Estamos ilusionados y, si conseguimos que lleguen seis o siete familias, ya nos damos con un canto en los dientes. Somos conscientes de la realidad pero por lo menos lo vamos a intentar», anuncia su alcalde, Juan Carlos Gonzalo, quien reconoce que recibe «llamadas continuamente» e, incluso, «visitas» de gente que viaja «directamente para ver las opciones». Entre los interesados, matiza, «hay de todo, los nacionales buscan sobre todo segundas residencias y, algunos extranjeros, primeras».
También allí el principal problema para poder acoger ya a estos nuevos pobladores radica en la falta de vivienda. Todas las disponibles «son particulares», por lo que el alcalde ha iniciado «una especie de bolsa de vivienda» que pretende facilitar la conexión entre los propietarios interesados en vender y alquilar y los posibles compradores o inquilinos.
«Es un proceso complicado y lento porque el ayuntamiento ni dispone de vivienda, pero vamos a tratar de facilitarlo así», justifica Gonzalo, que tiene previsto compartir esta iniciativa con los alcaldes de la zona para tratar de beneficiar a toda la comarca. «Hay gente que quiere en Gómara porque es el pueblo cabecera que concentra los servicios (hay comercio, centro de salud, colegio, veterinario, bares...) pero a algunos no les importaría un pueblecito de alrededor, por lo que vamos a tratar de trabajar conjuntamente», apuesta.
La llegada de nuevos pobladores es el reto pero también en Gómara la COVID-19 ha llenado las segundas residencias y este verano el incremento de población ha sido «muy por encima» de años pasados. «Ha venido gente que hacía años que no venía, gente que ha conocido el pueblo por primera vez y que ahora quiere comprar casas en cualquier estado y, también, extranjeros interesados en instalarse aquí», resume el regidor.
jóvenes empadronados. En el pueblo vecino de Almenar, su alcalde, Amancio Gallego, se ha estrenado esta legislatura en el sillón de mando pero suma ocho años como concejal y reconoce que «nunca había ocurrido esto». Alude al «interés» registrado en los últimos meses por hacerse con una casa en el municipio. Se trata, «sobre todo, de gente relacionada con el pueblo», siendo los casos sin filiación con Almenar «minoritarios».
«Ha venido gente que hacía años que no venían, hemos notado que se han hecho reformas para adecuar varias viviendas y vivir aquí el invierno, y hay movimiento de compra-venta de casas», resume. De las once unifamiliares que se construyeron hace más de una década en la entrada del pueblo, se han conseguido vender este verano varias tras años sin ocupar. «Aquí siempre nos hemos quejado de la soledad del pueblo y ahora nos hemos dado cuenta que eso es garantía de seguridad», justifica el alcalde de Almenar, quien admite que todo este movimiento puede ser momentáneo por la pandemia y por ello aboga por «afianzar de forma real» a esos nuevos pobladores «para que decidan quedarse en el pueblo».
El efecto COVID ha tenido su repercusión también en el padrón, si bien en este caso no se ha traducido tanto en un aumento como en un cambio de perfil. «Ha aumentado algo y ahora estaremos en los 250 pero lo que hemos visto que no es habitual es que se ha empadronado gente joven, y la pandemia igual ha ayudado un poco en ese sentido», considera Gallego. Ha pasado tanto en Almenar como en los barrios, apunta.
La pandemia ha demostrado que el medio rural ofrece alternativas de vida para los jóvenes pero, advierte el edil, es necesario mejorar la conectividad rural para favorecer así el teletrabajo. «Aquí el 4G bien implantado sería fundamental para dar un impulso, porque la gente se ha dado cuenta que en los pueblos se vive bien y que el confinamiento en Madrid, Barcelona, Zaragoza... ha sido muy duro».
A pesar de estos datos, los alcaldes coinciden: es pronto para saber si este acercamiento a los pueblos es algo temporal o la nueva realidad del mundo rural que ha venido para quedarse.