Pertrechado con una discreta cámara y un «hola, buenos días», el fotógrafo José Antonio Díaz salía cada mañana 'de caza' por Chueca, Malasaña, Antón Martín y la plaza Mayor, los dominios del barrio madrileño en el que reside, con el propósito de retratar a las personas que llamaran su atención y la (verdadera) misión de vencer su pertinaz timidez. El resultado, Desconocidos, ha visto la luz en formato libro con alrededor de 50 de estos retratos realizados los últimos cinco años con los que el soriano ha compuesto, ante un fondo uniforme, un mosaico de muchas vidas inmortalizadas en, como mucho, 20 segundos y «tres, cuatro, cinco» disparos fotográficos, siempre con el mismo objetivo de 50 milímetros, ese que al principio de su trayectoria como fotógrafo y fotoperiodista se le 'atragantó' y que, hoy por hoy, considera uno de sus favoritos.
Lo intentó en otras zonas de la capital madrileña, pero al final tuvo que centrar 'la caza' en su barrio para encontrar los personajes más auténticos, bizarros y originales de ese Madrid, entre galdosiano y almodovariano, rostros anónimos de esa ciudad asombrosamente popular, humilde y acogedora para gentes de toda condición, aunque, como muchas otras grandes urbes, también «muy dura». Ha tenido mucha suerte, confiesa el fotógrafo. «El 90% de las personas a las que pedí fotografiar me dijeron que sí sin preguntar para qué», detalla. Siempre buscaba un mismo fondo neutro y uniforme. Siempre deambulaba por las calles a primeras horas de la mañana. «Si el lugar no me gustaba o la luz no era la apropiada, los seguía un poco hasta que encontraba lo que buscaba y los abordaba», explica con una sonrisa. Se sentía casi como «un cazador» retratando con su cámara personas cuya apariencia física le llamaba la atención. Sonrisas, miradas de ojos tristes, alucinados y alucinantes. Moños, rastas, crestas, rizos, barbas... De perfil, de frente, rostros surcados por las arrugas de la vida, caras alegres, bellas, confiadas... Personas todas ellas hermanadas en este proyecto fotográfico bajo el denominador común del instante, de ese 'aquí te pillo, aquí te mato' que los ha convertido en compañeros eternos sin nombre. Todos los retratos son desconocidos, aunque, el mundo, recalca Díaz, acaba finalmente por ser un pañuelo. Hay gente entre sus amistades de Soria que conoce a algunos de los retratados. E incluso él mismo. Días después de abordar a un chico que llamó su atención portando un sombrero mountie (típico de la policía montada de Canadá) se dio cuenta de que era uno de sus alumnos en la Escuela Internacional de Fotografía y Cine (EFTI). El curso acababa de empezar y el retratado no había ido a clase esos primeros días. Otro día, divisó a «una señora con pamela y un vestido blanco inmaculado». Obviamente, preguntó si podía hacerle una foto. «Sí, ¿pero con este fondo tan feo?», contestó. Era la actriz María José Cantudo.
cada foto, una historia. Detrás de cada fotografía, confiesa Díaz, hay una historia, una anécdota y en Desconocidos, publicación que fue presentada en la capital la semana pasada en el marco del Festival OnPhoto Soria, ha atesorado «miles» de ellas. Un hombre vestido de torero al que fotografió le propuso «hacernos millonarios. Voy a darle un beso a un miura en San Fermín y tú me harás la foto», le dijo antes de despedirse con un «nos vemos en Pamplona» (no se lo ha vuelto a encontrar). En las puertas del Congreso de los Diputados retrató a una mujer que iba acompañada de guardaspaldas y su propio fotógrafo personal (tenía pinta de influencer extranjera, apunta Díaz con humor). Sola y a las 10.30 horas halló en la plaza Mayor a una chica vestida de princesa haciéndose un selfie. Cerca, en la plaza del Rastro, se topó con un joven que acababa de salir de la cárcel tras cumplir 14 años por un robo sin violencia. Con él se tomó un café. Su historia le conmovió. Sigue viéndolo por el barrio. Vive en la calle.
Editado por Juan Carlos Rodrigo, Desconocidos cuenta con textos de Susana Gómez Redondo, «un equipo maravilloso» al que José Antonio Díaz está muy agradecido. Pero, tras su publicación, el proyecto fotográfico ha llegado a su fin. «Me lo he pasado bien haciendo estos retratos», concluye. Eso sí, la tímidez, sigue ahí, «no se pierde», confiesa.