Vox, el partido creado por Santiago Abascal, en puridad una escisión del Partido Popular en el que había desarrollado toda su vida política, se enfrenta al mismo problema que otros partidos surgidos bajo el membrete de la nueva política, que cuanto más poder han conseguido, más problemas internos han tenido que arrostrar y las crisis han aparecido al más mínimo revés. Todos los líderes fundadores han tratado que su criatura no se fuera de sus manos y todos los dirigentes que han tenido la osadía de intentar algún tipo de viraje ideológico, por mínimo que fuera, han sucumbido ante el aparato del partido utilizado como una trituradora de políticos.
En el plazo de dos meses Vox pasó de tener el máximo poder territorial y local al que ha podido aspirar a perder todo el peso institucional que había acumulado en la anterior legislatura. Las prisas por pactar en las comunidades autónomas en las que el PP necesitó sus votos para hacerse con el poder fueron respondidas en las elecciones del 23-J con un descenso notable en su número de escaños de Vox que la dejaron por debajo del 10% de los diputados del Congreso y cercenó dos de sus estrategias políticas utilizadas con profusión, los recursos ante el Tribunal Constitucional y la presentación de mociones de censura, aunque fueran estrambóticas.
Comenzó entonces una serie de deserciones, abandonos y purgas y cambios en la estructura de la dirección con el ascenso de dirigentes con propuestas más duras aún que los salientes, que han desembocado en la convocatoria extraordinaria de un congreso que tiene por objeto blindar la posición del propio presidente del partido, y en menor medida responder a la demanda de una mayor democracia interna que pretenden los líderes regionales -vicepresidentes autonómicos- que quieren adquirir un mayor protagonismo en la toma de decisiones. Al fin y al cabo, son las caras del partido en sus ámbitos de influencia y los que condicionan las políticas del PP, aunque son más conocidos por las polémicas que protagonizan en la batalla cultural con la izquierda que por su aportación de soluciones a las cosas de comer.
Con la decisión de convocar un congreso extraordinario para el 27 de enero aborta cualquier posibilidad de que se cuestione su liderazgo, porque un movimiento de oposición apenas tiene margen para armarse y escasas posibilidades de salir adelante. Abascal, además, sigue la estela de los otros fundadores de los partidos nuevos, laminar la oposición interna y tener manos libres a la hora de dirigir la política del partido, y como en esos casos similares resulta difícil encontrar diferencias en el proyecto que vayan más allá de las rencillas personales, como las que pueden existir entre Abascal y Ortega Smith.
En los dos próximos procesos electorales, Galicia y el País Vasco, las expectativas para Vox no son halagüeñas y se calibrará su fuerza en el distrito único de las elecciones europeas. Pero, mientras las encuestas sitúen al partido de ultraderecha en el entorno del diez por ciento en intención de voto, las posibilidades de Abacal de convertirse en su día en vicepresidente del Gobierno siguen estando vigentes, porque el deseo de Alberto Núñez Feijóo de que Vox vuelva a "la casa común del constitucionalismo" no está en el horizonte mientras consideren que ambos se oponen más entre ellos que a su enemigo común, el sanchismo.