Se reprocha al PSOE, particularmente a Sánchez, que no hiciera autocrítica en el Congreso de Sevilla. ¡Hombre! Con el apedreamiento que sufre, no faltaba sino que contribuyera a ello autolapidándose. Hasta el más reconcentrado de los enemigos del principal partido que compone el Gobierno puede entender que a un herido no le apetezca gran cosa colocarse un cilicio. En todo caso, habría sido la primera vez en la historia, en la de España cuando menos, que un partido político hiciera autocrítica en uno de sus congresos, que, como se sabe, son celebraciones para el éxtasis de la reivindicación tribal.
En el 41 Congreso del PSOE no hubo, ciertamente, autocrítica, porque, como queda dicho, al partido socialista no le cabe una crítica más, pues se le critican hasta sus aciertos, y éstos más acerbamente que sus yerros. Además, al suponer que el PSOE y el Gobierno son exactamente la misma cosa, sus debeladores arrojan contra él los pedruscos destinados a sus siglas y los dirigidos a un Gobierno de coalición sostenido por una amalgama heteróclita de otros partidos.
No hubo autocrítica, pero dejando a un lado que, de haber querido hacerla, el PSOE no habría encontrado algo nuevo nuevo o distinto para criticarse, lo que sí hubo es un par de anuncios interesantes. Uno, la voluntad de resistir a la guerra total con que la derecha en todos sus formatos y modalidades pretende enmendar lo que se le estropeó en las urnas, y otro, el de su apuesta por la creación de una especie de Ministerio de la Vivienda para, con los recursos del Estado, afrontar el drama social de su inasequibilidad por la mayoría.
En los cinco años que lleva presidiendo el Gobierno, algo sobre el particular podría haber hecho ya el PSOE pese a su debilidad legislativa. La especulación salvaje que se ha apoderado del mercado habitacional, la anomia que la alimenta más y más, percute devastadoramente en las vidas de los españoles que sólo obtienen de su trabajo el sustento, y no de herencias de bienes y apellidos.
Esto es, los trabajadores, los únicos que por serlo o por haberlo sido durante toda su vida merecen el fruto que se les niega. En cinco años, algo se podría haber hecho, unas decenas de miles de viviendas sociales siquiera, pero ahora, con ese retraso, Sánchez anuncia su determinación de hacerlo. Si lo hace, o lo intenta, las críticas serán feroces y la guerra más total que la de hoy si cabe; pero si no, ni con autocrítica, nada podrá salvarle.