Medio siglo después de que la Humanidad se volviese literalmente loca por conquistar la Luna -el 21 de julio de 1969 Estados Unidoslogró pisar el satélite y lo hizo en cinco ocasiones más, hasta el Apolo 17, en diciembre de 1972- ninguna potencia mundial había mostrado de nuevo interés por alcanzar a este conocido astro... sin embargo todo cambió con la llegada del nuevo siglo y de un renovado ímpetu global por adentrarse en el universo.
Tal es el atractivo por la Luna que un nuevo estudio del satélite gracias al análisis de cristales traídos por los astronautas del programa Apolo en 1972 reveló hace unos días que este cuerpo celeste tiene 40 millones de años más de lo estimado, lo que situaría su nacimiento en torno a hace 4.460 millones de años.
Sea como fuere, lo cierto es que el afán por la Luna viene de lejos. Así, los primeros en indagar esta nueva vía cósmica en la nueva era es EEUU, junto a Canadá, la UE y otros países occidentales.
El objetivo actual de la NASA es claro: recopilar información y establecer una presencia humana permanente en las próximas décadas en el satélite. El paso inicial ya está dado, la primera misión, Artemis I, acaba de volver a la Tierra después de completar un viaje alrededor de la Luna.
El siguiente movimiento es hacer lo mismo pero con cuatro tripulantes a finales de 2024. Los astronautas Christina Hammock, Gregory R Wiseman, Víctor J. Glover y Jeremy Hansen orbitarán durante 10 días la Luna a bordo del módulo Orión con el objetivo de investigar una zona poco conocida del satélite, los polos meridionales, donde se descubrió que hay agua, algo vital de cara a una futura colonización del cuerpo celeste y con el objetivo de afrontar futuras misiones a Marte y más allá.
Pero no será hasta 2025 cuando no se verá una escena similar a la del Apolo II, en la que un cosmonauta pise la superficie lunar. La misión Artemis III marcará el regreso del ser humano a bordo del Starship de SpaceX, en la que se realizarán trabajos de exploración y experimentos científicos durante seis días.
Así, si el objetivo de la misión Apolo era conocer la parte central de la cara visible de la Luna, Artemis se centra en otro lugar completamente diferente, el polo sur, una zona jamás explorada y con un alto potencial de aprendizaje. «Allí, los cráteres albergan grandes pozos profundos en los que no entra el sol, por lo que hace tantísimo frío que las moléculas se quedan atrapadas y se acumulan. Con esta misión podremos aprender muchos aspectos sobre el ciclo del agua y otros elementos del sistema solar que nos servirán para el futuro», afirma la responsable del programa de la NASA, Sarah Noble.
Ahora, el reto es mucho mayor, ya que la misión Artemis no se ha planteado solo como un laboratorio de exploración del satélite, sino como un trampolín hacia el planeta rojo. Es decir, la estrategia del programa occidental no es ir a la Luna y volver, sino estar allí, vivir en el satélite, utilizar el astro como banco de pruebas y ser la base de futuras misiones espaciales, porque Artemis es solo el principio de la conquista del espacio.
La aspirante
Si en el siglo pasado la extinta Unión Soviética fue la gran potencia competidora de EEUU en la carrera espacial, en la nueva era ese protagonismo se ha trasladado a China. No en vano, el gigante asiático anunció la pasada primavera que ya ha comenzado la «fase de alunizaje tripulado» de su programa de exploración lunar, objetivo que prevé hacer realidad antes de 2030 y que convertiría a China en el segundo país en lograrlo después de que astronautas estadounidenses pisaran el satélite por primera vez hace ya 54 años.
El Estado comunista, que tiene vetado el acceso a algunas iniciativas internacionales lideradas por EEUU como la Estación Espacial Internacional por los lazos militares de su programa espacial, también prevé la construcción en la próxima década de una base de exploración científica en el polo sur del satélite, proyecto para el que colaborará con Roscosmos, la agencia rusa.
La futura estación lunar asiática prevé estar operativa en 2035 y su cometido será analizar el satélite e intentar responder a la gran pregunta del ser humano de si estamos solos en el universo, según indicaron en su momento los responsables de la iniciativa china.
Los rezagados
Además de EEUU y China, muchos otros países se han lanzado a la carrera espacial, desde Rusia o la India a Japón e Israel.
Sin embargo, no todos han conseguido su objetivo de lograr alunizar en la cara sur, debido sobre todo a las complicadas maniobras para realizar esta operación, como le sucedió el pasado abril a la firma nipona Ispace, que intentó sin éxito convertirse en la primera misión privada en posarse sobre la accidentada superficie lunar austral. Algo parecido le sucedió al programa ruso con Luna-25, la sonda se estrelló contra el satélite el pasado agosto.
Afortunadamente, la misión india Chandrayaan-3 logró pocos días después del fracaso ruso colocar su modulo en la impracticable cara meridional de la Luna, una hazaña histórica que coloca a Nueva Delhi entre las grandes potencias por la carrera espacial.
Las potencias se lanzan a la fiebre del oro por el satélite de la Tierra
La Luna es mucho más que investigación científica y una base lanzadera hacia otros cuerpos celestes del universo. El satélite de la Tierra ofrece también un importante potencial de recursos, desde amplias bolsas de agua heladas hasta metales raros o helio-3. En definitiva, la carrera por la apropiación de los bienes naturales de la Luna no ha hecho más que comenzar, incluido su posible atractivo turístico.
Sin lugar a dudas, el santo grial lunar es el agua, una ingente cantidad localizada en el polo sur, protegida por las sombras de sus profundos cráteres y resguardada de la radiación solar. El agua es indispensable para el desarrollo de bases humanas y también como fuente de hidrógeno y oxígeno para combustibles de cohetes. Esto es, un eslabón imprescindible en la explotación potencial de los recursos de los asteroides o la colonización marciana.
Además del agua, el astro más cercano al planeta azul contiene titanio y metales raros, así como hierro y aluminio. Asimismo, es especialmente interesante porque estos elementos se encuentran a poca profundidad, por lo que su extracción seria relativamente fácil.
La tercera pieza del rompecabezas en el helio-3, un isótopo muy escaso en la Tierra que podría ser esencial en futuras centrales termonucleares. Sin embargo, la viabilidad técnica y económica de esta supuesta fuente de energía limpia está por demostrar, aunque de serlo el ser humano estaría ante un mercado de billones de euros de múltiples implicaciones geoestratégicas. No en vano, distintos expertos ya han hecho sus propias deducciones y han calculado que el agua lunar podría tener una valoración económica de 200.000 millones de dólares (unos 184.000 millones de euros), el helio de 1,5 billones y los metales de 2,5 billones. Eso sin contar las tierras raras y otros minerales que contiene el satélite, como basalto, hierro, cuarzo, silicio, platino, paladio, rodio y titanio.
Está claro que las ventajas son múltiples y que son muchas las empresas involucradas que están detrás de hacer fortuna con la fiebre del oro lunar. Tanto es así que la inversión no es solo a nivel nacional, las empresas privadas están también invirtiendo y potenciando los avances tecnológicos llegando incluso a ofrecer millonarias recompensas individuales por hitos como hacer el primer viaje a la Luna low cost o ser el primero que encuentre agua. Este tipo de iniciativas han hecho que el sector espacial experimente un crecimiento exponencial y se espera que en el futuro crezca a un ritmo de cerca del tres por ciento anual.
No cabe duda que la Luna va a ser clave en las siguientes etapas de la exploración espacial, y que sus recursos naturales, su posible colonización y su estratégica posición para aventurarse al universo serán elementos indispensables para que el hombre de otro gran paso para la Humanidad.
La Estación Internacional bajo la amenaza del abandono ruso
La geopolítica mundial vuelve a jugar un nuevo envite a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) como consecuencia de la invasión rusa a Ucrania desde marzo de 2022.
Hasta el momento, los socios participantes en este proyecto de colaboración multinacional desde finales del siglo XX -NASA (Estados Unidos), Roscosmos (Rusia), JAXA (Japón), ESA (Europa), y la CSA/ASC (Canadá)- han permanecido unidos en el propósito de este programa:realizan experimentos en múltiples disciplinas de investigación, incluidas las ciencias de la Tierra y del espacio, la biología, la fisiología humana, las ciencias físicas y las demostraciones de tecnología que no podrían realizarse en el planeta.
Sin embargo, la vida útil de la propia estructura y las nuevas aspiraciones de las potencias implicadas en la futura carrera espacial, enfocada más hacia la Luna y Marte, ha llevado a poner fecha de caducidad a la ISS: 2030.
Aunque en un primer momento Rusia se comprometió a extender sus operaciones a una fecha cercana a 2030, incluso se habló de 2028, lo cierto es que la reciente evolución de la guerra en Ucrania y ciertas desavenencias con Estados Unidos han llevado al Kremlin a anunciar que solo extenderá su vida útil, por su parte, a un año más, es decir, a 2024; aunque posteriormente Roscosmos puntualizó que dejaría el proyecto «después de 2024», sin matizar en que fecha, con el fin de centrarse en una nueva futura base rusa.
Por el momento, la NASA ya ha anunciado que seguirá trabajando con sus agencias asociadas para garantizar una presencia ininterrumpida en la órbita terrestre baja, así como una transición segura y ordenada de la estación espacial a las plataformas comerciales en el futuro.
Desde su lanzamiento en 1998, la Estación Espacial Internacional ha sido visitada por 266 personas de 20 países. La tripulación que vive a bordo son las manos de los miles de investigadores en tierra que han realizado más de 3.300 experimentos en microgravedad. Ahora, en su tercera década de operaciones, la base se encuentra en la etapa de los resultados, es decir, cuando la plataforma puede maximizar su retorno científico. La ISS es una de las colaboraciones mundiales más complejas jamás intentadas. Fue diseñada para ser interdependiente en su funcionamiento, y actualmente ningún socio tiene la capacidad de operar sin los demás.