Que su aspecto (aparentemente) serio y sus cargos como presidente del Casino Círculo Amistad Numancia y la Federación de Empresarios de Comercio de la provincia (FecSoria) no lleven a error. Adolfo Sainz tiene alma de fiesta o, más bien, de verbena veraniega. De hecho, reconoce, no hay nada que le haga más feliz en el mundo que echarse unos bailes «agarraos», escuchar esos pasodobles y rancheras que tanto le gustan en versión orquesta y disfrutar de ese ambiente festivo de pueblo adornado con profusión farolillos o banderines de papel, bombillas de colores y «ese olor a hierba mojada», rememora. Sus vacaciones estivales son, en realidad, desde la adolescencia un intenso recorrido por el calendario festivo provincial. «El verano entonces empezaba en Cabrejas del Pinar, después Garray, Sotillo del Rincón, Valdeavellano de Tera, El Royo, Almajano, la luminaria de Villar del Ala...», comenta. Para asistir a ellas y después de que una vez un amigo tuviera que viajar en el maletero de un coche «porque no teníamos más sitio», decidieron contratar sus propio autobús para ir de verbena en verbena por la provincia. «Lo pagábamos entre todos y luego lo abríamos a la gente» hasta completar las plazas, explica. Bailar, ligar... bueno, intentarlo, rectifica con sentido del humor. Aunque por perseverancia e insistencia no sería. «Era muy varas», confiesa. No paraba de pedir canciones con dedicatoria para las chicas que le gustaban. Ahora, comenta con sentido del humor, ya retirado de los menesteres del flirteo verbenero, sólo baila con su mujer, Susana, y especialmente en las celebraciones que tienen lugar en el Valle. La de Valdeavellano de Tera sigue siendo su verbena favorita. «Tiene la plaza con la mejor pista. El baile a un lado; al otro, el bar», comenta con humor. Sin duda ya no tiene miedo de que le tiren al pilón como aquella vez que lo llevaron en volandas tras subirse al escenario a cantar espontáneamente.
El que durante cinco años sería cantante de la Orquesta Amapola ya había tenido antes otro amago de debut verbenero más exitoso en El Royo, donde consiguió cantar tres temas seguidos antes de que lograran hacerle bajar del escenario. «Empecé a cantar Marcial, eres el más grande», después entonó aquel cuplé que reza «La chica del 17 de la plazuela del Tribulete./ Nos tiene con sus toilettes/ revuelta la vecindad...». A la tercera canción, recuerda entre risas, «comenzaron los pitos». En realidad, confiesa, de niño siempre soñó con ser como Pruden, el vocalista de la Orquesta Orfeo. Nunca se perdía las verbenas que el grupo ofrecía en las fiestas de San Juan de la capital en la plaza del Salvador.
En el año 1999 pudo por fin cumplir su sueño infantil con la Orquesta Amapola y a la vez disfrutar del ambiente de verbena desde otra perspectiva. «Sonábamos muy mal, pero éramos nosotros», auténticos, destaca. «Era un poco como El viaje a ninguna parte, la película de Fernando Fernán Gómez», puntualiza entre risas. Eso sí, en su caso tenía que vencer el miedo escénico con un par de refrigerios espirituosos previos que solían tener sus (divertidos) efectos secundarios. «Me olvidaba de las letras. Así que las llevaba apuntadas en una libreta», relata. Lo malo era cuando se le caía en los fragores del baile. Fueron años estupendos, asegura. Y lo siguen siendo, ya como público. En eso nada ha cambiado. «Soy el tío más feliz del mundo en una verbena», concluye. Este fin de semana, por supuesto, tiene plan.