De comunista militante a la vanguardia neoliberal, de enemigo acérrimo del fujimorismo a respaldar a Keiko Fujimori. La política atravesó y ocupó la vida de un Mario Vargas Llosa que trató de ser presidente de Perú, conoció la persecución política y siempre tuvo el devenir de América Latina en su pensamiento.
Pero también se pronunció en España, su otra patria. Fue él quien cerró la masiva manifestación de Barcelona de 2017 contra la conjura secesionista atizada por el independentismo catalán, alertando de que «la pasión puede ser peligrosa cuando la mueve el fanatismo y el racismo. La peor de todas es la lamentable pasión nacionalista».
Con todo, fue Vargas Llosa un escritor de militancia asimétrica y dispar. Lo dejó claro en 1967: «Dentro de 10, 20 o 50 años habrá llegado, a todos nuestros países, como ahora a Cuba, la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes».
Acababa de recibir el premio Rómulo Gallegos por La Casa Verde que le lanzó al estrellato. Viajó a Caracas, se abrazó a un entonces desconocido Gabriel García Márquez, y mostró su compromiso, además de comenzar una larga serie de pronósticos políticos errados.
El desencanto con la revolución cubana comenzó ese mismo año, cuando el régimen castrista encarceló al poeta Herberto Padilla y él exigió, junto a otros autores, su liberación. La brecha se abrió años después, cuando Perú estaba bajo la dictadura militar que se autodenominó «Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas». En una carta de 1969 le dijo al autor mexicano Carlos Fuentes que la afinidad de la izquierda por esa dictadura era un «disparate apocalíptico».
Fue la devoción por las libertades individuales la que le alejó de manera progresiva de la revolución cubana y sus adláteres y le acercó a un liberalismo al que dedicó horas, compromiso, esfuerzo y trabajo literario.
Lo recordaba en 2016, cuando en Burgos, al hilo de ser nombrado Doctor Honoris Caausa por la Universidad, hizo balance de su carrera y defendió el papel fundamental que juega la literatura como garante de la democracia y la libertad, al formar a ciudadanos informados. «Nos hace ciudadanos más conscientes de lo que significa para una sociedad la justicia y la injusticia, la verdad y la mentira, la dicha y la infelicidad», dijo entonces.
Su carrera política formal comenzó en la década de 1980, cuando se sumó al movimiento Libertad, que integró a los dos partidos de la derecha tradicional peruana: Acción Popular y el Partido Popular Cristiano. Fue con esa coalición electoral, el Frente Democrático, con la que emprendió en 1988 su carrera hacia la Presidencia de Perú.
El hombre que fue criado en una familia tradicional, que contaba con el respaldo de los poderes ancestrales de su país y con un proyecto político anclado en el liberalismo económico, fue derrotado.
Y la victoria se la llevó un político que representaba su antítesis personal: Alberto Fujimori, que se convirtió también en el autócrata que iba a dividir a Perú hasta su muerte, en 2024 y, como todo tirano, no soportaba compartir el suelo patrio con su némesis política.
El escritor obtuvo en 1993 la nacionalidad española para, en sus propias palabras, evitar «ser un paria», después de que Fujimori amenazara con quitarle la peruana al convertirse en su crítico más afilado.
Entre el comunismo inicial y el neoliberalismo final, recorrió un camino marcado por las lecturas: de Sartre a Ortega y Gasset, porque, a la postre, la literatura fue su patria y su ideología.