Espectáculo triste y lamentable el que se vivió el pasado jueves en el Congreso de los Diputados, con un presidente de gobierno que no ahorró ninguna humillación el día que se aprobaba su ley cumbre, y cobardemente se negó, una vez más, a defenderla. Una ley que repugna a millones de españoles, pero que él ha promovido aunque no ha tenido la decencia y el valor de defenderla. Solo la ha cotado. Nada más. Punto. Vaya appelón.
Pues además de ese espectáculo triste y lamentable ante un gobernante que no estuvo a la altura -lo que tampoco debe sorprender- fue verdaderamente doloroso ver el rostro de satisfacción de los independentistas que, desde sus escaños y desde la tribuna de invitados con Oriol Junqueras a la cabeza, repartían besos y abrazos. Tenían razones para hacerlo, acababan de alcanzar su objetivo y anunciaban además que no renunciaban a lograr también su último objetivo; el referéndum.
Lo ocurrido con los diputados independentistas de Junts y ERC era comprensible. Pero las sonrisas y palmadas de la bancada socialista indican que los españoles no merecemos que determinados señoras y señoras nos representen en esa noble Cámara.
Porque todos ellos saben que han aprobado una ley que jamás habrían respaldado si no necesitaran el apoyo parlamentario de los independentistas; porque saben también, como sabe el presidente y lo ha repetido docenas de ocasiones hasta el 24 de julio, que se trata de una ley que jamás tendría cabida en una democracia. Y son aún más penosas esas escenas de los diputados socialistas transmitiendo satisfacción porque confirman así que en la España actual faltan parlamentarios con el nivel necesario para defender a los españoles. Diputados y diputadas socialistas que defiendan su país, y a los ciudadanos de su país, con uñas y dientes. Parlamentarios que tengan criterio propio, que no se sumen servilmente a los que ordene su jefe de filas aunque eso signifique dejar de lado la lealtad a sí mismos, a su familia y a sus amigos. Gente que sabe perfectamente qué piensan y que solo pueden sentir decepción ante un cambio que viene dado exclusivamente por conveniencia. Porque quieren seguir en el machito, aunque eso signifique apoyar incondicionalmente a un personaje al que la mitad de españoles no les gustaría siquiera estrechar la mano.
España sufrió una dictadura durante cuarenta años. Cuarenta años en los que Europa nos trató con lógico desprecio. Nos desquitamos cuando, muerto Franco, después dimos una lección de coraje, de generosidad y de conciliación que sorprendió al mundo. Jamás el paso de una dictadura a una democracia fue tan rápido, con una apuesta tan valiente y tan firme por la reconciliación entre dos comunidades que se habían enfrentado en guerra civil.
Todo eso lo han echado abajo un puñado de antiespañoles y, en la bancada socialista, ni uno solo fue capaz de decir una frase en contra, abstenerse, o votar defendiendo sus principios en lugar de convertirse en un mandado. Viva Javier Lambán.