El Cantar de mio Cid siempre ejerció en él una absoluta «fascinación». De niño y adolescente recorrió caminos por los que se abrió paso al destierro Rodrigo Díaz de Vivar, un entorno aún impregnado de esa figura épica que en el Cantar alcanza también una dimensión tremendamente lírica, de ahí su gran valía, sostiene. En su última novela el escritor y periodista Antonio Pérez Henares (Bujalaro, Guadalajara, 1953) recupera el mito del Campeador pero desde otra leyenda, la de quien narró sus aventuras y desdichas en El juglar. La voz del Cantar de mio Cid, una obra en la que la literatura y la historia van de la mano y en la que la provincia soriana ocupa un lugar esencial.
El paisaje de Soria, le salió al encuentro a Antonio Pérez Henares en una novela en la que trata de arrojar luz sobre el gran misterio que, casi 900 años después de aquella primera lectura pública de la que se tiene constancia, en presencia del rey Alfonso VIII, en el monasterio cisterciense de Santa María de Huerta, sigue sin resolverse: la autoría de la que, el escritor y periodista colaborador de El Día de Soria, considera la obra fundacional de la literatura española.
Son muchas las teorías en ese sentido, pero muchas de ellas, incluida la del gran filólogo y folclorista Ramón Menéndez Pidal, señalan el gran conocimiento que el autor (o autores) del Cantar tenía de la geografía y toponimia de las tierras de Medinaceli como indicio de que podría ser oriundo de la zona. Es justo la que comparte Pérez Henares, cuyas raíces alcarreñas no están lejos de una Soria que, asegura, ha redescubierto (y disfrutado) siguiendo los pasos del Campeador.
El libro, de hecho, está dedicado a su primo Jesús que, al volante, le acompañó en un ameno recorrido en coche con primera parada en Medinaceli y que prosiguió también por localidades como Rello, Osma, Berlanga de Duero o la propia capital soriana. Pero serían aún más decisivas en la propia ficción de su novela Gormaz y Santa María de Huerta. Esos paisajes fueron «esenciales» en la vida de Cid y también para esta novela, que sigue la estela de una saga de juglares, «los grandes cronistas de aquella época», apunta, en períodos de tiempo concatenados. De un juglar cazurro, los que se ganaban la vida de pueblo en pueblo, a los que amenizaban las cortes más modernas de Europa hasta acabar en un trovador reconvertido en el mítico Per Abbat, compilador, copista o autor de buena parte del Cantar, «en pecados, clerecía y juglaría van a la par», destaca el propio personaje en la obra.
La ficción llena en esta novela los huecos que deja la única certeza histórica que hay en torno a este personaje: la firma del primer texto que se conserva del Cantar en mayo de 1207. En este sentido, Pérez Henares juega a lo largo de toda la novela con dos leyendas, la del Cid y la del propio autor o autores de esta obra con la que, en su opinión, comienza la novela en España.
Pero también el paisaje ha tenido un papel decisivo en El juglar. Contemplando la imponente silueta de la fortaleza de Gormaz, de la que el propio Rodrigo Díaz de Vivar llegó a ser alcaide, Pérez Henares creó uno de los personajes femeninos más importantes del libro, la halconera, un rol al que ha prestado su pasión por la cetrería. «De chaval, con 15 o 16 años, fui muy aficionado y tuve un halcón amaestrado», relata. La halconera de Gormaz, que acabará siendo la esposa del segundo juglar protagonista de la historia, «me la dio el paisaje», asegura el escritor. Tampoco, insiste, pudo resistirse a crear un escena de amor «a la orilla del Duero». El juglar. La voz de mio Cid es, sin duda, una «intensa, viajada», atestigua.
«Abrir ventanas». Uno de los objetivos de la obra es, de hecho, «abrir múltiples ventanas a lo que pudo ser la vida en la Edad Media» a través de una serie de personajes que son ficción, pero que quedan enmarcados en escenarios, personalidades y hechos históricos en torno a la construcción de lo que vendría a ser una gran obra de propaganda política. Porque, como recalca Pérez Henares, la compilación, copia o redacción de El cantar de mio Cid llegó en un momento en el que Castilla no vivía su mejor momento con reinos vecinos y era necesaria una leyenda, un mito al que aferrarse, nuevos bríos. De ahí que los afrentadores de las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol (en realidad se llamaban María y Cristina; «El Cantar tiene tal fuerza que se impone al Cid histórico», puntualiza Pérez Henares), sean leoneses, por ejemplo.
Lo que Pérez Henares tiene claro es que la parte correspondiente al destierro de Rodrigo Díaz de Vivar debió componerla alguien que acompañó al Campeador entonces. «A mí me suena que quien hizo aquellos versos, debió estar ahí».