La isla canaria de Lanzarote alberga numerosos tesoros a lo largo de sus más de 800 kilómetros cuadrados, salpicados por sus infinitas playas y relieves erosionados. Pero quizás, hay un enclave que se lleva la palma por encima del resto de formaciones: el Parque Nacional de Timanfaya, que celebra estos días el 50 aniversario de su inauguración.
El Gobierno insular tiene la suerte de contar con uno de los espacios más visitados a nivel nacional. Más conocido como las Montañas de Fuego, se transformó en un enclave protegido gracias a la idea que una postal de México sembró en la mente del entonces presidente del Cabildo de Lanzarote, José Ramírez.
Testigo de una de las erupciones volcánicas más largas de las que se tiene conocimiento en Europa (de 1730 a 1736), Timanfaya recibe cada año cerca de un millón de visitantes, atraídos por su espectacular geología y por algo común a toda la isla, la impronta del artista César Manrique.
Tiempo atrás, la erupción del siglo XVIII cubrió de lava y ceniza un tercio de Lanzarote, y 100 años después, en 1824, le siguieron las de los volcanes Tao, Nuevo del Fuego y Tinguatón.
El parque destapa un paisaje singular, prácticamente intacto, que ofrece todo un laboratorio de investigación sobre cómo la vida se abre paso en un terreno arrasado, de aspecto marciano, que incluso las agencias espaciales europea y estadounidense (ESA y NASA) vienen aprovechando desde hace tiempo para entrenar a los astronautas que protagonizarán en el futuro las misiones a la Luna y Marte.
El proceso para la creación del Parque Nacional se inició formalmente en marzo de 1974, cuando el director del extinto Instituto para la Conservación de la Naturaleza (Icona) solicitó al Ministerio la declaración de la zona como un espacio bajo esta denominación.
Realizado por el ingeniero de Montes, Juan Nogales Hernández, el estudio previo a la creación del nuevo parque había sido encargado un año antes y abordaba la historia del vulcanismo y las condiciones físicas, geológicas, botánicas y faunísticas del lugar, así como el entorno socioeconómico, el régimen de propiedad y una propuesta de delimitación, que resultó polémica desde el primer momento.
La historia de la declaración viene recogida en la Guía de visita del Parque Nacional de Timanfaya (2005). Los autores cuentan que el proceso comenzó en 1973 a partir de una casualidad, tras recibir el entonces presidente del Cabildo, Pepín Ramírez Cerdá, «una postal del jefe del Puerto de Las Palmas que acababa de visitar un Parque Nacional de Nuevo México, cuyo paisaje tenía ciertas similitudes con Timanfaya: una zona árida sin apenas vegetación».
Ramírez, el gran impulsor de la transformación moderna de Lanzarote, junto con su amigo de infancia, César Manrique, concluyó tras contemplar aquella postal que las Montañas del Fuego de Yaiza y Tinajo no eran menos valiosas ni bellas que el paisaje mejicano y ordenó que el Cabildo iniciara los trámites para lograr la declaración de Timanfaya como Parque Nacional.
Durante el proceso, la oficina del Icona en Canarias llevó a cabo una gran consulta pública a autoridades provinciales y locales, de las que se obtuvo su apoyo y adhesión a la declaración. Finalmente, fue el 17 de septiembre de 1974 cuando Timanfaya adquirió la categoría de Parque Nacional.
Tiempo atrás, en 1968, se construyó la Ruta de Los Volcanes, la carretera que discurre por el corazón de las Montañas. En uno de los puntos donde el calor del magma se encuentra aún más cerca de la superficie, el Islote de Hilario, se levantó el restaurante El Diablo, obra de Manrique, donde la comida se cocina con el calor de la Tierra.
También se acondicionaron las populares instalaciones de exhibición de las anomalías geotérmicas, que convierten en un géiser en cuestión de segundos el agua que se vierte en determinadas perforaciones.
La declaración de Parque Nacional garantizó la protección de la valiosa flora y fauna que habita la zona y 50 años después está latente un debate público sobre la necesidad de establecer un nuevo régimen de visitas, con el fin de acabar con las largas colas de vehículos particulares que diariamente acceden al Parque.