Pepe Oneto

Antonio Pérez Henares
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El símbolo de los semanarios políticos de la Transición

El periodista (d) junto al autor (c, cuarto desde la derecha) en un acto en Madrid.

Los semanarios políticos y de información general, hoy en la práctica extintos, tuvieron en el tramo final del siglo XX un destacado protagonismo y una gran influencia social. En ellos, tras dejar en 1985 la jefatura de redacción de Mundo Obrero, la prensa de partido y la militancia activa, hice gran parte de mi carrera profesional como periodista tras incorporarme a uno de los más potentes: Tiempo.

 Llegué allí de la mano de un compañero de universidad, Manuel Soriano, para ponerme a las órdenes de su creador y director, Julián Lago. Había aparecido primero como separata de la revista Interviú, otro gran fenómeno de la época con su seña erótica de identidad. Ya como cabecera, se había convertido en el gran rival del medio que ejercía el liderazgo del sector: Cambio 16, cuya batuta llevaba, con su toque personal, Pepe Oneto. Era uno de los grandes referentes de la prensa de la Transición, con permiso de quien más que nadie ha encarnado, y con mayor dignidad y rigor profesional, aquellas secuencias de nuestra historia y memoria personal: Victoria Prego.

 Jose Manuel Oneto Revuelta, era su nombre completo, era un gaditano una década mayor que yo y todo un icono informativo de la nueva prensa postdictadura que había echado a andar. Había comenzado en el periódico Madrid, cerrado por la censura franquista en 1971, y trabajado para las agencias  Colpisa y France-Press, donde había adquirido prestigio nacional y europeo también. En 1974, se incorporó a la redacción de Cambio 16, que apuntaba ya en lo que podía el ansia de apertura democrática y acabó por convertirse en su director al año siguiente.

 Durante este período Cambio fue la revista de referencia de una izquierda, digamos, «moderada y socializante», cercana al PSOE  que se complementaba con la más radical y vinculada al PCE, que tuvo en «Triunfo» y luego en «La Calle» sus modelos a nivel informativo y que fue declinando al compás de la pérdida de influencia de los comunistas en el panorama nacional. Cambio 16 en aquella etapa llegó a alcanzar, en ocasiones, hasta el medio millón de ejemplares de tirada.

 La competencia que le empezó a hacer pupa y acabó por superarlo, tras casi una década de hegemonía, fue Tiempo, del grupo Z. Allí estaba yo. Pero, entonces, se produjo un sorprendente cambio de papeles. Asensio, presidente de Z, nombró a Oneto director de Tiempo y Lago, desplazando a este último, fundó Tribuna de Actualidad. Yo me quedé unos meses. Fue aquel el poco tiempo que trabajé a sus órdenes. Me marché después a un efímero semanario, El Globo, que fue la gran apuesta del Grupo Prisa (El País) y que fracasó. Finalmente, y tras pasar además una temporada en la cadena SER, acabé por recalar de nuevo con Lago y allí, tras varios años en su staff, llegaría yo a director en 1996. 

Tribuna de Actualidad se convirtió en el gran competidor del medio de donde provenía casi todo su equipo y la batalla fue realmente dura, o donde casi toda su plantilla había. Llegamos a estar casi a la par, todavía, con tiradas impactantes. En Tiempo recuerdo haber llegado a superar los 250.000 ejemplares vendidos en los mejores momentos de Lago y alcanzar casi los 200.000 en la época de esplendor, también con él al frente, de Tribuna. Seguía, aunque un poco más descolgado, Cambio 16 bajo la sensata dirección de Luis Díaz Guell y había entrado en liza, por la derecha, Época, bajo la potente batuta de Jaime Campmany, que fueron los directores con lo que ya hube de lidiar. Eran otros tiempos. Mucho más amables. Mi relación con Oneto, tras aquellos breves meses con él, fue siempre cordial hasta concluir en amistad. Sus buenos consejos y su gaditano sentido del humor, con pocos me reído más y mejor, forman parte de aquellos recuerdos y, en no pocos casos, de complicidades más allá de la competencia profesional. Él justo había dejado la dirección de la revista cuando yo alcancé la de la mía. Pasó a la televisión, como director de informativos de Antena 3 Televisión, cuando Zeta mandaba allí antes de cambiar de manos y, tras fuertes convulsiones, acabar recalando en las actuales de Grupo Planeta. A finales de siglo, Pepe seguía ocupando cargos de importancia en su grupo y ambos empezamos a vernos más y a coincidir al frecuentar las tertulias de radio y televisión en las que participábamos los dos. En el 2000 yo dejé Tribuna y, al siguiente, me incorporé al diario La Razón.

 Ambos ya sabíamos muy bien por aquel entonces que el tiempo de las revistas, de nuestros semanarios, había acabado. Los habíamos defendido con uñas y dientes, pero su etapa había terminado. ¿Por qué razón? Pues por varias. Quizás una fue que buscamos mantener tiradas a costa de desviarnos de la línea de información en investigación, incursionando en temas de corazón y escandalera. Pero, a mi juicio, pudo todavía más que los diarios nos comieron el terreno con sus dominicales y, también, la radio y la televisión, la una la opinión diaria y en la voz de quienes luego la escribían nuestras columnas y la otra sustituyendo fotos y color por imágenes y espectáculo en directo. El declive fue cada vez mayor. Fueron languideciendo y, una a una, terminaron cerrando o acabaron siendo residuales. Aquellos días donde las teles venían a que diéramos los titulares que íbamos a sacar al siguiente, aquellas grandes exclusivas, aquellos equipos de investigación y las grandes firmas que, como oráculos, eran esperadas y leídas habían finalizado. El ocaso dio paso a la oscuridad y la extinción.

 Oneto siguió incombustible en otros cometidos periodísticos. En alguno volvimos a coincidir y aún seguí aprendiendo de él. Nos cogimos afecto. Lo teníamos mayor cuando le sobrevino, estando en San Sebastián de vacaciones, aquella apendicitis que parecía cosa de nada. Tras haber hablado unos dias antes con su mujer, Paloma, y decirme que estaba ya casi del todo bien, a los pocos la nueva que me llegó fue la de su muerte. Un 7 de octubre de 2019, con 77 años. Una septicemia acabó, de manera imprevista, con, con su risa, su ironía y su flequillo oxigenado y sentí, como muchos colegas, que también un tiempo y un estilo se iban con él. Aquel de la Transición cuando podíamos ser rivales y amigos a la vez.