No hay que tener muchas luces para saber que leer el libro Crisis y Leviatán de Robert Higgs me iba a dejar mal, pero habiendo leído antes The Forgotten Depression de James Grant ya estás en territorio conocido. Y no me encontraba ni cerca de El misterio del capital de Hernando de Soto, porque después de leerlo das gracias a Dios de haberlo terminado en un bajo.
Los economistas en general suelen saber de lo que hablan, pero sufren porque en su campo no hay leyes físicas, aunque se esfuercen en afirmarlo. La psicología conductual les ha vuelto a animar un poco, pero a costa de atacar la libertad humana. Es dudoso que este aspecto vaya a darles grandes alegrías.
El capitalismo, la iniciativa individual e incluso la propiedad privada está en crisis. Podría enumerar la larga lista de razones para ello, pero les será más útil leer los libros anteriormente citados y no sentirme responsable de la subsiguiente depresión personal.
Hasta el más lelo percibe que la economía occidental lleva décadas perdiendo fuelle y si ha salido victoriosa a corto plazo, es por la decidida actuación gubernativa del adversario de eliminar físicamente a los disidentes. No hablo retóricamente, porque en la antigua Unión Soviética o en China, el Estado tenía un concepto peculiar sobre los derechos humanos.
Hasta 1.932 cada palo aguantaba su vela. El ciudadano medio no esperaba nada, porque era consciente que la vida era dura, sus deseos un bonito sueño y si palmaba pronto, Dios había sido generoso. Los británicos, cuya élite era leída y profundamente soberbia, decidieron que esa reflexión vital era inaceptable. No había límites a la razón y donde los franceses habían fracasado, ellos vencerían de forma abrumadora. El resultado es que construyeron un estado socialista sin definirlo y lo más importante, sin eliminar a nadie.
El gran error conceptual es pensar que no pueden coexistir empresas privadas y socialismo. Las élites conocen los matices y los adecuados contactos. Un Estado intervencionista te dice qué pensar, qué hacer, cómo ser y cómo asignar los recursos, porque una burocracia increíblemente bien formada conoce tus necesidades y sabe qué es mejor para el colectivo.
Dicha pérdida de libertad es aceptable para la mayoría si su bienestar está garantizado. El drama es que las mejoras productivas espectaculares han llegado a su fin, vivimos en una pirámide poblacional invertida y el adversario no elimina a sus súbditos. Me temo que volveremos al sálvese quien pueda.