La memoria se pierde con el tiempo, y la de Joe Biden no iba a ser una excepción. Así, es comprensible, aunque menos disculpable por tratarse de uno de los amos del mundo, que olvide en su despacho documentos secretos que en su día debió devolver o que El-Sisi no es precisamente el presidente de México, pero sí es de todo punto inexcusable que no recuerde que fué él quien dió luz verde a Netanyahu para iniciar el genocidio que se ha cobrado ya la vida de unos 30.000 civiles palestinos, niños en torno a la mitad de ellos.
La mala memoria de Joe Biden es, en todo caso, selectiva: recuerda que es el presidente de los Estados Unidos, pero no que el país que preside es no sólo el principal suministrador de armas a Israel, sino el que históricamente ha amparado, y blindado frente a la censura internacional, sus desafueros. Pero ni la peor memoria del mundo puede olvidar el presente, y la de Biden parece haberse refrescado ante la magnitud de las atrocidades del ejército de Netanyahu en Gaza, si bien no tanto por éstas, pues eran previsibles al concederle el O.K., como por el desastroso efecto que puedan tener para su reelección presidencial por la defección de sus potenciales votantes.
La cuestión no es tanto que Biden sea viejo, como que es viejo su proceder, adscrito a la más vieja escuela, la de la hipocresía. Ahora, cuando Gaza ya no es sino un montón de ruinas con cientos o miles de cuerpos sepultados, descomponiéndose, bajo los escombros, cuando dos millones de seres humanos, carentes de agua, de alimentos, de resguardo y de medicinas, agonizan entre las explosiones sin escape posible, ahora que ya nada tiene remedio, ni el presente ni el futuro, el presidente olvidadizo insinúa que lo mismo Netanyahu se ha pasado un poco y que debiera atenuar la matanza. Algo podría hacer, le replica Borrell desde Europa, para detenerla, dejar de enviar armas al ejército israelí sin ir más lejos, pero se ve que Biden, con su deficiente memoria, no recuerda que puede hacer eso y mucho más.
Biden cimentó su victoria electoral en no ser Trump, ese vestiglo, pero, por su decisiva connivencia con la violenta ultraderecha israelí, lo más probable es que cimente su futura derrota en haberse parecido a él. No ha llegado, ciertamente, a invitar a Putin a que ataque a sus aliados de la OTAN, pero sí a sembrar de oprobio, como el brutal magnate, su acción presidencial.