La vida en un pueblo 'vaciado'

Ana I. Pérez Marina
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La densidad de población de la provincia de Soria es de 8,56 habitantes por kilómetro cuadrado, pero en muchos núcleos rurales no llegan ni a 1,5

La vida en un pueblo 'vaciado' - Foto: Eugenio Gutierrez Martinez.

Las cifras demográficas sorianas ocupan, una y otra vez, titulares de informativos de televisión, páginas de prensa, ensayos e informes de catedráticos, estadísticas puras y duras... incluso estrategias para combatir la despoblación. Todavía más desde la exitosa Revuelta de la España Vaciada el pasado domingo 31 de marzo. Un día que, sin duda, pasará a la historia. Para refrescar la memoria, volvemos sobre ello: la densidad de población en el conjunto de la provincia es de 8,56 habitantes por kilómetro cuadrado, pero en muchos núcleos rurales no llegan ni a 1,5. Pensamos en visitar pueblos con muy pocos residentes habituales (otra cosa bien distinta son los censos), tarea fácil en un territorio en el que 116 de sus 183 municipios tienen menos de 100 habitantes. Lo evidente es acercanos a la comarca de Tierras Altas, con una media de dos habitantes por kilómetro cuadrado, y el exponente de la despoblación soriana. Pero la realidad de muchos pueblos en otros enclaves de la geografía provincial no es muy distinta. Así que optamos por bordear un ruta que abarque tres comarcas, entre las que tampoco hay tantas diferencias. Arrancamos en dirección al Campo de Gómara, con la intención de parar en Aldealpozo, un pueblo atravesado por la N-122, que demuestra que estar bien comunicado por carretera no significa estar más poblado. Antes de ir hablamos con la alcaldesa, María Luisa Morales, y nos advierte de que quizás no encontremos a nadie en el pueblo. Durante todo el año hay solo dos casas abiertas y en el pico más alto del verano solo alcanzan la decena. La regidora recuerda cuando a principios de los años ochenta su familia se trasladó a Soria, en el momento en el que los hijos habían terminado la educación básica y tenían que seguir estudiando. «Las tierras  se siguen llevando, aunque no se viva allí», explica. Recuerda cuando el pueblo tenía no solo escuela, también farmacia, veterinario, cuartel... incluso cuando paraba el tren de la línea Soria-Castejón. «Pero la gente de los pueblos se fue marchando» y estas poblaciones fueron desapareciendo, a pesar de no quedar lejos de la capital, en el caso de Aldealpozo a 29 kilómetros de Soria y a 21 de Ólvega, un municipio como el olvegueño que cuenta con todos los servicios. Ontalvilla de Valcorba, Arancón, Calderuela, Fuensaúco, Villar del Campo... son  otros pueblos del entorno y entre todos en cuanto suman poco más del centenar de personas censadas, que no residentes.

Tuvimos suerte en Aldealpozo [que tiene 1,52 habitantes por kilómetro cuadrado contando con los 18 empadronados] y coincidimos con Sergio e Izaskun, una pareja que ha apostado por vivir en el pueblo paterno de él, aunque habían veraneado en el cercano Esteras de Lubia. Ni se plantean trasladarse a una ciudad, ni a Soria, ni a Bilbao, de donde viene Izaskun y donde sigue trabajando.

Continuamos el itinerario por esta carretera nacional, otra de las grandes olvidadas por las administraciones y que urge su conversión en autovía hasta Tudela. Y paramos en Matalebreras, aunque nuestro siguiente destino está a solo 2,5 kilómetros. Matalebreras tiene, según el Instituto Nacional de Estadística, 63 habitantes, 1,27 por kilómetro cuadrado. Cuenta con tres establecimientos de hostelería y siete pequeñas empresas, un salón social, espacios de recreo para mayores y niños... el pueblo tiene más vida que otros. Desde allí nos desplazamos hasta la única pedanía de Matalebreras, a Montenegro de Ágreda, donde hemos quedado con Tita. En esta aldea, de siete habitantes censados, habitualmente están dos casas abiertas, la de Tita y su marido Jesús, y la de Marisol. Con Marisol hablamos por teléfono el día anterior y nos cuenta que vive allí, pero pasa el día entero en Noviercas trabajando. En este «pueblo juguete», como lo define Tita, nos encontramos con una iglesia fortificada de origen románico con elementos góticos, dedicada a Nuestra Señora de la Blanca. Siempre ha sido una pequeña población, con una veintena de casas y una decena de alumnos en la escuela a mediados del siglo XIX, tal y como puede leerse en la web del Ayuntamiento de Matalebreras. La localidad se encuentra enclavada en la comarca del Moncayo, aunque tan solo la separan 18,3 kilómetros de Aldealpozo, municipio considerado del  Campo de Gómara.

Castilruiz, Fuentestrún, Trévago, Valdelagua del Cerro... son otros núcleos muy próximos a Montenegro, el más poblado el primero, Castilruiz, con 169 censados.

Nos dirigimos a Magaña por la SO-630. Entre Montenegro de Ágreda y Magaña, ya en Tierras Altas, hay 12,8 kilómetros con unas cuantas curvas. Hemos quedado con el alcalde, Fernando Marín, para que nos cuente, fundamentalmente, cómo está el pueblo de conexión a internet y de cobertura telefónica después de que durante un año disfrutaran del servicio gratuito de Hispasat tras ganar un premio convocado por la operadora. Mientras llega esperamos en el nuevo centro social, que aún está de remates, y que ofrecerá servicio de hostelería, además de emplear a una familia que se asentará en la localidad. Hablamos de la vida en los pueblos y de todo en general con Armando, que atiende la barra, con Juan, el de Fuentes de Magaña, y con otro Juan, el que llegó a trabajar a Magaña hace años y se quedó. Carreteras, cobertura telefónica, empleo, ganadería extensiva, turismo, olvido político de toda una provincia, la manifestación del domingo... ellos saben mucho de la España Vaciada, más que los expertos que abordan planes y estrategias salvadoras de los territorios despoblados, y bastante más que los tertulianos más mediáticos. «¿Por qué no se pregunta a los alcaldes por las medidas necesarias?», plantea poco después el regidor de Magaña, que de mantener un pueblo vivo también sabe un rato tras veinte años al frente del Ayuntamiento.