Primero de octubre de 1931. Clara Campoamor sube al estrado del Congreso de los Diputados para pronunciar aquel «Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina». Ella, junto a Victoria Kent, sentó las incipientes bases de la participación política femenina cuando ni siquiera ellas podían votar. Una lucha que ha atravesado océanos de tiempo hasta llegar a nuestros días para que la mujer pasara 'de la cocina a la plaza'. La vuelta a la casilla de salida durante la dictadura franquista reseteó su incipiente presencia en un mundo que ya llevaba casi 2.000 años en manos de los hombres. El artículo 14 de la Constitución Española igualó al hombre y la mujer ante la ley y abrió las ventanas a un tiempo nuevo que tampoco supuso, de inicio, el desembarco de ellas en puestos de responsabilidad política. Basta con asomarse a las imágenes en blanco y negro de la Transición sin apenas rostros femeninos.
Hoy, cuarenta y siete años después, la situación es radicalmente distinta y la mujer acapara cada vez más espacios de poder y de relevancia en ayuntamientos, comunidades y Estado. Pero no es suficiente. Pensamiento que comparten de manera unánime ocho mujeres destacadas en la historia democrática de Castilla y León que analizan para este periódico la evolución, los 'martillazos' en la puerta y la brega diaria para avanzar y consolidar la presencia femenina en estas esferas. Un 'asalto al poder' de las mujeres en Castilla y León durante casi medio siglo que se podría resumir perfectamente en aquella reflexión de la escritora neoyorquina Joyce Carol Oates: «De dónde venimos no significa nada. Hacia dónde vamos y lo que hacemos para llegar allí, es lo que nos dice qué somos».
Rosario Peñalva, Pilar Fernández Labrador, Juana Borrego, Dolores Ruiz-Ayucar, Soledad Murillo, Cristina Agudo, Ana Redondo e Isabel Blanco ponen voz, memoria y futuro a cómo ellas rompieron el molde de una sociedad que las había relegado a no alzar la vista más allá de cuatro paredes. Para entender de donde venimos, solo tres mujeres ocuparon uno de los 84 asientos en las primeras Cortes de Castilla y León en 1984; solo una fue diputada por la Comunidad en la I Legislatura del Congreso de los Diputados; y solo 23 de 2.248 alcaldías fueron ostentadas por féminas en las elecciones locales de 1979.
Realidad que no ha impedido que de Castilla y León hayan emergido grandes figuras de políticas con relevancia nacional como Soraya Sáenz de Santamaría, Ana Pastor, Ana Redondo, Iratxe García, Margarita Robles o Alicia García, junto a un sinfín de 'picapedreras' desde el menos glamuroso ámbito local que soportan sobre sus hombros el día a día de miles de convecinos.
La política de bigote y barba
A pesar de este escenario de fondo, ninguna de ellas se autodefine como 'pionera', pero fueron los nombres y rostros que se convirtieron en excepción con la esperanza de ser la norma. «En esos años era imposible convencer a las mujeres de presentarse a unas elecciones porque nunca se les había hablado de optar a eso», recuerda Juana Borrego, alcaldesa de Hontalbilla desde 1983, procuradora en las Cortes y Senadora por el PP, que encuadra esa ausencia de féminas en los albores de la democracia en que «eran puestos a los que nunca se había pensado que podíamos acceder». No oculta el cambio de paradigma que ha llevado a las mujeres a «avanzar muchísimo» en la política: «Fue duro, me lleve muchas patadas, pero estoy muy feliz y contenta de dar esos primeros pasos y ver cómo hemos evolucionado».
Misma visión que la de Rosario Peñalva, concejal de Tudela de Duero desde 1979 y una de las tres únicas mujeres que entraron en las Cortes de Castilla y León en 1984: «Era un mundo muy diferente donde era impensable ver a una mujer política». «Recuerdo que el primer pleno fue como despertar de estar dormida, y tenía muchísima ilusión», rememora esta socialista, que revela que «nunca» se sintió tratada de forma «diferente» por sus compañeros. Y apunta: «Incluso lo hacían con más delicadeza o desde una forma más paternalista».
Una política de bigote y barba en la que también se bregó Pilar Fernández Labrador, candidata de UCD al Ayuntamiento de Salamanca en los comicios locales de 1979 en los que se impuso pero un pacto entre PSOE y PCE –sí, en aquella época ya los había– le arrebataron la alcaldía: «Éramos pocas pero muy curtidas, y con muchas ganas de trabajar». Con una sonrisa evoca aquel momento en el que dos hombres acudieron a su casa para proponerle ser la candidata en las primeras elecciones locales de la democracia: «Yo pensaba que iban a visitar a mi marido, y cuando me dijeron que si quería ser cabeza de lista me quedé muy sorprendida». «Les pregunté si lo estaban diciendo de verdad», apunta Fernández Labrador, poniendo este botón como muestra de la 'rara avis' en la que se convirtió.
Anécdota similar a la de otra de estas pioneras invisibles, la abulense Dolores Ruiz-Ayucar, primera mujer en ser alcaldesa de una capital de provincia en Castilla y León. «Cuándo en los actos repartían flores a las mujeres de los alcaldes y llegaban a mi marido era muy divertido porque el que las daba no sabía qué hacer», relata la también procuradora en las Cortes, que, entre risas, se resigna a asentir que son «anécdotas por la falta de costumbre que había de ver a mujeres en estos puestos». Al rebobinar el carrete de su vida, Ruiz-Ayucar no oculta que su candidatura «fue un golpe en toda Ávila», y ella «la primera sorprendida». «Recuerdo que al principio los hombres me pedían permiso para fumar en mi presencia, o si decían una palabrota se disculpaban, pero eso quedó atrás».
«Yo me casé en una época en la que tenía que pedir permiso a mi marido para sacar dinero del banco», se retrotrae mordazmente por su anacronía actual, Cristina Agudo, concejala del PSOE en el Ayuntamiento de Valladolid desde 1991 y senadora hasta 2004, que se une a la reflexión de sus excolegas: «El papel de la mujer en la política ha evolucionado positivamente, pero no todo lo que nos gustaría». A renglón seguido añade que aquella hornada de primeras pioneras entendió que «para lograr los cambios que necesitábamos en la sociedad» debían «conquistar puestos que tenían en exclusiva los hombres».
La herencia de las pioneras
Una titánica labor, la de abrir brecha en la piedra, que no dudan en reconocer dos de las grandes mujeres castellano y leonesas de la política actual: Ana Redondo, ministra de Igualdad y exportavoz del PSOE en las Cortes, e Isabel Blanco, una de las tres vicepresidentas de la Junta de Castilla y León en democracia, y estandarte de la igualdad en el Gobierno autonómico. «Hace 50 años las mujeres éramos consideradas ciudadanas de segunda sin prácticamente ninguna autonomía y tenemos que reconocer el gran avance desde entonces», relata a este periódico Ana Redondo, principal voz del Gobierno de España sobre Igualdad, que llama a combatir la «ola reaccionaria y negacionista». «Tenemos que ser claros y fuertes en la reivindicación de la igualdad, porque no hay una democracia real sin igualdad de oportunidades».
«Ellas fueron las pioneras en abrir el camino y ser la punta de lanza que nos ha traído hasta aquí y nos ha señalado el camino», agradece por su parte Isabel Blanco que, se suma a las 'viejas rockeras' de la política para refrendar que «se ha avanzado muchísimo», pero no se conforma y pide más: «Se han alcanzado muchos logros, se han roto muchos techos de cristal, pero todavía tenemos que seguir insistiendo y continuar ese camino que abrieron las primeras parlamentarias». La vicepresidenta argumenta la importancia de la presencia femenina en política sobre la base de que «no puede perderse el talento del 50% de la población» ni «su manera de entender el mundo y aplicar medidas».
Sororidad
Desde la atalaya moral que las otorga la experiencia de saberse las rompehielos en un mundo que llevaba dos milenios reservado a los hombre, no dudan en dejar un recado a las nuevas generaciones de políticas: la necesidad de apoyar la buena gestión femenina sin importar la ideología. Alejadas de la política de bandera y chaqueta, claman para que las mujeres sean el puntal de sus compañeras, no la zancadilla. «Nos hace falta más complicidad entre mujeres de diferentes partidos», resume Soledad Murillo, exconcejal del PSOE en Salamanca y secretaria de Estado de Igualdad con Pedro Sánchez, que anima a la nueva promoción de políticas a «apoyar cuando hay una buena gestión por parte de una mujer, sea del partido que sea». Demanda que no es nueva y que se arrastra desde hace décadas, tal y como constata Pilar Fernández Labrador, que explica que tras su nominación a la alcaldía de Salamanca en 1979 fueron «las mujeres las que me desanimaron a hacerlo, mientras los hombres me apoyaban».
La última frontera
Si para el capitán Kirk y la Enterprise el espacio era la última frontera, para este grupo de mujeres no es otro que el ver a una compañera como presidenta del Gobierno de España tras cinco décadas relegadas a primeras damas. Ya han conquistado las alcaldías, la presidencia de comunidades autónomas, del Congreso y del Senado, pero se sigue resistiendo el nombre en el buzón del Palacio de la Moncloa. Una reivindicación de doble filo que quieren alcanzar evitando la discriminación positiva y sobre un liderazgo femenino de forma natural.
«No quiero pensar que se nombre a una mujer presidenta del Gobierno por ser mujer y no por ser la más válida», resume Dolores Ruiz-Ayucar con una tesis a la que se suma Soledad Murillo, contraria a que se coloque a una mujer «como guinda del pastel». También Isabel Blanco, que apuesta por que el presidente sea la «persona más cualificada» porque «ahí radica precisamente la igualdad». «Ya va siendo hora», sintetiza Juana Borrego. «El siguiente paso es que una mujer presida el Gobierno», añade Rosario Peñalva, al igual que Cristina Agudo y Pilar Fernández Labrador, que conminan a «insistir y seguir trabajando en ello».