Machado, de 86 a 150 años

Silvano Andrés de la Morena
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La trayectoria vital y literaria de Machado tuvo sus etapas. Delimitarlas y definirlas es innecesario porque la vida y la poesía son sutiles y trazar límites es, a veces, tan reduccionista como simplificador

Machado, de 86 a 150 años

La trayectoria vital y literaria de Machado tuvo sus etapas. Delimitarlas y definirlas es innecesario porque la vida y la poesía son sutiles y trazar límites es, a veces, tan reduccionista como simplificador. Empecemos en el momento de su llegada a Soria: «¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,/ espuma de la montaña/ ante la azul lejanía;/ sol del día, claro día!/ ¡Hermosa tierra de España!», escribió en el poema «Orillas del Duero», de su obra Soledades. Galerías. Otros poemas (1899-1907). Justo había arribado a nuestra ciudad y fue cautivado por su paisaje. Sin duda, sabe el lector cuál era y sigue siendo esa «hermosa tierra de España», en la que vivió, se implicó y creó durante cinco años intensos.

Dos décadas y media después, en aquel 22 de febrero de 1939, Antonio Machado moría fuera de su patria, como tantos otros españoles, consecuencia trágica de la Guerra Civil. Hoy, en un convulso contexto de cambio profundo, donde la IA se ha convertido estos días en demiurgo y es una pieza más de lucha y competencia entra EE.UU. y China, con Europa al tanto, hablamos de nuestro poeta universal. Y lo hacemos porque este 22 de febrero se cumplen 86 años de su muerte, porque dentro de cinco meses y cuatro días será el sexquicentenario de su nacimiento y, sobre todo, porque nuestro autor sigue siendo universal, en su obra, en su hacer y en su bonhomía. ¿Con IA, enunciado que hoy nos inunda? Sin duda, con talento, razón, juicio, delicadeza, ternura, sensibilidad y palabra precisa.

Machado nació en Sevilla, se educó en la Institución Libre de Enseñanza, vivió en un contexto poético de Modernismo, bohemia y noventayochismo. Él mismo se retrató en el gran poema que abre Campos de Castilla (1912): «Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido/-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-;/ mas recibí la flecha que me asignó Cupido/ y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario./ Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/ pero mi verso brota de manantial sereno;/...adoro la hermosura, y en la moderna estética/ corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;/ mas no amo los afeites de la actual cosmética/ ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar/...A distinguir me paro las voces de los ecos./...¿Soy clásico o romántico? No sé...». Vida, poesía y autor. Complejidad humana.

Hace unos días, Félix de Azúa escribía lo siguiente: «Hay dos Machado, Manuel y Antonio, pero hay un tercero que es don Antonio Machado, distinto de los dos anteriores. Los dos primeros son excelentes poetas, hermanos y dramaturgos... Don Antonio Machado es un monumento, una figura totémica, no solo de la literatura sino también de la moral, de la dignidad y de la inteligencia. Es posiblemente el emblema más poderoso del mundo intelectual y artístico en torno a la República. Porque lo más asombroso e infrecuente de don Antonio es que vivió más interesado por la filosofía y el pensamiento de su tiempo que por la vida literaria, a la cual, sin embargo, conoció y juzgó sagazmente. Todo lo cual se encuentra muy bien reflejado en su discurso de recepción en la Real Academia Española, documento poco conocido y que se hará público a raíz del homenaje (que) la RAE le dedicará este año». Habrá que estar atentos a ello. Filosofía, pensamiento, acción y poesía, en Machado y en don Antonio. ¿Pero qué era la poesía para Machado? En tres versos, del poema En mi cartera (su carpeta), incluido en el libro Nuevas canciones y en forma de soleá, lo dejó escrito con palabras tan breves como certeras: «Ni mármol duro y eterno,/ ni música ni pintura,/ sino palabra en el tiempo». Palabra en el tiempo: el reflejo, la  proyección y el utensilio del ser humano.

De Sevilla y Madrid, llegó a Soria en 1907 y eso le marcó para siempre pero también a nuestra tierra. Allí donde suena Machado, sueña Soria. Suena Campos de Castilla y sueña la tragedia de la muerte de Leonor con el impacto en el poeta, tras el viaje a París y el cuidado tierno y amoroso que don Antonio dio a una Leonor enferma. Previo a la llegada de la parca, en A un olmo seco, del 4 de mayo de 1912, esperaba el milagro que no llegaría. Si al olmo le salían algunas «hojas verdes» con las «lluvias de abril y el sol de mayo», él, emocionado, dice al final del poema: «Mi corazón espera/ también, hacia la luz y hacia la vida,/ otro milagro de la primavera». Pero el milagro no llegó y la esperanza se convirtió en dolor y con dramatismo describió ese momento en el que Leonor subió para siempre al Espino: «Una noche de verano/ -estaba abierto el balcón/y la puerta de mi casa-/ la muerte en mi casa entró./ Se fue acercando a su lecho/ -ni siquiera me miró-,/ con unos dedos muy finos,/ algo muy tenue rompió». Ese día fue el 1 de agosto de 1912. Ocho después, Machado dejó Soria. La única alegría fue ver publicado ya su nuevo vástago: Campos de Castilla. 

El instituto que lleva su nombre, los paseos por El Mirón, su contemplación de El Collado humano desde el Círculo Amistad Numancia, el goce del Duero y del Alto Llano Numantino irían siempre en la memoria de Machado, en su palabra y en su corazón. Pero, sobre todo, el «alto Espino donde está su tierra». De Soria, a Baeza, Segovia, Madrid. Y la mirada de otra mujer, muy distinta a Leonor: Guiomar, es decir, Pilar de Valderrama. Otras obras, como Nuevas canciones, La tierra de Alvargonzález, y algunas magníficas en prosa, como Juan de Mairena o Los complementarios. Llegaría la Segunda República, la tragedia de la guerra, Rocafort, Barcelona, el exilio y la muerte. 

A partir de ahí, todos quisieron apropiarse  de su obra, franquistas, republicanos e izquierda radical. Pero Machado no es de nadie en particular, es de todos quienes conocen y gozan su obra literaria, sus valores humanos universales, su compromiso, y, sobre todo, de quienes no lo quieren solo para sí y para sus objetivos. Por eso, es imprescindible que ninguna institución ni grupo lo instrumentalice. Machado es de todos y lo será siempre. Ya se ha sufrido excesivo sectarismo del poder político de este país. El legado de Antonio Machado se sitúa más allá. «Para dialogar, preguntad primero; después, escuchad». Siempre Machado y siempre Soria. «El Duero corre, terso y mudo, mansamente./ El campo parece, más que joven, adolescente». 86 años de Colliure y 113 del Alto Espino. Machado, eternamente ahí, pues «por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre». Los 150 de su nacimiento y los 86 de su muerte dan los 64 que él vivió. «Hoy es siempre todavía».