Lo supo al instante al pisar el monasterio de Santa María de Huerta. Al fin y al cabo era aquí donde empezó a dar forma la novela y donde la propia historia y la leyenda que rodea a Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, y al propio Cantar que cantó sus gestas, encontró su propio final. Porque la historia salió al encuentro de Antonio Pérez Henares en este magnífico entorno cisterciense, era lógico que entre sus muros presentara esta semana su nueva novela El juglar. La voz del Cantar del mio Cid, un acontecimiento para el que reunió a medios escogidos de la provincia como La 8 Soria y El Día de Soria y de ámbito nacional como El Español o Zenda. «Yo soy novelista, pero hay elementos que son historia», confesaba Pérez Henares en el mismo lugar en el que casi nueve siglos antes, en el año 1199, tuvo lugar la primera lectura pública del Cantar del mio Cid, sin duda, asegura, la «piedra angular» de la literatura española, que para el escritor, además, inauguró el género de la novela. Al visitar por primera vez el monasterio tuvo la impresión de que historia y realidad se fundían en uno al servicio de la historia que realmente quería contar: la de los juglares. «Siempre me ha fascinado ese ir y venir por los pueblos, por las ferias, los mercados...», confesó. Literariamente, eran los personajes que mejor podían contar «cómo era el mundo medieval», una época, frente a lo que se considera erróneamente, llena de «colores tremendamente alegre», recalcó. A falta de uno, Pérez Henares creó tres juglares (abuelo, padre e hijo), un arco generacional que recorre el Cantar del mio Cid desde sus orígenes, muy vinculados a las tierras de Medinaceli. «Tengo la certeza que ya había sido insinuada por Menéndez Pidal, de que el autor de la primera parte era oriundo de esa zona», concluyó el autor. Además, insiste, debió formar parte de los hombres del Cid. Para Pérez Henares, en ese ambiente nació «el poema más potente del mundo», tanto que ha llegado a la actualidad como muchos otros romances transmitidos oralmente. «Los juglares no sabían leer ni escribir, pero sabían versificar». Y no sólo eso. La genialidad de este poema épico está también en la forma en la que narra, «con una sensibilidad tan increíble», la propia historia mezclando personajes verdaderos con otros ficticios, un recurso que también incorpora Pérez Henares a su novela.
per abbat. Combatientes, andariegos, cosmopolitas, literatos, hombres de fe... los tres juglares de Pérez Henares siguen la pista del Cid hasta fundirse en el propio Cantar hasta Per Abbat, que dejó su firma en el año 1207 en el primer manuscrito de la obra. ¿Y qué mejor final que acabar sus días en el monasterio de Santa María de Huerta? «Aquí vertebré el final», confesó en la sala de los conversos del monasterio y antes de iniciar un nuevo recorrido por las salas del monasterio en el que transcurre la última parte de su novela. «¿Es todo casualidad que se lea aquí el Cantar por primera vez en presencia del rey Alfonso VIII, que sea la zona donde naciera uno de los primeros juglares que, casi con toda seguridad, lo crearon y que, además, esté enterrada aquí una bisnieta del Cid?», reflexionó Pérez Henares. Para el autor, no. Porque, a parte de su valor literario, esta obra cumplió un importante papel propagandístico en su día. Tras la amarga y desmoralizante derrota de Alarcos, una Castilla amenazada por múltiples enemigos necesitaba crear en héroes. «Hay que levantar el reino», añadió Pérez Henares. La figura del Campeador, por tanto, será la elegida para recomponer la moral; para fervorizar a un pueblo desesperanzado.
El Cantar comienza a ser recitado en todas las plazas. El señor de Molina de Aragón, Pedro Manrique de Lara, a la sazón casado con una descendiente del Cid, es el gran impulsor de la difusión de esta obra y, al mismo tiempo, el mayor benefactor del monasterio de Santa María de Huerta. Una tras otra, insistió, la propia Historia le salió al encuentro de una novela, «muy viajada» en la que Medinaceli, Rello, Osma o Gormaz tienen también, entre otras muchas tierras cidianas, gran protagonismo en la novela. Pero en Santa María de Huerta, concluyó, El juglar. La voz de Mio Cid se cierra el círculo. Allí, pasado, literatura, ficción y realidad convergen para poner el punto y final a un proyecto literario que le ha llevado a Pérez Henares a los orígenes del Cantar.