Unos testigos en primera línea

Agencias
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Cuatro reporteros relatan cómo vivieron y narraron la agonía y la muerte de Franco, en una España aún bajo el yugo de la dictadura

Unos testigos en primera línea

Han pasado casi 44 años desde la muerte de Franco, un acontecimiento histórico que los reporteros que estuvieron al pie del cañón, entonces sin móviles ni portátiles, sino con simples libretas, bolis y monedas para las cabinas, recuerdan con intensidad, con pocas horas de sueño y cierta tensión. Manuel R. Mora, Jesús María Zuloaga, Ángel Millán y Basilio Rogado recuerdan su trabajo en aquellos días en los que todos esperaban la noticia de la muerte del dictador, ocurrida a las 4,20 horas de la madrugada del 20 de noviembre de 1975.

Antes de que el caudillo falleciera fueron muchas las horas que los periodistas tuvieron que pasar en el hospital esperando «aburridos como ostras» a ver si les daban «algún chivatazo», según relata Millán, que además de guardias en La Paz, cubrió la capilla ardiente del Palacio de El Pardo. «El equipo médico aparecía cada cierto tiempo, cuando le daba la gana, e iba leyendo el parte», apunta Zuloaga. El ahora subdirector de La Razón y entonces redactor de la agencia Europa Press detalla cómo nada más escuchar los partes, de los que tomaba nota a mano porque no tenía grabadora, «corría al teléfono» para dictar la información. Destaca, además, la camaradería entre compañeros pese a la competencia que había entre los medios. De hecho, las malas lenguas cuentan que incluso se llegaron a organizar queimadas nocturnas en el hospital. Ni confirma ni desmiente.

Al ser jefe de Nacional de la Agencia Efe, Manuel R. Mora reconoce que tenía buenas fuentes que le tenían al corriente de cómo evolucionaba Franco, aunque reconoce que «no se podía decir todo». En este sentido, el que fuera director del programa Hora 25 de la Cadena Ser hasta pocos meses antes del 20-N, Basilio Rogado, asegura que la censura en esos días históricos se hizo «más férrea todavía». «Contamos lo que pudimos», afirma Rogado, quien añade que esos días la emisora cubrió los actos oficiales con sus propios reporteros y también con la información de las agencias.

Unos testigos  en primera líneaUnos testigos en primera líneaSobre qué medio dio antes la noticia del fallecimiento de Franco  todavía hay cierta polémica, ya que Europa Press la publicó antes, aunque Mora defiende que Efe «tuvo la información primero». Eso sí, defiende que tras conocerse la muerte de Franco, los reporteros se quitaron presión: «Apareció una nueva tensión, que era saber qué iba a pasar después del entierro».

Gran expectación 

Fue tanta la expectación generada por la muerte del dictador, y tal la cantidad de reporteros que querían cubrir los actos que «era imposible que todos pudieran estar», rememora Zuloaga, que fue uno de los profesionales que integró el pool de la capilla ardiente instalada en el Palacio de Oriente de Madrid el 21 de noviembre y el funeral público dos días después. «Nos tenían puestos en un rincón y me acuerdo de que hacíamos una especie de análisis sociológico de la gente que iba pasando. También salíamos de vez en cuando a comer a un sitio con un pulpo a feira de cine. No comí otra cosa durante esas 48 horas en las que solo fui a casa a cambiarme de ropa y a desayunar», comenta el subdirector de La Razón.

Estos reporteros, entre los que también se encontraban los de EFE, de diarios como ABC y Ya y de algún medio internacional, tenían que salir del Palacio buscando cabinas telefónicas para enviar sus crónicas. Muchas de ellas se encontraban en negocios próximos que les facilitaban el trabajo.

Las colas para ver al dictador llegaban hasta la Puerta del Sol, la gente se agolpaba para despedir a Franco y los periodistas «eran respetados» por la mayoría de los asistentes, aunque Zuloaga apostilla que una parte les veía como «bichos malos, enemigos de la dictadura porque dábamos noticias».

En directo 

TVE retransmitió en directo la capilla ardiente del dictador que se abrió a las ocho de la mañana del viernes 21 de noviembre y se cerró 48 horas después. Zuluoaga cuenta que, si bien no fue testigo directo, le consta que el cadáver de Franco tuvo que ser retocado al estar sometido tantas horas al calor de los focos de la televisión. Él fue uno de los pocos que consiguió quedarse al sellado del ataúd, antes de que se oficiara el funeral público. Y lo logró, junto a otros cinco o seis compañeros porque dijo al jefe de la Casa Civil, Fernando Fuentes de Villavicencio, que estaban ante un hecho histórico y «como tal debía quedar testimonio».

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El entierro pasó casi a ser una mera «noticia» más porque lo que «originaba tensión» era lo que podría llegar después de la desaparición de Franco. Mora, por ejemplo, recuerda que a la redacción no paraban de llegar rumores, «casi todos disparatados», sobre el futuro del país que, según asegura entre risas, no se cumplieron.