Nadie ha visitado nunca estos lugares con esos extraños nombres.”
Desvío a Santiago. Cees Nooteboom
Ya el nombre, tan extraño, despierta la curiosidad. Los restos de la ermita de San Miguel de Parapescuez en el despoblado de Parapescuezos o Parapescuez, se encuentra justo donde lindan las tierras de La Cuenca y Aldehuela de Calatañazor, y el suyo es uno de los casos más llamativos de lo acontecido a las desdichadas iglesias románicas rurales de la provincia de Soria.
Las dos poblaciones se encuentran al Sur de la Sierra de Cabrejas. La Cuenca está integrada en el ayuntamiento de Golmayo y ocupa una ladera sur de un montículo, abrazado por tierras de labor y dehesas de sabinas. Sólo el cementerio, con sus pobladores ya insensibles, recibe el acoso ventisquero del Norte. Aldehuela de Calatañazor se integra en el ayuntamiento de Calatañazor y prefirió un asentamiento más llano, unido por un paseo encantador al río Milanos. Ambas localidades mantienen a una escasa población que cuida afanosamente sus limpias calles, y constituyen uno de los ejemplos mejor conservados de arquitectura tradicional, en la que destacan sus chimeneas pinariegas, los entramados de madera de sabina y los cuajados de piedra, ladrillo, adobe, tapial y encestados o zarzos. No en vano La Cuenca fue el primer BIC de Castilla y León en la categoría de Conjunto Etnológico.
Para llegar a ellos hay que dirigir nuestro vehículo por la carretera 122 hacia el Oeste; es decir hacia el Burgo de Osma, por esa carretera que aspira a ser, algún día, autovía. Desviándonos a la derecha encontramos, a unos veinte minutos, la localidad de La Cuenca. Desde allí, por un camino paralelo al río Milanos, en dirección a Aldehuela de Calatañazor, localizamos lo que en su día fue un asentamiento, una aldea, de la que conocemos muy poco. Aparecen ante nuestra vista montones de piedras dispersos entre sabinas y enebros. Esos montones de piedras son restos de muros de viviendas y corrales que, poco a poco, han ido desapareciendo para convertirse en lo que son hoy. Pero de una edificación junto al camino todavía se conserva parte de los muros norte y occidental, si bien podemos imaginar fácilmente lo que fue la planta del inmueble. Esos muros, que se mantienen erguidos en un último suspiro, formaron parte de lo que fue la ermita de San Miguel de Parapescuez, compartida por las dos poblaciones ya mencionadas.
Pero, ¿qué pasó con esta ermita? La primera vez que leímos algo sobre el expolio de San Miguel lo hicimos en la segunda edición de El románico en la provincia de Soria, de Cayetano Enríquez de Salamanca. Aparece en esta obra una verdad a medias cuando se afirma que los ‘vecinos vendieron la ermita’. Después vendrían los artículos de Gonzalo Santonja, José Miguel Lorenzo, Sergio Tierno, Marián Arlegui y, el más documentado, de Juan Antonio Gómez Barrera. A pesar de ello, no es gratuito recuperar la desafortunada historia de esta ermita una vez más, para poner un ejemplo de lo que sucede cuando el olvido cubre con su manto nuestros bienes monumentales.
La bisabuela de Sofía Calvo, que había nacido en 1900 en La Cuenca, todavía avivaba el recuerdo de la actividad de la ermita cuando contaba a su hija que el 8 de mayo, día de San Miguel, los vecinos de Aldehuela y La Cuenca se reunían en torno a ella para celebrar eucaristía y compartir viandas. Según cuentan, en el interior de la ermita, existía un mojón que separaba el espacio en dos partes: la nave para Aldehuela y el ábside para La Cuenca. Las asociaciones de las dos localidades recuperaron esta convivencia entre los años 2009 y 2015. En la década de los 30, ya no se celebraba allí actividad religiosa alguna, pero la ermita, con su bella portada, se encontraba intacta. En tiempos de la abuela de Sofía Calvo, en los años 40, los olvidos fueron tejiendo sus redes. Ella recordaba, de sus años de pastoreo, ver la ermita en pie; recordaba sus hermosas piedras y el bello arco de la entrada; sin embargo, el santo, la imagen de San Miguel, ya no estaba. Aunque la ermita tenía puerta, en verano, cuando el calor apretaba, llovía, o alguna tormenta amenazaba, ovejas y pastores convertían la ermita en majada y sus piedras en un Dios protector.
Juan Antonio Gaya Nuño la conoció entera, aunque ya únicamente se utilizaba como majada para alojar al ganado. Según Gómez Barrera, Gaya Nuño supo de esta ermita por Blas Taracena, quien le prestó información, una fotografía del arco de triunfo y unos bocetos de la planta. Gaya Nuño la puso en valor, al considerarla como «uno de los monumentos más importantes del románico soriano», e incluso llegó a datarla en el primer cuarto del siglo XII, algo que P. L. Huerta lleva al tránsito entre el siglo XII y XIII. En los años 1956-1957 fue fotografiada por un vuelo americano serie B, y en esa fotografía la ermita no está en situación de ruina inminente, excusa que se utilizó para su venta.
En las actas de la Comisión Provincial de Monumentos, que se custodian en el Archivo Histórico Provincial de Soria, podemos seguir las vicisitudes de esta ermita en tan solo cuatro actos, cuatro sesiones, que transcurren entre el 22 de mayo de 1962 y el 26 de julio de 1963, en las que la ermita de San Miguel, de manera sorpresiva, se convierte en protagonista de las reuniones. Desde entonces silencio. En estas sesiones, uno de sus vocales, D. Segundo Jimeno, Abad de la Concatedral de San Pedro, jugaba con ventaja y siempre iba un paso por delante de la Comisión. Así cuando el Gobernador Civil comunicó las noticias recibidas de la Dirección General de Bellas Artes sobre la supuesta venta por parte del Obispado de la citada ermita, él ya tenía la respuesta y exponía las tres posibilidades para el futuro de la ermita. Esa ventaja le llevaría a exponer en la sesión de 11 de octubre de 1962 que se dieran facilidades de venta al Obispado, ya que existía la posibilidad de que fuera trasladada y dedicada al culto en otra provincia española. Éste sería el argumento esgrimido en 1964 en la prensa nacional (ABC,) y local (Campo Soriano) para justificar el expolio de San Miguel y, de paso, lavar conciencias. Sin embargo, la Gaceta del Norte nos dice que se iba a convertir en Museo de Arte Contemporáneo.
En la sesión del 23 de abril, el presidente efectivo de la Comisión, Sr. Cabrerizo informaba de su visita en compañía del Arquitecto Conservador del Patrimonio Artístico Nacional, D. Anselmo Arenillas Álvarez, a la ermita románica de San Miguel de La Cuenca. Sin embargo, nada sabemos de ese informe. Y en la misma sesión se delegaba en los vocales Sala de Pablo y Ortego para recabar más información. Sorprende la lentitud de la Comisión, especialmente si la comparamos con su acción en el caso del expolio de San Baudelio. El dislate se confirmaba en la sesión de 26 de julio de 1963, cuando se proponía que la Comisión creara un documento justificativo de la autorización de enajenación de la ermita.
La ermita fue adquirida por el empresario vizcaíno Vicente Elosua Miquelarena dedicado, entre otras cosas, al negocio de la minería, para remontarla en Ciérvana (Vizcaya), en una finca mirando al Cantábrico. Sin embargo, todo parece indicar que nunca se remontó la ermita y que la sillería permanece arrumbada en algún lugar de la finca.
Sobre una terraza del río Milanos se apiñaba, alrededor de su parroquial, el pueblo de Parapescuezos. Lo que hoy identificamos con montones de piedras fueron viviendas, tainas y calles. En estos últimos 70 años, las sabinas y enebros han ido colonizando el espacio, al igual que el solado de la ermita. Pronto, si no se consolidan estas ruinas, serán un montón de piedras más. Hoy una cruz, clavada al lado del ábside por Montes de Socios y con un moderno código QR, nos informa del lugar.
La ermita románica poseía una única nave, con una cabecera cuadrangular, levantada en mampostería, excepto el muro meridional, en el que abría la portada, que era de sillería. La cubierta de la nave a dos aguas era de madera de sabina y la cabecera se cubría con bóveda de cañón. Era curioso el arco triunfal que separaba estas dos partes de la ermita, muy parecido al de Nafría la Llana. Encima del arco aparecen tres oferentes que se han identificado con los Reyes Magos. La entrada estaba en el muro sur con cinco arquivoltas. La sillería, dovelas, canes y arquivoltas se desmontaron y se trasladaron en camión hasta Ciérvana, y piedras tan secas como las sorianas se ofrecieron a la humedad del Cantábrico. San Miguel, tan experto en sus luchas contra el mal, no pudo en esta ocasión con tan poderoso enemigo.
Teresa García López es licenciada en Geografía e Historia y José María Incausa Moros y Luis C. Pastor Laso son profesores jubilados de Geografía e Historia del IES Antonio Machado