San Bartolomé en el despoblado de Araviana

T.G. / J.M.I./ L.C.P.
-

Entre las ruinas pervive esta construcción románica de una sola nave

San Bartolomé en el despoblado de Araviana

El 12 de junio, el tiempo en Soria fue un tanto desapacible. Amanecimos en uno de esos días en los que el invierno se hace notar a pesar de haber padecido ya varios aguijonazos veraniegos. Había llovido y amenazaba con seguir haciéndolo. Nos trasladamos a Ólvega en un viaje cómodo a través de la N-122 hasta encontrar un cruce a la derecha (tras atravesar el área de descanso del Madero) que nos condujo hasta la población.

A estas alturas del año los campos ya comienzan a amarillear y nos ofrecían una visión placentera de la vega del Rituerto. Conforme íbamos avanzando por el Madero, acercándonos a la mole del Moncayo, el paisaje se fue tornando cada vez más boscoso y las encinas acompañan al visitante por la carretera SO-P-2001 hasta Ólvega.

Cuando llegamos al municipio su visión no fue la típica de los pueblos a los que estamos acostumbrados. Con sus construcciones de varios pisos, muchos de ellos de ladrillo amarillo característico de los años sesenta/setenta, más parece una ciudad que un pueblo. Es evidente que la prosperidad del municipio le ha dado vida y le ha quitado el encanto de los pequeños pueblos. Pero es el precio que muchos lugares querrían pagar.

El nacimiento de la localidad se remonta al siglo V, aunque vestigios más antiguos existen. El ataque de vándalos y alanos en el 409 hizo que los hispanorromanos de Augustóbriga (Muro) se refugiaran en este lugar y formaran un pequeño núcleo. Fue musulmana hasta que el rey aragonés Alfonso I la conquistó en 1119, y permaneció siendo aragonesa hasta que la incorporara a Castilla Alfonso VII en 1134, formando parte de la Comunidad de Villa y Tierra de Ágreda. 

Como todas las demás poblaciones, se convirtió en municipio con la caída del Antiguo Régimen en el siglo XIX, y ha sido de las pocas poblaciones sorianas que ha crecido de forma importante. Si entonces tenía algo más de mil habitantes, hoy se aproxima a los cuatro mil. El salto demográfico se produjo principalmente en los años sesenta y setenta del siglo XX, gracias a la apuesta del municipio por la industrialización.

A la entrada del pueblo nos espera Ruth Villar, informadora turística del municipio que es quien, con toda amabilidad, nos acompañó al despoblado de Araviana o Culdegallinas;  ambos nombres compiten por nombrar al lugar. Por la carretera CL-111 en dirección a Noviercas y pasado el punto kilométrico 14, nos incorporamos a la carretera SO-P-2106 en dirección a Cueva de Ágreda, y a un kilómetro del cruce, a nuestra izquierda sale un camino recto que nos conduce a los restos del despoblado de Araviana. Días antes, los operarios del Ayuntamiento de Ólvega habían segado las altas hierbas del exterior y el interior de la ermita, logrando hacer más placentera la visita.  Allí se encuentra la ermita que pretendíamos visitar, acompañada de los ladridos constantes de una reala de perros que habitan en sus cercanías. Parece ser que el  lugar se pudo abandonar tras la batalla que  libraron Pedro I, de Castilla, y Pedro IV, de Aragón, en 1359. Y, a pesar de su abandono, hasta hace un año y medio que entregaron las llaves, la familia Escribano Calvo se hizo cargo de su limpieza y cuidados. Hoy, ya sin llave, es Serotina Galán Revilla la mayordoma de la ermita. 

El edificio está consagrado a San Bartolomé, pero el santo se trasladó, coincidiendo con el final de la pandemia, a vivir más cómodamente y, sobre todo, más protegido, a la iglesia parroquial, tal vez temeroso de lo sucedido con la antigua pila de agua bendita que acabó en manos de desaprensivos.

Entre las ruinas y alguna edificación del despoblado de Araviana nos encontramos con esta construcción románica. Vemos un inmueble de una sola nave, abierta al cielo, construido mayoritariamente en mampostería, con una cabecera cuadrada que todavía conserva su techumbre, y una portada, ligeramente adelantada, en el muro meridional. Como casi siempre en el románico rural soriano la sillería se reserva para esquinas y vanos. La nave se pudo cubrir con una techumbre de madera a dos aguas. El suelo de la nave, guarda debajo del material vegetal que lo oculta, un solado de ladrillo macizo hecho a mano, conservando dos apoyos de piedra que bien pudieron ser soportes de postes para sostener la cumbrera de la techumbre. A lo largo de la nave se conserva todavía un banco corrido que también aparece en la cabecera. Si se observa con atención en estos muros hay dos períodos constructivos, pues la parte superior es ligeramente de menor grosor. A los pies podemos destacar el almacenamiento de una gran cantidad de tejas árabes, que llegaron alrededor de 1976 cuando se derribaron las escuelas de Ólvega para edificar el Parque de las Escuelas. La llegada de esta gran cantidad de tejas nos indica la intención que siempre hubo en el ayuntamiento de reconstruir el tejado de la ermita.

La cabecera cuadrada se cubre con bóveda de cañón apuntado sobre un arco fajón. Toda la cabecera sufrió importantes reformas, quizás avanzado el siglo XIII. Así el arco de gloria que da paso a la capilla es extremadamente cerrado, habiéndose rasurado las impostas de este. Nos cuenta Manuel Peña García que en tiempos contemporáneos se trajo el cierre de madera desde la ermita de la Virgen de Olmacedo; este separaba la capilla de la Virgen del resto de la iglesia. En tiempos más recientes se protegió con una chapa metálica. Desconocemos cómo se cubrió la anterior cabecera, pero cuando se construye la nueva bóveda apuntada se construyen dos muros de refuerzo al interior y un poderoso arco fajón que descansa sobre dos pilastras. 

La bóveda de mampostería, fuertemente encalada, descansa sobre una imposta de nacela que recorre los muros norte y sur. 

En la pared meridional, y a media altura, destaca una pequeña credencia adintelada. La pilastra del muro meridional oculta parte de la ventanita románica de sillería, que al interior aparece abocinada y con arco rebajado. El refuerzo de la cabecera se ve acrecentado con un nuevo muro en los lados sur y este. Ese nuevo muro hará que el muro meridional de la capilla sea de mayor anchura que la nave. La ermita no conserva ni rastro de cornisas o canecillos, que, sin duda, pudieron desaparecer en las distintas reformas.

La portada es muy sencilla y está elaborada en caliza arenisca. Se abre en el muro meridional en un cuerpo de sillería ligeramente adelantado. Se desarrolla con tres arquivoltas lisas de medio punto que descansan sobre una imposta de nacela y jambas escalonadas; todo ello protegido por una chambrana de nacela muy erosionada. El dovelaje de la arquivolta externa nos recuerda a otras del románico aragonés. Esta portada pudo contar con un tejaroz que pudo ser eliminado cuando ese muro se reconstruyó en fecha indeterminada.

Como otros muchos inmuebles del rural soriano es una construcción muy pobre, sin ninguna concesión a la decoración. Su austeridad refleja unos tiempos en los que la Extremadura castellana se estaba consolidando. En estos lugares más apartados no solían llegar los mejores canteros; estos ejecutaban la obra con los materiales que tenían alrededor del lugar. Los restos que hoy podemos ver son extremadamente humildes, y, a través de ellos, se pueden distinguir varios períodos constructivos y plantear muchos enigmas. Quizás junto con la ermita de San Román de El Espino es la iglesia románica abierta al cielo de más extrema tosquedad en la provincia soriana. 

Nos cuenta Ruth Villar que en el paraje se celebrada el martes, antes de la Ascensión, una romería con misa a la que asistía el pueblo de Ólvega y que esa romería, más hacia nuestros días, pasó a celebrarse el domingo de Pentecostés e incluso el domingo de la Trinidad, aprovechando el momento también para la bendición de campos. Como nota curiosa, además solo la familia del santero José Escribano Calvo acudía a misa el día de San Bartolomé. A partir de la pandemia la celebración se hace en la iglesia parroquial de Ólvega el 24 de agosto. Sería bueno recuperar esta costumbre y que los olvegueños y olvegueñas puedan recuperar parte de su memoria. 

En la actualidad la ermita es casi un almacén. A sus pies se guardan las tejas que en su día cubrieron el tejado de las escuelas viejas, hoy transformadas en un parque coqueto; tejas que hasta pudieron ser fabricadas por la misma familia Escribano, pues poseían una tejería y ese era su oficio. También se guardan allí, en el ábside, levantados, los bancos de madera que todavía se sacaban los días de festividad: Letanías Mayores, Pentecostés, Trinidad y San Bartolomé.  

Visitamos también el museo etnológico de Escribano Calvo: una casita repleta de reproducciones de todos los puntos de interés del municipio y de todo tipo de objetos de un mundo agrícola y manufacturero casi perdido. 

Aún hubo tiempo para visitar la ermita de los Santos Mártires situada en el casco antiguo del pueblo. Una ermita cuidadísima donde nos esperaba el joven historiador Iván Casado, que nos planteó interrogantes curiosos e interesantes que una intervención arqueológica podría despejar.