La Muedra, el pueblo bajo las aguas del embalse de la Cuerda del Pozo desde 1936, es el nexo de unión entre Elena Martínez y Manoli Rodríguez, que se dieron cita con otros descendientes de la localidad en el homenaje que organizó el Ayuntamiento de Vinuesa en el cementerio 'nuevo', con la colaboración de la Diputación de Soria. Contemplando imágenes de sus calles y sus gentes y evocando recuerdos imborrables, estas dos entrañables y enérgicas mujeres, a sus más de 90 años, insisten en que «no se debe olvidar a La Muedra» y en ello ponen todo su empeño. La familia de Elena exhibe imágenes y recuerdos en un espacio dentro del Museo Etnográfico de Molinos de Duero.
Son muchas las personas que guardan relación con La Muedra porque sus familiares fueron los últimos habitantes. ¿Cuál es su vinculación y qué recuerdos tienen?
Elena Martínez: De allí era familia de mi madre, Lucía Moreno, pero ella al casarse se trasladó a Molinos de Duero con mi padre, Ildefonso. Todos ellos tuvieron que abandonar el pueblo antes de 1936 y mi abuelo Lucas nos contaba muchas historias junto a la lumbre baja porque, claro, no había televisión [Ríe]. Era muy sensato para hablar y él transmitía muy bien lo que sentía, porque de la noche a la mañana tuvieron que dejar sus casas y sus vidas. Mi madre decía que el abuelo ya no fue el mismo desde que tuvo que abandonar el pueblo. Recuerdo también que siendo niña, cuando en septiembre bajaba el agua del pantano, íbamos a ver lo que se veía: las calles, las casas de piedra, el olmo, la iglesia, la plaza... Mi madre recordaba donde bailaban o jugaban. Allí se dedicaban a la agricultura y al ganado lanar y vacuno, a la caza y la pesca, y había dos molinos y algunos telares de lienzos y paños.
Manoli Rodríguez: Mi padre, Manuel Rodríguez Losada, soriano legítimo, era el maestro de La Muedra -pensaba que iba por un año y estuvo más de doce- y allí nacimos cinco hermanas, yo la más pequeña en 1933. Él estuvo hasta el final porque no podía marcharse del pueblo mientras hubiera un solo niño en la escuela, que era el hijo del caminero, el tío Ladislao, y vivían en la caseta del Bardo, al otro lado del río Ebrillos. El pueblo estaba rodeado de pinares y había mucho ganado, sobre todo vacas.
La construcción del embalse de la Cuerda del Pozo obligó a muchas familias a abandonar sus hogares. ¿Cómo recibieron la noticia?
E. M.: Muy mal. Mi abuelo era el juez y contaba que si no se trasladaba el cementerio no daban permiso para hacer la presa, por lo que se construyó uno arriba en 1937 y al final se concedió la autorización. Tenían una casa y unas fincas y con lo poco que le dieron compró en Molinos una vivienda y un terreno.
M. R.: Mi padre no recibió bien la noticia, porque no pensaba que se fueran a adaptar tan bien en La Muedra. Había trabajado en Madrid y estaba deseando venir a Soria, primero a La Póveda y después a Deza y Serón de Nágima. Lo querían mucho porque antes los maestros eran una institución y la escuela era como las de aquella época, con las mesas de madera y los bancos, para niños y niñas porque solía haber maestro y maestra. En Cubo de la Sierra yo le ayudaba con los pequeños y después con los adultos, porque de noviembre a marzo iban a clase por la noche los mayores de 14 años.
Al principio les dijeron que se construiría otro pueblo en la parte de arriba, pero a muchos que no eran de allí no les interesaba y querían la gratificación. Yo tenía un hermano de dos años enterrado en el cementerio de abajo y trasladaron los restos al cementerio de arriba. Pero mi padre y el sacerdote no recibieron nada y pusieron una denuncia, no les ayudaron. Después fuimos a Canredondo y a Penoriel del Campo unos ocho años. Yo tenía tres años y los pocos recuerdos que tengo son del río porque mi hermano me llevaba a la espalda. Desde entonces me da espanto el agua... Soy más de monte [Ríe con Elena].
Por otro lado, esta infraestructura mejoró el abastecimiento de agua en Soria y otras provincias como Valladolid y Burgos...
M. R.: Yo estoy contenta porque se ha surtido de agua a Soria. Me da mucha pena pero reconozco que si no se hubiera construido este pantano en Soria y en muchos pueblos no tendrían ni una gota de agua, pero es sobre todo Soria capital la que se benefició y es lo positivo.
E. M.: Ha favorecido mucho a la agricultura. De Soria para abajo quién regaría si no fuera por este pantano. Los de La Muedra se sacrificaron pero hizo bien a otros muchos pueblos.
¿Qué les contaban sus padres y abuelos de los trabajos de construcción del pantano?
E. M.: Hubo bastante movimiento desde 1931 a 1936, La Muedra levantó mucho. En esta casa [la suya, en Molinos] dormían trabajadores que llevaban al pantano en furgoneta. Vino mucha gente de fuera y muchos se casaron aquí.
M. R.: En mi casa vivían tres trabajadores y mi madre decía que comíamos todos con lo que nos pagaban. El trabajo era muy fuerte, se hacía todo a pulmón porque no había la maquinaria. Por la noche terminaban muertos. Cuando llegaban de la faena tenían ya la mesa puesta para que pudieran cenar y acostarse enseguida y coger fuerzas.
¿Qué sensación tenían ustedes y sus familias después de irse al ver el pueblo sumergido?
E. M.: Mi madre sufría mucho. Ya mayor, la llevábamos casi todos los años. Veía la iglesia de San Antonio Abad y recordaban las fiestas de Santa Águeda, que se celebraban mucho. Cuando se trasladó la santa a Vinuesa, pese a la insistencia de los muedranos, se tardó en recuperar la celebración... Unos fueron a esta localidad y otros se trasladaron a Abejar, Molinos, Salduero, El Royo, Valdeavellano de Tera, Soria, El Burgo de Osma... Los montes y otras propiedades de La Muedra se los quedó Vinuesa. Por eso figuraba en los escritos que los de La Muedra tenían derecho a vivir en ese pueblo.
M. R.: Yo en los años 90 insistí en recuperar esta fiesta y se sacó hasta la Virgen a la iglesia. Años más tarde, intenté ir con la familia a vivir a Vinuesa, al ser de La Muedra, pero no se pudo porque no nos admitieron. Yo todos los años vengo, hace más de 50 años. Cuando baja el agua me cruzo por los prados y me voy hasta el pueblo. Me siento en una piedra, cierro los ojos y recuerdo que me contaban que aprendí a andar entre los bancos de madera de la escuela. En ese momento oigo a la gente, a los niños, me parece que estoy en la plaza sentada en el olmo donde nos juntábamos.
Una vez cuando el agua bajó muchísimo llevé allí al pintor Luis Balsagué, de Castellar del Vallés (Barcelona) y con una casa en Almajano. Él hizo un cuadro de La Muedra que reservó y me lo regaló, lo tengo en casa guardado con mucho cariño y nadie le ha hecho fotos. Se quedó embobado cuando vio el pueblo que se sumergió bajo el pantano y pudo sentarse tranquilamente a pintarlo. Yo ese año incluso me metí en la torre, lo disfruté muchísimo.
¿Y se ha organizado alguna vez un encuentro anterior al de este 31 de agosto en el cementerio?
E. M.: Hace seis años mi hijo, Pedro Delgado, empezó a recopilar fotografías que teníamos de la abuela para preparar un homenaje en el 75 aniversario de su desaparición, exhibiendo la colección en el museo etnográfico que tenemos en Molinos. Colaboró mucha gente para aportar material y contactamos con personas como Manoli. Siempre acude mucha gente al museo a interesarse con todo lo relacionado con el pueblo. También vienen de otros países, principalmente de Argentina. En una de las fotos, como he contado viéndolas, se ve a un tío mío que emigró allí y volvió después a por piedras que quiso colocar en su casa porque añoraba mucho su pueblo. Su hija venía a visitar La Muedra posteriormente cada año. Emigró mucha gente, mi tío con 14 años. Otra hermana de mi madre también viajó a Argentina y se casó con un vecino de El Royo, trayendo el ramo a la Virgen del Castillo. Volvieron después y ahí permanecía el ramo desde 1933.
M. R.: Este encuentro ha sido una maravilla. Yo en todo lo que pueda colaborar para recordar a La Muedra, en estos actos, encantada.
Era necesario recuperar el camposanto, que estaba abandonado...
E. M.: Nosotros hicimos fotos y empezamos a recoger firmas en 2018, fueron más de 2.000 las que entregamos al Ayuntamiento de Vinuesa, porque estaba muy abandonado. El alcalde de ahora, Juan Ramón Soria, se ha tomado mucho interés y sabemos que su abuela, Isabel Andrés, fue la última niña que salió de La Muedra. Ya era hora de que se hiciera algo, porque han pasado más de 80 años.
M. R.: De pena... estaba lleno de vacas. ¡Hombre, por favor! Estaban rompiendo todo y la puerta de forja y con arco estaba en muy mal estado. Estamos agradecidos por lo que se ha hecho. Yhubo también problemas con unos terrenos junto al río, que pertenecían a la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD).
¿Qué les parece el memorial y qué sintieron en el acto de homenaje?
M. R.: Yo sentí una gran emoción y, al mismo tiempo, una alegría inmensa porque ha habido alguien que se ha preocupado. El alcalde de Vinuesa ha puesto mucho cariño y se lo he agradecido, porque comenzó a arreglar el cementerio y a hacer muchas cosas. Me hizo mucha ilusión conocerle y también estuvimos con los representantes de la Junta de Castilla y León y la Diputación, que han colaborado en este sentido homenaje. Conocimos a los niños de La Muedra, al más pequeño y al más mayor [ahora tiene 94 años], que se pueden ver en la foto oficial que se hizo en su día en la escuela.
E. M.: Ha sido gracias a las firmas que recogimos y al alcalde de Vinuesa, que ha colaborado. En el encuentro había más gente que hablaba de sus abuelos, más que sus padres, como vecinos de La Muedra. Llegaron de El Royo y Vinuesa, pero de muchos otros sitios porque se emigró y hubo matrimonios con trabajadores. Como hemos dicho, en el pueblo se podía vivir solo con hospedar a las personas que estaban contratadas en las obras.
De La Muedra se ha hablado mucho, hay artículos, exposiciones, documentales... y ahora Diputación ha anunciado la preparación de un libro. ¿Qué más les gustaría que se hiciera?
E. M.: Hay mucho sí. Pero, por lo menos, conservarlo y que no se hunda que es lo más importante. Que esto no se olvide.
M. R.: El cementerio es muy bonito y será un punto de encuentro. Es majestuoso y estoy muy contenta de que lo hayan arreglado, porque allí están los restos de nuestros seres queridos que se trasladaron desde el otro cementerio.
¿Qué otros objetos de recuerdo tienen de La Muedra?
E. M.: Mi abuelo era el herrero y tenemos todo tipo de utensilios. Cuando mi hijo Pedro tenía 18 años y aún vivía mi madre, me preguntó que dónde estaban las cosas del abuelo porque le interesaba mucho el trabajo de la forja. Y lo recogió todo porque la hermana de mi madre lo había guardado. Por eso en el museo que tiene en Navaleno se pueden ver objetos como el yunque del abuelo. En el museo ya les hemos mostrado algunos de sus trabajos que realizó en La Muedra, como los contrafuegos, los sesos de chimenea, los cacharros de la cocina como parrillas y sartenes, los cabeceros de las camas... También tenemos la vajilla de mi abuela, que exhibimos en ese espacio dedicado al pueblo.
¿A quién les gusta reconocer en las fotos de la colección de Molinos?
M. R.: Yo enseguida he visto a mi padre, he visto a mis hermanas, a mi madre, a mi hermano mayor, porque el otro ya había fallecido y es el que está enterrado en el cementerio nuevo. Yo también estoy, de muy niña, claro. Mi padre sale en todo, no solo en las fotos grandes. En los pueblos antes la autoridad era el maestro, el cura, el alcalde, el secretario y el juez.
E. M.: A mí me gusta ver todas las fotos. Recuerdo cuando vino mi tío Justo y estuvimos toda la familia allí reunidos, hicimos una caldereta y muchas de estas fotos. Por eso se pueden ver todas esas imágenes en las que estamos en el cementerio, en la cruz. Vemos a nuestros padres y hermanos y nos entra a las dos mucha nostalgia en relación también con lo que fue La Muedra...