Lo habitual en las campañas electorales es que los partidos políticos diriman sus diferencias antes de las votaciones mediante la confrontación de los programas en mítines y debates de y que no traten de convencer a los oponentes mediante subidas hormonales que los llevan a proponer apuestas más propias de los casinos que del respeto debido a la ciudadanía que busca certezas a la hora de depositar su voto. El candidato socialista, Eneko Andueza, lanzó una apuesta en un debate televisado al candidato del PP, Javier de Andrés, en relación con la política de alianzas que se vislumbra tras el cierre de las urnas de las elecciones autonómicas vascas el próximo domingo. "Si yo no pacto con EH Bildu al día siguiente de elecciones, usted dimite. Si no cumplo yo con mi palabra, el que dimito soy yo. Yo cumplo con mi palabra", retó Andueza. Horas después era el presidente del PP, Núñez Feijóo quien retaba a Sánchez a establecer un cordón sanitario sobre EH Bildu mientas no condenara el terrorismo, pero este desafío tiene menos contundencia porque el PSOE ya retó al PP a que hiciera lo mismo con Vox, y en este caso el PP no arriesga nada.
Formuladas de esta manera y con fecha tope de cumplimiento, las apuestas serían más eficaces para clarificar el panorama político que la exigencia de cumplimiento de las promesas y de los programas políticos que están parara ser incumplidos, en testimonio cínico del viejo profesor, Enrique Tierno Galván, y contribuirían a sosegar el clima de polarización y de crispación en el que se desarrolla el debate político nacional. Si en lugar de prometer que no concedería la amnistía a los responsables del movimiento secesionista catalán, y antes los indultos o la modificación del Código Penal, o que no pactaría con EH Bildu, Pedro Sánchez hubiera apostado a que no lo haría se le podría haber exigido el pago de la deuda del juego con carácter inmediato.
Si el presidente del PP. Alberto Núñez Feijóo, en lugar de diseminar las sospechas acerca de que el presidente del Gobierno acabará cediendo con la concesión de un referéndum de autodeterminación para Cataluña, o las que arroja sobre la mujer del presidente, Begoña Sánchez a la que acusa de tráfico de influencias, tuviera que dimitir si esos supuestos no ocurren porque hubiera apostado que llevaba razón, la vida política transcurriría por unos cauces más sensatos. Ahora bien, cada partido debería tener un extenso banquillo porque cada cierto tiempo caería un dirigente por deslenguado o incumplidor.
De esta forma, además no habría que esperar al término de una legislatura para pasar al cobro las facturas de las necesidades y las virtudes, de las mentiras, de las insidias, de los procesamientos por corrupción, de los engaños y conspiraciones, muchas de las cuales se quedan en el olvido pese al ruido que provocaron en su momento. Es más, las casas de apuestas tendrían que abrir a las posturas de los ciudadanos estos desencuentros y los resultados de los envites serían más fiables que algunas de las encuestas que se publican, porque no es lo mismo dar una opinión que jugarse los cuartos. Aun a riesgo de fomentar la ludopatía política.
La política de casino tiene otra variable que está muy presente en el debate público, el macarrismo con el que se expresan desde la tribuna de oradores o desde sus escaños algunas señorías que de forma desacomplejada utilizan expresiones chulescas o chabacanas para aturullar al contrincante, que llegan hasta el "eso no me lo dice usted en la calle", que no ocultan el desprecio al oponente. Actitudes como las de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, o el ministro de Transportes, Óscar Puente, son ejemplo de debates de barra de bar. Y además se creen más graciosos que nadie