La supresión del Premio Nacional de Tauromaquia por parte del ministro de Cultura, Ernest Urtasun, y que venía concediéndose cada año desde 2013, ha vuelto a reactivar el eterno debate sobre si la fiesta taurina se trata de una manifestación cultural o, por el contrario, es simplemente un acto de maltrato animal trasnochado y atemporal para los tiempos que corren. Es, sin duda, una cuestión que suscita opiniones encontradas y para todos los gustos. A juicio de los defensores de la tauromaquia, estamos ante un espectáculo que forma parte ineludible de la cultura y la tradición arraigada en el país, con raíces históricas que se remontan varios siglos atrás. Entre sus argumentos, también figuran la preservación de las señas de identidad del patrimonio cultural de la nación y la generación de empleo en diversos subsectores: ganadería, eventos, turismo y hostelería. Todo eso, sin aparcar otro tercer argumento de peso como es la propia conservación de la raza de toros bravos, cuya cría se relaciona de manera específica con las corridas de toros.
Mientras, los detractores esgrimen el sufrimiento que se inflige a los toros durante la lidia y la crueldad que supone ver el estrés y el dolor con el que acaban su vida en los ruedos ante el aplauso inmune y despiadado de centenares de seres humanos. Entran en juego, por tanto, doctrinas éticas y de respeto hacia la vida de los animales, así como el impacto que esta práctica pudiera derivar en la sociedad al vincularse la violencia con una forma de entretenimiento.
No cabe duda de que estamos ante una cuestión de enorme complejidad y que presenta distintos matices. ¿Cómo hacer compatible el espectáculo taurino con la erradicación de todo dolor al animal? Difícil respuesta para un país donde las tradiciones parecen anteponerse a determinados avances. El ministro Urtasun ha encendido una mecha sin encomendarse a nadie y eso tampoco parece serio. Los puntos intermedios y equidistantes se juntan si ambos extremos muestran verdadera voluntad de acercamiento. Lo demás es politizar la fiesta taurina sin entrar en la raíz del asunto; o sea, una cornada más al sentido común.