En este año 2025 que llega, pasa y queda, en el que se conmemoran los 150 aniversarios del nacimiento de Machado, recorro la ciudad lento y pensativo y, al contemplar sus calles y sus plazas, mi mente se pierde en imaginar cómo fue la llegada del recién nombrado profesor que, además, también era poeta. Un hombre cosmopolita y culto que ya había conocido el París de la bohemia y el Madrid de los grandes intelectuales y de las tertulias, un hombre joven que llega destinado a la vieja ciudad castellana de 7.000 habitantes para tomar posesión de la Cátedra de Francés en el Instituto General y Técnico, anteriormente convento de Jesuitas. Ha pasado ya más de un siglo. Quisiera detener ahora el tiempo para ser testigo directo de aquel día de primavera de 1907 cuando, por primera vez, don Antonio pisa la tierra de Soria, una Soria en la que comenzó casi sin quererla y terminó amándola hasta lo más profundo de la vida y la literatura.
Corre el mes de agosto de 1905 y en España se convocan oposiciones para cátedras de francés en institutos de segunda enseñanza. Animado por Francisco Giner de los Ríos, Machado se presenta a los exámenes -figurando con el número 17 de los inscritos- y obtiene la sexta plaza, pudiendo solo elegir entre Soria y Orense. La Real Orden del nombramiento se publica en la Gaceta de Madrid el 20 de abril de 1907, asignándole un sueldo de 3.000 pesetas anules en el instituto de Soria como catedrático numerario de lengua francesa.
El miércoles primero de mayo de 1907, procedente de un tren que había salido a las doce de la noche de la estación del Mediodía de Madrid, hoy Atocha, llega pasadas las siete de la mañana un pasajero que viaja en un vagón de tercera clase a la estación de San Francisco de Soria, hoy desaparecida. El viajero trae frías las manos y la cara. Al bajar del tren, enciende un cigarrillo y recuerda las últimas palabras que había escuchado de su madre: «Abrígate bien hijo mío, no vayas a coger frío».
Desde la estación de ferrocarril,Antonio se dirige al instituto y allí se presenta ante su director, Gregorio Martínez. Es motivo de este primer viaje de Machado a Soria el tomar contacto con la ciudad y con lo que meses después será su puesto de docente. El poeta regresa después a Madrid, donde pasa todo el verano. Y otra vez al tren, porque en octubre de 1907 toma de manera oficial posesión de su cátedra.
Es objetivo primordial de un servidor ubicar con precisión dónde estuvieron las tres pensiones que ocupó el poeta en Soria y cómo fue el contexto de cada una de ellas. Así que nos remontamos al comienzo del curso académico de 1907. Arropado fraternalmente por Agustín Santodomingo, Machado se aloja en lo que será su primer hospedaje, situado en la calle del Collado, número 54, justo encima del popularmente conocido Bar Torcuato.
La pensión la regenta Isidoro Martínez, practicante de profesión, y Regina Cuevas, su esposa. También se hospedan allí otras personas, como el doctor Íñiguez, Federico Zunón y un delineante de obras públicas. A finales de aquel año, corre el mes de diciembre, los dueños cierran la pensión por el traslado laboral de Isidoro a San Pedro Manrique. Machado, junto a los otros residentes, son trasladados muy cerca de allí, a la calle Estudios, número 7, esquina con Teatinos, donde los nuevos patronos son Ceferino Izquierdo Caballero, hombre de 1,60 centímetros de altura, ojos castaños y pelo del mismo color, cinco años mayor que Machado, cabo retirado de la Guardia Civil -que no sargento, como se dice erróneamente en algunas biografías- y su mujer, Isabel Cuevas Acebes, hermana de Regina. Cuenta el matrimonio con tres hijos: Leonor de 13 años, nacida en Almenar; Sinforiano, de 10; y la pequeña Antonia, de apenas dos años, nacida en Gómara.
Ni rastro queda de esta pensión en la actualidad, porque el edificio fue demolido en su totalidad en los años 80 para construir nuevas viviendas. Apenas hay registros de cómo era, solo sabemos que tenía un portal muy amplio desde donde había acceso a un patio con pozo en el medio; y que las habitaciones, a las que se accedía a través del patio, estaban distribuidas de manera desigual.
Y será aquí, en esta pensión, donde Machado comienza a sentir el amor por primera vez en su vida. Ella es la hija mayor de los dueños, se llama Leonor. Amor deseado a pesar de los 19 años de edad que la distanciaban del poeta, porque Antonio tiene 32 y Leonor, 13. Amor verdadero que a Antonio se le presenta como amor salvador, aunque fugaz sea. La niña piensa que en los verdes prados ha de correr con otras doncellitas, en los días azules y dorados, cuando crecen las blancas margaritas.
Los padres de Leonor aprueban el compromiso, pero habrá que esperar dos años, hasta que la primogénita cumpla los 15, que por aquel entonces era la edad legal para contraer matrimonio. La boda se celebra por fin el 30 de julio de 1909 en la iglesia de Santa María La Mayor. Oficia la ceremonia Isidro Martínez, cura párroco, y los padrinos son Ceferino Izquierdo, padre de Leonor y Ana Ruiz, madre del poeta. Tiene Antonio 34 años y Leonor próximos los 16. Una vez casados, Isabel Cuevas alquila al matrimonio una vivienda, esta vez en el primer piso de la calle Estudios, número 4, con el objetivo de que la pareja goce de más intimidad. En la actualidad, una placa metálica nos recuerda que allí convivieron los esposos. Sería ésta, por tanto, la tercera pensión de Machado, pero aquí hay que hacer una salvedad. Los recién casados no pernoctan allí ni una sola noche, pues la vida cotidiana la siguen haciendo en la pensión de los padres de Leonor. Así lo apuntan fuentes documentadas extraídas de los escritores Luis Cabrejas y Martín de Marco.
La vida de los cónyuges transcurre en un continuo devenir de dicha y bien estar. Machado imparte sus clases de francés en el instituto mientras trabaja sin cesar en su nuevo libro, Campos de Castilla. Pero la felicidad, que prometía ser duradera, queda truncada definitivamente cuando dos años después, el 14 de julio de 1911, durante una estancia de ambos en París, un inesperado y repentino vómito de sangre sorprende a Leonor. La tuberculosis se anuncia de manera inexorable. Machado recorre el más doloroso calvario de su vida en busca de un médico, que no encuentra.
Al día siguiente, la joven esposa queda ingresada en el sanatorio de San Lázaro durante 55 días para recibir todos los cuidados necesarios, mientras que el poeta no se separa ni un solo instante del lecho de la enferma.
Regresa el matrimonio a Soria en septiembre de 1911. Desde entonces, Machado ya no hace otra cosa más que cuidarla. Cada tarde la empuja en un cochecito por la cuesta del Mirón, tratando de airear los pulmones de una joven que, con 17 años, se muere sin remedio. Al llegar a la ermita, le abre las puertas del templo para que Leonor pueda rezar a la Virgen, luego la deja en la esplanada de hierba para que tome el tibio sol de la tarde, le besa en la frente, le escribe poemas improvisados que luego le lee. Leonor sonríe, pero el poeta se aleja durante algunos minutos con la excusa de que desea contemplar el paisaje, cuando en realidad, evita que ella lo vea llorando.
En mayo de 1912, el poeta se aferra a la esperanza. Nace así el extraordinario romance de A un olmo seco. «Olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera», escribe.
Pero la primavera en el resurgir de la vida, no quiere hacer el milagro. Leonor se agrava por momentos y fallece el primero de agosto de 1912 a los 18 años de edad. La muerte de Leonor hunde al poeta en una profunda depresión que lo lleva al borde del suicidio. La ausencia de la amada esposa deja hondas heridas que nunca cicatrizan, ni en su alma ni en su pluma. El 8 de agosto de 1912, acompañado de su madre, Machado abandona Soria en un tren con destino a Madrid. Ya no volverá a pisar la tierra de la vieja ciudad castellana hasta 20 años después, en plena República, cuando el 5 de octubre de 1932 es nombrado Hijo Adoptivo.
«Nada le debe Machado a Soria. Todo y más le debe Soria a don Antonio.?Y al cabo, nada os debo, me debéis cuanto escribo, a mi trabajo acudo, con mi dinero pago, el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago».?
Años después, en 1919, ya desde Baeza, Antonio Machado escribe carta a Pedro Chico, también profesor en Soria. «Vive usted en un pueblo al que profeso un cariño entrañable. Si la felicidad es algo posible y real, lo que a veces pienso, yo la identificaría mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer, a quien como usted sabe, no me he resignado a perder y cuyo recuerdo constituye el fondo mas sólido de mi espíritu».