Cuando se escriben estas líneas es inminente el anuncio del multiacuerdo que permitirá a Pedro Sánchez, hacerse, de nuevo, con la Presidencia del Gobierno. No es verdad que nada de lo que anuncio en el discurso que pronunció ante el comité federal de su partido sea verdad, al menos en la parte sustancial del mismo. No es verdad que este multiacuerdo sea por España. No es verdad. Se debe a una forma un tanto laxa de convertir la necesidad en virtud. Y ellos, todos los que aplaudieron, lo saben.
El punto estrella de estas largas y ocultas conversaciones que personas del PSOE han mantenido con quienes realmente mandan es la ley de amnistía. La llamarán como quieran. En el preámbulo se invocará a la Constitución estableciéndose así una literatura que la haga más tragable, pero da igual. Es una ley de amnistía en toda regla, a tal punto que, si mañana en el País Vasco se replicará lo ocurrido en Cataluña, sería algo irrelevante y, desde luego, sin consecuencia penal alguna.
Una ley de amnistía no es el traspaso de un impuesto, ni la retaría de los gobiernos civiles ni nada parecido a lo que a lo largo de los años todos los gobiernos han ido concediendo a los nacionalismos. Lo que no se sabía entonces es que la deslealtad profunda que, en este caso el nacionalismo catalán, llegará a ser del calibre que ha sido. Con el tiempo, la democracia española ha aprendido, o debería haberlo hecho, que los nacionalismos, por definición, nunca cierran el futuro. Si lo hicieran echarían por la borda su propia razón de ser. Siempre habrá alguna asignatura pendiente por parte del Estado y todas se pueden analizar e incluso modificar si existiera esa lealtad necesaria y obligada que, hoy por hoy, resulta inexistente.
El independentismo catalán puede sentirse satisfecho. Nunca han tenido menos votos y nunca más poder de decisión, poder, que sin duda le ha otorgado Pedro Sánchez y el conjunto del actual socialismo español que al unísono, con excepciones bien contadas y medidas, han dado a su líder carta blanca. "Somos más" afirmó Pedro Sánchez en la noche electoral del 23 de julio. Hicieron rápidamente las cuentas y de inmediato se pusieron a trabajar para demostrarlo.
El paso dado por Sánchez y por quienes le acompañan en esta aventura es muy serio, demasiado serio como para que los acrílicos saquen a relucir las cesiones que en su momento hicieron gobiernos anteriores. Es irresponsable, se mire por donde se mire, acordar una ley de semejante envergadura despreciando a la mitad de los españoles por mucho que a estos se les considere unos fascistas. Porque este va a ser el siguiente mantra: quien se oponga o critique la amnistía y demás acuerdos es que lo que le gusta es que España se divida y que lo que quieren es una España en blanco y negro en la que se desprecie a las mujeres y se persiga a los homosexuales.
¡Como se equivoca el PSOE si cree que gobierna un país con tanta mala gente! Lo cierto es que estamos ante hechos consumados de una envergadura a día de hoy desconocida en sus consecuencias y lo cierto es que todo ocurre porque Pedro Sánchez necesita de todos para todo para seguir en Moncloa. Que sea por el bien de España, visto lo visto, suena a broma muy pesada.