Durante mi reciente viaje por México no pude evitar ir rastreando las posibles huellas sorianas. Aunque, por decir verdad, Soria me salía al paso por todas partes... Una tarde en Guanajuato, al comentar a un nativo que me inquirió por mi origen, que venía de Soria, me preguntó si había llegado en coche o en bus... Le dije, no, en avión, claro... Noté su extrañeza, porque me dijo que Soria estaba a menos de 40 kilòmetros... Me hablaba, por supuesto, de la Soria de Guanajuato, emporio textil y muy bella ciudad mexicana...
Pero ya antes había comprobado que una de las principales redes de hipermercados del país Centroamericano se llama, precisamente, Soriana...
Imposible, por tanto, cerrar los ojos ante el resplandor de lo soriano en esa Nueva España que, en realidad, es más antigua que en la que vivimos. Tanto y tan bien han sabido conservar el patrimonio arquitectónico virreinal. Por lo demás, el mexicano y el español son -parafraseando lo que decía Winston Churchill sobre ingleses y norteamericanos- dos pueblos hermanos separados..., por el idioma. Exagero, claro, pues el castellano que se habla allí es óptimo, quizá mejor que el tan deteriorado que hablamos en la península. Pero muchas palabras tienen allí significados diferentes que llegan a producir algunas cómicas confusiones. Por cierto, la X allí se pronuncia J, pero eso es una más de las reminiscencias del Siglo de Oro español. Aquí también escribíamos exemplo, pero pronunciábamos ejemplo.
Presencia de Soria en MéxicoDurante mis paseos por las viejas ciudades coloniales, tres sombras amigas me acompañaban. Tres sorianos con un pie en cada lado del 'charco'. La primera, la de don Mariano Granados Aguirre, la segunda la de don José Tudela de la Orden. La tercera, más distante, la de Benito Artigas Arpón. Habría que añadir una cuarta, la del navarro Venerable Palafox.
A don Mariano le conocí durante su regreso del exilio mexicano, en su primera y última vuelta a Soria tras la Guerra Civil. Siento disentir de José Antonio Pérez Rioja cuando, en su Diccionario Biográfico de Soria(1) describe la corta estancia de Granados como algo casi fúnebre y le retrata como nostálgico, triste, emotivo, hasta el punto que se le saltaban las lágrimas... No es esa la impresión que me dio, siendo como era yo entonces apenas un adolescente, pero ya con las ideas muy claras. No le vi llorar, sino despotricar contra la todavía vigente dictadura (2). Y es muy significativo que eligiera radicar su tertulia en la rebotica de la librería de mi familia, entonces mentidero de la villa y redil notorio de la oposición. Si hubiera vuelto, como sugiere Rioja, con el rabo entre las piernas, hubiera sentado sus reales en el Casino Amistad, supongo. Escribí hace ya muchos años en la revista que dirigí (Abanco/Cosas de Soria):
Tuve la suerte, muy joven, de conocer a don Mariano Granados Aguirre en la que fue su visita postrera a Soria en los primeros años setenta. Durante unas semanas mantuvo abierta tertulia en la librería familiar de la Avda. De Navarra y yo, a la sazón antifranquista (3) en ciernes, no perdía ripio de sus palabras. En algún lugar he dicho que a través de nuestras conversaciones tomé contacto con la vieja legitimidad republicana.
Don Mariano, fundador de La Voz de Soria y Fiscal General con la República, poeta y ensayista, participó ya en el exilio mexicano en la revista Las Españas, con el catalán Bosch Gimpera y con el segoviano Anselmo Carretero, entre otros, y escribió su imprescindible España y las Españas donde compara el viejo grito de los jelkides eúskaros (4) con el sorianísimo ¡Usos y Costumbres!
Pero sin duda la sombra más cálida allá en México fue la de don José Tudela (Pepe para los amigos, entre los que se contaba nada menos que don José Ortega y Gasset). He de reconocer que, obcecado por mi ya extinto sorianismo, censuré durante años que a Tudela se le considerara sobre todo un americanista (5). Reivindicaba yo entonces sus artículos etnográficos de juventud, muy nacionalistas castellanos más que otra cosa, donde nos prevenía contra el centralismo de la leonesa Valladolid. Pero lo cierto es que, pese al emblemático artículo que Ortega le dedicó, Tudela nunca volvió a la Mesta. Y, como tantos antes y algunos después, se enamoró de México, al que dedicó varios artículos y libros, hasta el punto de recuperar y reeditar un códice azteca que lleva su nombre. Visitando la Ciudad de México, una noche estremecedora, junto a la vieja catedral que se hunde inexorablemente en la laguna de Tenochtitlán, cómo no recordar la increíble sincronía paranóico-crítica, que Tudela hace entre la Noche Triste de Cortés en la capital mexica y la no menos triste del cónsul Mancino frente a Numancia... Recordemos. En ausencia de Cortés, el pérfido Alvarado masacra a traición a la nobleza azteca en el Templo Mayor con el único objeto de rapiñar sus riquezas áureas.
Cuando Cortés regresa a Tenochtitlán el desaguisado ya no tiene remedio. Para evitar lo peor el conquistador organiza la huída en silencio, pero unas mujeres le descubren y alertan a los guerreros mexicas. Se produce una matanza donde fallece la mitad de la fuerza castellana. Los guerreros arrojaban a los canales los cuerpos yertos de los españoles, y hasta las cabezas cortadas de sus temidos caballos. Cortés escapa de milagro, herido, tras saltar uno de los canales que rodeaban la ciudad lacustre. Llora su derrota junto a un árbol, un huehuete, que luego sería rememorado. Hasta aquí Tenochtitlán. ¿Y Numancia? Bueno, allí la sangre no llegó al río. También Mancino, previendo una derrota, quería confundirse con el paisaje, aprovechando la noche. Pero dos jóvenes celtíberos habían salido a la caza del romano, porque las doncellas de Numancia sólo concedían su mano a quienes, precisamente, les trajeran como trofeo la de un romano. Los guerreros vieron a los legionarios tratando de escapar a la chita callando y avisaron a los numantinos que hicieron una salida y rodearon a los fuguistas. Salvaron el pellejo con un tratado que, como todos los demás, Roma no cumplió. El resto es historia...
Y escribió Tudela sobre los Cristos Tarascos. Y me encuentro en México con esas imágenes nativas elaboradas con pulpa de maíz, bastante inquietantes, de las que Tudela hizo relación. Y es cosa bien curiosa que los indios, oprimidos por algunos comendadores demasiado ambiciosos mandaban a la Corte sus reclamaciones dentro de estas imágenes. Insólitas misivas que evitaban así las censuras de los virreyes avariciosos. Cuántos de estos Cristos Tarascos, de la nómina de de Tudela, contendrán todavía viejas reivindicaciones nunca atendidas... Y, por cierto, hay uno en el convento de la Venerable Sor María, en Ágreda (6?). Pero... en verdad en verdad os digo, que España vive más allí que en esta mortecina Europa con fecha de caducidad. México es el porvenir. Su vitalidad es apabullante. Su natalidad hiperbólica (7). Y, salvo la referencia azteca, muy frágil, lo que les queda es lo hispano. Y sus élites lo saben bien. Resta, en esa trilogía de sorianidad, la de Benito Artigas Arpón. A diferencia de los dos anteriores ángeles tutelares de mi visita mexicana, a Artigas no le conocí. Aunque sí a algunos de sus familiares. Se abre aquí un capítulo que tengo que dedicar a mi funesta inconsciencia juvenil. Mi padre siempre insistió en que le acompañara a sus encuentros con los Artigas, y de hecho lo hice varias veces, en la vecina Dehesa de San Andrés y en el desaparecido bar y embarcadero de don Augusto, junto al Duero. Pero confieso que no puse mucho interés y ahora me arrepiento. Soy el albacea de algunos manuscritos de Benito Artigas, que quizá algún día me anime a exhumar, como prometí en su día. Esa es una de las asignaturas pendientes, puesto que todavía no irrecuperable. Por ahí anda la carpeta con los textos de don Benito. Motivo de más para recuperar el hilo de mi aventura mexicana, que -como otras recientes- se me desdibuja a pasos agigantados.
Se me olvidaba explicar que Artigas Arpón, fue diputado por Soria y que cuenta los sucesos del 18 de julio del 36, y posteriores, en un libro ya inencontrable: De la Tragedia de España (México, 1978). Además formó en Madrid el Batallón Numancia, con la ilusa esperanza de reconquistar Soria para la República. No llegaron ni a Siguenza (8)... Y aún eso gracias a las 100.000 pesetas que le sacaron al Vizconde de Eza.
Mi compromiso con México no queda saldado con estas líneas, claro está. En ciernes va elevándose, como las torres de la catedral de Puebla, un libro futuro, que quizá titule, recuperando otro del que fue mi amigo, Ernesto Giménez Caballero, Amor a México...
Porque Malú, la guía y asesora de mi visita, me dijo al despedirnos. México tiene un peligro para los que los que lo visitáis, y es un peligro muy grave. Pero no el que pensáis al llegar (que os secuestren, que os roben, qué se yo... ) Sino el de no regresar, el de que quedaros aquí para siempre... Yo no me he quedado, pero Álvaro, se quedó. Me lo confesó una madrugada en Oaxaca: Yo no vuelvo, man, me quedo de momento y ya veré (9)... Luego se ha dedicado a mandarme fotos del México Profundo por 'whatsapp'... ¡Para darme envidia! Pero queda quizá lo más importante. En la catedral de Puebla está el cenotafio de Juan de Palafox, su obispo, que lo fue luego de Osma, donde está hoy enterrado. Pero allí, en Puebla donde dejó su espléndida biblioteca y donde no desesperan de recuperar sus restos, permanece su tumba. Como veo difícil que los burgenses los cedan, y como la fuesa en Puebla sigue vacía yo propongo legar mis huesos (dentro de muchos años) para sementera en la catedral, pues aunque, como Juan de Palafox (que era de Fitero) no nací en Soria, bien podría figurar como soriano consorte o algo parecido.
Y de propina legaría mi biblioteca, más numerosa por cierto que la de Palafox, aunque sin duda infinitamente menos valiosa... Porque aquí, en Soria, mucha pasión por los libros, la verdad, no la detecto. Quizá en Ultramar los aprecien un poco más. Las crónicas cortesianas hablan de un tal Bernardino de Soria que luchó junto al capitán, y de un misterioso soldado, Gonzalo Ruiz, quien aprovechando la desbandada de los castellanos en la ya citada Noche Triste, distrajo tres lingotes de oro. ¿Un antepasado?
1. Plagado de errores y ausencias. En la página 298 me hace nacer en Soria, cuando vi la primera luz en la D´Alt Vila de Ibiza. 2. En el libro El Exilio Republicano de 1939, de Francisco Caudet, se habla del Movimiento Español 1959 que organiza en 1960 un acto de protesta en el Cine Versalles. 3. Lo que me llevó, muy pocos meses después de estos encuentros, a comisaría y luego a la cárcel provincial. 4. Jaukoikoa eta Lege Zaharra! (Dios y Ley Vieja!) 5. Como blasona la placa colocada en su casa solariega de la calle Caballeros. 6. El pintor Maximino Peña usó como inspiración para un retrato de la Sor la efigie y figura de una bisabuela mía. 7. Parafraseando a Napoleón que mantenía que las bajas de Borodino se saldaban con una noche de amor en París, diríamos que la despoblación de Soria quedaría solventada con una sola jornada de coyunda de Ciudad de México (22 millones de habitantes). 8. De esto hablo in extenso, en mi novela El Sueño del Spahi (Un soriano en la guerra civil)