El caso de Luis Argüello es peculiar. El nuevo presidente de la conferencia episcopal española es, sin duda alguna, un intelectual de primer nivel, circunstancia que puede corroborarse con tan solo un acercamiento a sus escritos o a sus conversaciones. Es el antagonismo del cura de pueblo circunstancial. Y eso que saliendo del campo palentino y pasando por la Universidad, Argüello llegó a ser obispo, el sueño de toda madre de los años cincuenta para sus hijos. Y desde posiciones sociales y de caridad, ha enfocado su tarea hacia la organización: en el seminario, en la diócesis, en las parroquias. Y ahora de nuevo desde la Conferencia Episcopal, de la que ya fue secretario general.
Y digo que es peculiar porque habita las antípodas de lo que se entendería para un purpurado de su trayectoria. Gente sencilla que prefiere un buen acuerdo a una disputa. Sus primeras imágenes lo han sido con su homólogo madrileño, José Cobo, que, aunque parecía representar al papa Francisco, no ha conseguido los votos suficientes para alcanzar la presidencia.
Hay que recordar que la Conferencia Episcopal no tiene una función dilutiva respecto de los prelados en sus diócesis, en las que siguen siendo plenipotenciarios. Pero también es cierto que la Conferencia es el mayor órgano institucional de la Iglesia Española. Y como tal, dispone de los mecanismos para modular relaciones con gobiernos y con todo lo demás.
Tiene Argüello ese aspecto rocoso de por aquí, intransitivo, y suficiente nivel intelectual como para importarle poco los estereotipos con los que algunos andan etiquetandole. Una de las distorsiones más risibles respecto de la iglesia es la que la ciñe a un solo caso, el de los abusos a menores, manifestación desagradable y lesiva de una época de España de la que no es ajena la Iglesia. Pero quienes crean que Argüello va a quedarse solo en las postrimerías de ese asunto la llevan clara. Hay toda una tarea social ingente detrás que la iglesia promueve y ya verán como ése va a ser el objetivo primero de Argüello.