Despojada, desnuda de todo artificio exterior y aislada en un paisaje estepario soriano, la ermita de San Baudelio esconde en su interior un mundo deslumbrante imposible de presagiar. Con la joya más original de la arquitectura prerrománica soriana sucede algo similar a lo que rodea a la narrativa de José Jiménez Lozano; es un tesoro que está ahí, solitario, ajeno a modas o corrientes estéticas, cimentado en un "dominio de la literatura universal inaudito" y en la "profundidad y verticalidad de pensamiento", a partir de fuentes inagotables de sabiduría que, por diferentes motivos, "han quedado totalmente arrumbadas por la historia".
Los entrecomillados son del poeta soriano Fermín Herrero, Premio Castilla y León de las Letras y cómplice de la Agencia Ical en la celebración del 40 aniversario de la 'Guía espiritual de Castilla'. De su mano, atravesamos el umbral que Jiménez Lozano fija en su libro como portal mágico de acceso a un intenso viaje al interior: "Por fuera y por dentro, la historia y el alma colectivas, los sentires, pensares y vivires de Castilla son ciertamente fronterizos, y para adentrarnos en ellos hay que pasar por un arco de herradura", escribía.
Ese arco de herradura es la puerta de acceso a la ermita de San Baudelio de Berlanga, "punto de partida y de llegada" de la 'Guía', "hito originario y conclusivo" de un libro de estructura circular, que se cierra con un ojo en la ermita de Santa María de Quintanilla de las Viñas (Burgos) y otro en el punto de partida soriano que, "simbólicamente, para él encarnaba el edén de Castilla".
El edén prodigioso de Castilla - Foto: Eduardo Margareto ICALPara Fermín Herrero, San Baudelio es la "piedra angular" de la 'Guía espiritual de Castilla' fundamentalmente por dos motivos: "Desde el punto de vista estético, es un lugar de confluencia entre lo musulmán y lo cenobítico, y aún antes con lo eremítico; y por otro lado, es un enclave fronterizo en una tierra de repoblación, algo que engarza de forma decisiva con el tema medular del libro, la concepción de Castilla como un mestizaje de las tres culturas: la musulmana, la cristiana y la judía". A todo ello se suma que, "desde el punto de vista personal", el Premio Cervantes veía la ermita como "un lugar prodigioso", "un oasis paradisíaco" que "recogió todo el esplendor del arte musulmán y acabó transformándose en la austeridad del románico".
Un cuento oriental
En la 'Guía espiritual', Jiménez Lozano narra lo que califica como "un cuento oriental", el de "Castilla como Oriente, antes de convertirse en un país románico y europeo". Ese cuento comienza "con un manantial de agua fresca y una gruta, y unos árboles en torno. Y un ermitaño o morabito que allí habita naturalmente". Aún se conserva en el interior de San Baudelio, precedido por un cartel de 'No pasar' escrito a mano, una suerte de ergástula en un lateral de la nave, que bien podría emparentarse en el imaginario de Jiménez Lozano con la lóbrega celda del convento de Nuestra Señora del Carmen, en Toledo, donde su querido Juan de Yepes (San Juan de la Cruz), dio forma a las primeras estrofas de su 'Cántico espiritual'.
A él le dedica en la 'Guía espiritual' el capítulo 'Una tumba, en Fontiveros', y de él, como de su no menos venerada Teresa Sánchez (Santa Teresa de Jesús), apunta que en esas páginas "no se trata de insinuar que sus aventuras espirituales están determinadas por la geografía, sino de subrayar de qué modo la tierra que vieron sus ojos les ofreció símbolos para la expresión de su interior experiencia y arropó su vida".
Cuestionado sobre la vertiente poética que pudiera encerrar la 'Guía espiritual', Fermín Herrero recalca que aunque "Jiménez Lozano no era muy amigo de poéticas", sí pueden apreciarse ecos de la poesía despojada que el autor alumbró en su última década de vida, donde profundiza en la mística, algo a lo que "siempre se aproximó con sumo respeto y cuidado, porque la mística te excede". "Él solía recordar la anécdota de Robert Musil, que le preguntó a Soma Morgenstern qué pensaba que había que hacer a la hora de afrontar una obra literaria y este le dijo que había que hacer como los patos cuando salen del agua: sacudirte todo lo teórico o artificioso para intentar ir a lo profundo y a lo esencial. Ese camino hacia lo sobrio y lo austero es algo que siguió Jiménez Lozano a lo largo de toda su trayectoria, y lo repitió también en su poesía, que comenzó con una base narrativa pero derivó en un lirismo puro", relata.
Para Herrero, que tituló 'Un poeta japonés' uno de los primeros artículos que escribió en prensa en torno a la poesía de Jiménez Lozano, "la mitificación oriental es una constante" en toda la obra del abulense y remite a su vez a la literatura griega y a los orígenes ancestrales de la oralidad. Ese "aire oriental" impregna los muros de San Baudelio de Berlanga, otrora vestidos con las 23 pinturas murales que en 1922 fueron extraídas de las paredes del templo mediante la técnica italiana del 'strappo', después de que los vecinos de Casillas de Berlanga vendieran por 65.000 pesetas de la época los terrenos donde se ubicaba la ermita al coleccionista norteamericano León Levi, a través del marchante de arte Gabriel Dereppe.
Hoy seis de aquellas imágenes pueden admirarse en el Museo del Prado y el resto se reparten entre el Museo Metropolitano de Nueva York y otros museos de Cincinnati, Boston e Indianápolis. Tras el expolio, hoy en el templo soriano, actualmente anexo del Museo Numantino de Soria, apenas quedan las improntas, los rescoldos, las huellas del esplendor iconográfico que durante siglos revistió las paredes de lo que Jiménez Lozano bautizó en su libro como "la Capilla Sixtina de Castilla".
La trilogía románica de Castilla
Se trata de unas pinturas que, por numerosos detalles iconográficos, los investigadores atribuyen al mismo grupo de artistas que crearon los murales de la ermita de San Miguel, en Gormaz, así como la ermita de la Vera Cruz en Maderuelo (Segovia), la trilogía pictórica románica por excelencia de la Castilla medieval. Nos acercamos hasta la cercana Gormaz, otro de los rincones más queridos por el Premio Cervantes, si bien no aparece citado en su 'Guía espiritual' ya que cuando se publicó, en 1984, el templo de San Miguel aún no había sido rescatado del olvido.
Con la techumbre derruida y un uso ocasional para guarecer a las ovejas en el pórtico, como también sucedió durante décadas con la propia San Baudelio, el azar quiso dejar al descubierto los murales de San Miguel en 1996. Al realizar obras de reconstrucción del tejado, un desprendimiento sacó a la luz la paloma ascendente que corona el presbiterio del recinto. Aquella imagen dio pistas de las pinturas que podían esconderse tras el retablo barroco, y durante los trece siguientes años se trabajó en la restauración de los murales, que finalmente vieron la luz en 2009 con motivo de la celebración de 'Paisaje interior', la última edición del primer ciclo del proyecto expositivo 'Las Edades del Hombre', con sede compartida entre la concatedral de San Pedro de Soria y las citadas San Baudelio y San Miguel.
"A él le gustaba mucho San Miguel, una ermitilla que condensa muy bien ese diálogo entre las tres culturas de la 'Guía' porque está enclavada a los pies de la colosal fortaleza califal de Gormaz", apunta Herrero, que incide en cómo en una única imagen de esa ladera se vislumbra el "poderoso contraste entre lo musulmán y lo cristiano".
Las imágenes recuperadas en Gormaz narran escenas bíblicas como el pesaje de las almas entre San Miguel y el diablo, y representan a figuras como los tres patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob), los Reyes Magos o el propio Herodes, con una torre que simboliza Jerusalén y los árboles del paraíso. Al contemplar los pasajes, Herrero recalca la importancia decisiva que la Biblia ("un libro que indudablemente tiene también una impronta oriental clarísima en su manera de narrar, sobre todo a través de las parábolas") tuvo en la manera de fabular desplegada por Jiménez Lozano en la 'Guía espiritual' y en buena parte de su obra.
El "árbol de piedra" sagrado
Las pinturas que brillan en las paredes de San Miguel son sombras en San Baudelio, un edificio "concebido como un gran árbol de piedra, cuyas ramas sostienen el cobijo de la techumbre", en palabras de Jiménez Lozano, que asocia en su libro esa primera palmera de Castilla con "un símbolo paradisíaco", que no representa sino "la sombra y la frescura tras el arduo caminar que es la vida".
Al adentrarse en San Baudelio, los ocho arcos de la columna cilíndrica central, salpicada de gruesas gotas carmesí, se despliegan con majestuosidad sobre el visitante con forma de herradura, conservando buena parte de las escasas pinturas originales que fueron restituidas al templo. Son ramas que confluyen en el tronco central de la famosa palmera, que bien podría ser entendida como el elemento nuclear de la Castilla de la que habla Jiménez Lozano en sus páginas, una confluencia de culturas a través del tiempo y del espacio.
"Es un oasis y un refrigerio, pero también una escala hacia lo Alto", escribía él sobre ese "árbol sagrado" (de nuevo son evidentes las conexiones bíblicas) que domina y sostiene San Baudelio. "Esa palmera es el puntal de san Baudelio, de la misma manera que la propia ermita es el puntal de la 'Guía espiritual'", resume Herrero, que también apunta la posibilidad de considerar ese libro como una suerte de precursor y aglutinador de apuntes y esbozos de lo que llegaría cuatro años después, el magno proyecto expositivo de Las Edades del Hombre.
Un escritor universal
Para Fermín Herrero, Jiménez Lozano "nunca fue castellanista", una afirmación que sustenta en ideas como la deslizada por el Premio Cervantes en 'La luz de una candela' (1996), donde se preguntaba con la ironía que siempre le caracterizó: "¿Vamos a desvelar el ser en los pinares de Covaleda?". "¿Qué quería decir con eso? Que todo lo esencial en Castilla es fruto del mestizaje, algo en lo que coincidía con Américo Castro", apunta Herrero.
Para el poeta, lo que Jiménez Lozano hace tras recibir el encargo por parte de la editorial Ámbito es preguntarse para sus adentros "qué es lo que configura el ser castellano, lo verdaderamente esencial castellano", hasta componer "una especie de 'patchwork'" que es el libro, tras un proceso similar al que pudo conformar durante siglos la propia Castilla. Así, por sus páginas desfilan personajes tan antagónicos como George Santayana (escéptico abulense a la vez que profesor de Harvard) y los místicos, o conviven descripciones de los platos típicos de la comunidad judía con algunos procesos inquisitoriales.
Para Herrero, "pocos libros han ahondado tanto en el espíritu de esta tierra" como la 'Guía espiritual' o 'Los ojos del icono' (1988), que entiende como una suerte de "prolongación" o "complemento" de aquel. Esos dos trabajos, además de los diarios del abulense, son, dentro de su creación ensayística, "donde desarrolla más en profundidad su pensamiento estético en general". "Jiménez Lozano pasa por ser un prototipo de escritor castellano, pero aunque tiene muchos libros en los que se aproxima a la idea de Castilla, para mí es un escritor universal. Era una persona de una cultura amplísima, que siempre estuvo por integrar las culturas y no por segregar, y mucho menos por acudir a banderas o a esas cosas que siempre carga el diablo", reflexiona.
"A él le gustaba tanto San Baudelio como algunas iglesias islandesas, por poner un ejemplo. Toda su literatura es la de un humanista, uno de los últimos grandes humanistas que ha habido en Europa", asegura recordando que su fallecimiento en 2020 se sumó a la pérdida de otros pensadores como George Steiner (que murió un mes antes) o Harold Bloom (desaparecido en octubre del año anterior). "Con ellos desapareció un humanismo irrepetible", lamenta.
Para Herrero, además de ser un escritor "poco conocido", se trata sobre todo de un autor "a contratiempo", algo que, a su juicio, comparte con la mayoría de los clásicos. "Él no criticaba el progreso por sí mismo, pero en su obra dejó patente cómo en el mundo, desde el siglo XIX, cada adelanto técnico, cada paso adelante, obra en detrimento de lo espiritual. De eso se dio cuenta desde el principio, mucho antes de todo el desarrollo tecnológico. Sus primeras obras son casi proféticas sobre lo que está pasando ahora: el arrasamiento de la parte espiritual del ser humano en occidente", reflexiona.
Soria en el imaginario
Cuestionado sobre el espacio que Soria ocupaba en el imaginario de José Jiménez Lozano, Fermín Herrero aclara que el abulense desconocía buena parte de la provincia, si bien la comarca de Berlanga (adonde realizó uno de sus últimos viajes en vida para visitar el Centro Internacional de la Cultura Escolar en Berlanga de Duero y donde se anclan San Baudelio, Gormaz o Rello) "era para él como una tierra de promisión", y, "literariamente, el centro neurálgico de su obra". En ese sentido, son muchas las conexiones entre la 'Guía espiritual' y su cervantina novela posterior, 'Maestro Huidobro' (1999), donde ese espacio soriano "es, al mismo tiempo, real y mental; un paisaje que, más que estar, se lleva".
En el capítulo de la 'Guía espiritual' 'Los fauves castellanos', Jiménez Lozano se pregunta: "¿Acaso los propios ángeles de los Beatos no son 'etíopes', y no es igualmente 'etíope' esa lúdica imaginación de fauna oriental y fantástica del oso, el dromedario o el elefante de San Baudelio?". Retomando aquel pensamiento, en 'Maestro Huidobro' el escritor se entrega al divertimento al enfrentar a su protagonista ("una especie de alter ego suyo", en palabras de Herrero) con un pintor llamado 'El Etíope', a quien en esa mágica ficción le atribuye la autoría de las pinturas de San Baudelio. Para Herrero, "al convertir en ficción sus ideas sobre San Baudelio y alrededores, podría entenderse que Jiménez Lozano trasciende este paisaje, este espacio real, hasta elevarlo, por decirlo de algún modo, a mitológico". "Para él toda esta comarca era importante, por lo fronterizo que representa y por la desolación que la envuelve, algo que ahora es tónica general en Soria. Era un espacio que le interesaba muchísimo y que es relevante en su obra", reflexiona el poeta soriano.
No deja de ser representativo en ese sentido el mapa o Imago Mundi con que se cierra 'Maestro Huidobro', donde Jiménez Lozano plasma los territorios de su propia biografía, que lindan al norte con Islandia y Rusia, al oeste de San Baudelio con París y 'el mar visible', y al este con la evocadora Etiopía, de donde procedía su soñado responsable de las mágicas pinturas que otrora bañaron las paredes de San Baudelio.