Yo estuve en el balcón del Ayuntamiento de Valencia junto a Rita Barberá en la noche de la cremá de sus últimas Fallas como alcaldesa, en marzo de 2015. Había estado en algunas otras anteriormente, pero aquella se me vio mucho más porque, donde antes había un atasco para entrar, aquel día sobraba mucho sitio. La cacería estaba a punto de concluir y Rita estaba ya muy herida, aunque no dejara de plantar cara a la rehala que la acosaba. En mayo, dos meses mas tarde, perdió la Alcaldía.
No ha habido en la política española ensañamiento mayor que el que sufrió ella. Hasta con su propia y tristísima muerte. Con su cadáver aún caliente, los esfínteres mediáticos de la izquierda y la extrema izquierda no dejaron de escupir mierda sobre su persona y su obra. Además de matarla, había que enterrarla en heces. La odiaban con todas sus fuerzas, como solo saben odiar ellos al tiempo que proclaman amores universales y acusan de hacerlo a todos los demás por la más leve puntada o medio kilo de guasa.
La más grave acusación contra ella, tras sucesivos intentos de implicarla en los más diferentes casos, la más repetida a todas horas, tertulias y titulares, era que estaba imputada por gravísima corrupción, aunque la única causa pendiente, que acabó como todas en agua de borrajas, era por la descomunal cifra de 500 euros. No se lo creerán, pero esa era la cifra, sin un cero más siquiera. Ese era el famosísimo pitufeo del caso Taula, del que a su muerte aún no había sido exculpada, una derrama de los concejales de 500 euros por barba, que la llevó a declarar ante el Supremo el 21 de noviembre de 2016.
A los dos días falleció, sola, en una habitación de un hotel madrileño. El Villa Real, frente al Congreso de los Diputados. Y aquella mañana, no satisfechos con ello, siguieron echándole basura encima. Tampoco es que los suyos se hubieran portado muy bien con ella. Dos meses antes de su muerte se había visto obligada a dejar el carnet del partido en el que llevaba militando 40 años.
Sus enemigos políticos tenían sobradas razones para detestarla. La esencial era que desde 1991 y hasta 2015 les había ido haciendo picadillo y arrasándolos en las urnas y durante la friolera de 24 años había sido elegida, en muchas ocasiones por sobrada mayoría absoluta, por los valencianos. ¡Ah! Y había transformado y convertido Valencia en un referente de pujanza y en la ciudad más emergente de España. La llegada del AVE, la ampliación del puerto, de la red del Metro y del Jardín del Turia, dos ediciones de la Copa América de Vela y la Ciudad de las Artes y las Ciencias marcaron y son el legado de sus mandatos. Imperdonable.
La izquierda había dominado tanto la Comunidad con la capital desde las primeras elecciones democráticas y se consideraba uno de sus grandes bastiones. De hecho, la primera vez que Rita se presentó como candidata al presidir la autonomía, el socialista Joan Lerma la dobló en votos. Su primer triunfo municipal hubo de esperar hasta la siguiente década, la de los 90, cuando aunque quedó todavía por detrás de la última alcaldesa socialista, Clementina Ródenas, consiguió con la suma de los regionalistas de Unió Valenciana desalojarla del poder.
Después ya fue de triunfo en triunfo, ganando por mayoría absoluta las convocatorias de 1995, 1999, 2003, 2007 y 2011, siendo la más abultada la obtenida en 2007 contra la ministra del PSOE Carmen Alborch al obtener el 56,67 por ciento de los votos y 21 concejales. En los comicios de 2015 consiguió ser la lista más votada con 10 concejales, Ciudadanos consiguió seis, pero la suma de Compromís (nueve), PSOE (seis) y Podemos (tres) la privó de la Alcaldía. «¡Vaya hostia, vaya hostia!», reconoció sin tapujos. Y desde ahí ya todo fue para ella un calvario.
Han tenido que pasar ocho años para que su figura haya comenzado a ser rehabilitada, aunque me parece que bastante antes lo había comenzado a ser por las gentes valencianas que alguna mala conciencia tenían de como se la había maltratado.
De hecho, le tributaron una despedida multitudinaria el día de su entierro y a los pocos días de su fallecimiento don Felipe VI, en la entrega de los premios Rey Jaime I, se refirió a ella con cariño y expresó públicamente su sentimiento por su muerte. Y en cierta y notoria forma la reivindicación de su legado flotaba en la revancha y recuperación por parte de la derecha del poder municipal en la capital del Turia. El año pasado comenzó su rehabilitación pública. Como desagravio se le añadió su nombre al puente más famoso de Valencia, el de las Flores y se la nombró alcaldesa honoraria.
Yo la recuerdo vestida de rojo, su color favorito en el vestir, valencianamente exhuberante, como la mejor anfitriona de su fiesta y que me acogió con simpatía desde la primera vez que nos vimos. Gustaba de invitar a periodistas, artistas y gentes de fama y me puso en la lista en la que los había de todos los colores que en sus años de esplendor acudían alegres a la cita con la pólvora y algunos con los toros. Recuerdo alguna tarde gloriosa con el bueno de Pedro Piqueras, albaceteño de pro y que hasta había dado sus pases de muleta, ilustrándome con su saber taurino las faenas. Pero sobre todo quedan en mi recuerdo aquellas Fallas que les he contado por aquí con Tip y Berlanga, cuando creo recordar que acabamos bailando en un Casal Paquito el chocolatero, copa en mano. Y no vamos a andar con remilgos ni memeces, no era de agua o si acaso era agua de Valencia.
Hoy a Rita, a quien desde luego no le faltaron defectos pero no para llegar a tanta saña, se le reconocen de nuevo sus virtudes. Pero el resquemor contra ella permanece también vivo. Nadie sabe conservar sus ascuas de manera tan constante como la izquierda. De hecho, me dicen que Jordi Évole está preparando un documental sobre ella y tengan por seguro que de llevarse a efecto no será con el champú de blanqueador que aplica con fruición a Otegi y otros de su banda. ¡Cómo va a compararse la tremenda gravedad de un supuesto blanqueo de 500 euros por una perversa pepera con la bagatela de 853 asesinatos etarras!