Nada menos que 31 medidas para mejorar la calidad de nuestra democracia que se presentan sin entrar en detalles y sin, por supuesto, conocer la letra pequeña. Y es lógico. El Gobierno no está en condiciones de dar nada por hecho y máxime cuando muchas de las tales medidas requieren de modificaciones no pequeñas de leyes orgánicas. Para todo y siempre necesita del concurso de la mayoría de investidura, pero el debate ya está encima de la mesa. Es el resultado, dicen, de esos cinco días de reflexión y retiro del Presidente del Gobierno cuando conoció la situación judicial de su mujer.
El debate está planteado y las sospechas y no pocos temores, más que fundados, ya han aflorado. De todos modos, hay aspectos que se pueden poner en marcha ya mismo como, por ejemplo, que el Presidente acuda este mismo año al debate del estado de la Nación. Para ello no hace falta ni negociación, ni ley organizada y ni siquiera un decreto, basta que el jefe del Ejecutivo esté dispuesto a ello. Por algo hay que comenzar a mejorar la calidad de nuestra democracia.
No hay viso alguno que el debate sobre el estado de la Nación se vaya a celebrar. Lo que sí se sabe es que se va a constituir una comisión de cinco ministros que serán los encargados de velar por la pulcritud de la información y otros menesteres y ya se sabe que cuando quieres que algo no se resuelva, crea una comisión.
Comprendiendo y compartiendo sospechas y temores, apuesto por la calma. Largo lo fía el Gobierno. 31 medidas en los tres próximos años porque es obvio, para el Presidente y solo para él, que la legislatura va a llegar a término. Aún en el supuesto de que esto fuera así, el portavoz del PNV, Aitor Esteban, ha calificado, con acierto, que el tal plan es un popurrí de cuestiones y que todo va a quedar en la mitad de la mitad de la mitad.
Sospecho que el propio Gobierno lo sabe o cuando menos prevé que Aitor Esteban no vaya a tener razón, pero no importa. Mientras se habla de ello, se obvian, o al menos se pretende, que otros debates mucho más urgentes y necesarios pasen a segundo plano, pero algunos de ellos, como el misterioso acuerdo con ERC, o la inmigración, sin olvidar los casos de presunta corrupción que de una u otra manera salpican al PSOE, son de tal intensidad que no habrá estrategia bastante para distraer la atención con un plan que en el fondo no deja de ser un balón hacia adelante, una manera de seguir pedaleando como los ciclistas cansados que si se paran se caen.
Si saliera adelante, si injuriar a la Corona no va a tener reproche penal nadie, podrá llevarse las manos a la cabeza porque se ridiculice al Presidente con un muñeco hinchable y creo que ni una cosa ni otra son aceptables. Si se elimina la protección a los sentimientos religiosos, nadie podrá condenar que en un momento determinado y por gente en absoluto respetuosa con las creencias ajenas, se organice una marcha o una obra de teatro ridiculizando las creencias de los musulmanes. ¿Alguien se imagina meter una caricatura de Mahoma en el horno como se ha hecho con un crucificado?. Ambas actitudes, las que ridiculizan el catolicismo y las que pudieran ridiculizar a Mahoma son absolutamente rechazables.
Si se aprobaran, habría que exigir que el portal de transparencia funcionara a la perfección y con diligencia y aquel ministerio o responsable político que no respondiera se tuviera que enfrentar a algún tipo de reproche y habría que exigir que, para evitar bulos, el Ejecutivo y los partidos políticos asumieran el compromiso de la verdad y todo ello sin olvidar a los medios públicos.
La calidad de nuestra democracia está en manos de todos nosotros pero largo, muy largo, lo fía el Gobierno. Al final y como dice el portavoz del PNV, la mitad de la mitad de la mitad y si no, al tiempo.