Hay futbolistas que están 'condenados' a pasarse al lado malo de la ecuación, o sea, a sentarse en un banquillo cuando cuelgan las botas. Son peloteros que, de hecho y sin saberlo, ya entrenan mientras juegan. Reciben el balón y otean el paisaje, señalan con el dedo espacios donde pueden suceder cosas, envían a sus compañeros a otros lugares donde son más útiles, empujan al equipo si hay desconsuelo, lo azuzan si hay despiste, lo calman si hay nervios… En casi cualquier partido con la Real, el Liverpool, el Madrid o el Bayern, Xabi Alonso era de esos. No es una sorpresa que sea entrenador. Ni siquiera que triunfe. Quizás sí tan pronto (41 años) y con semejante repercusión: su Leverkusen es un tiro y le está cuestionando la duodécima Bundesliga consecutiva al Bayern.
Fue una apuesta de alto riesgo. Al fin y al cabo, nunca había estado en un banquillo de alto copete: su única experiencia era el sub'14 merengue (al que hizo campeón) y el filial 'txuri-urdin' (al que ascendió a Segunda). Pero Simon Rolfes, director deportivo del Bayer Leverkusen, intuía que eso de la 'experiencia' no era real en el caso de un jugador que, efectivamente, llevaba siendo técnico mucho antes. «Su fichaje generó mucha aprobación, aunque también escepticismo. Se veía a Xabi como una estrella mundial, pero también a un entrenador inexperto». El club acababa de echar a Gerardo Seoane después de un arranque deficiente en la 22/23 y el tolosarra enganchó las riendas de la entidad con determinación: el Leverkusen era 17º entonces… y terminó sexto, alcanzando las semifinales de la Europa League.
Desde el inicio, el vasco contagió su entusiasmo a los futbolistas: había que minimizar los riesgos, cerrar los pasillos interiores, reducir espacios y atacar rápido. Pocos toques y presión: es la máxima de uno de los equipos más atractivos del continente. «A mí siempre me ha gustado controlar los partidos. Queremos ser un equipo dinámico que juegue bien a fútbol y que, a la vez, sea intenso y consistente», describía el donostiarra.
Estilo
De una forma prosaica, sin alardes, Alonso ha 'reinventado' el fútbol. Los 'Werkself' son un bloque difícil de describir por su movilidad y de encajar en cualquier molde típico. El dibujo, en permanente cambio según se ataque o defienda, encajaría en un 3-4-2-1, donde los laterales no existen como tal (Grimaldo y Frimpong pasan más tiempo en campo contrario que en el propio: han producido, respectivamente, 11 y 10 goles este curso), donde los centrales juegan con una soltura impropia de sus envergaduras (Tah, Kossounou y Tapsoba, los habituales, superan los 190 centímetros) y donde el 'cuadrado' del mediocampo (dos pivotes y dos mediapuntas) está en perpetuo movimiento, como un puzle indescifrable para el rival; y a todo esto se une la irrupción arrolladora de Boniface, un delantero de apenas 22 años que llegaba 'tapado' desde el Union Saint-Gilloise belga a cambio de 20 millones de euros… y que ya lleva siete dianas y tres asistencias en la competición alemana.
Con esos mimbres y una idea divertidísima del juego, Alonso ya puede presumir de ser el primer entrenador en la historia del club en ganar ocho duelos seguidos, y de protagonizar el segundo mejor arranque de la historia de la Bundesliga. Todas las miradas están en el pequeño genio (20 años) que es Florian Wirtz, pero el analista más 'nostálgico' prefiere ver quién hace de Xabi en un equipo de Xabi: Granit Xhaka. El fichaje del suizo, procedente del Arsenal, ha elevado el estatus del equipo. Es el segundo jugador del torneo que más pases da (871) y el séptimo con mejor tasa de acierto (92 por ciento). «Es un honor que me comparen con él -decía Xhaka-. No sé si habría fichado por el Bayer si él no fuese el entrenador».