Siempre traigo a colación a mi amigo, un periodista noruego afincado en España que, aunque retirado, sigue enviando esporádicamente colaboraciones a medios de su país. Sus diagnósticos, lejos de la batalla cainita que asola nuestros pagos nacionales, suelen parecerme más certeros que los de muchos 'diagnosticadores de parte' que pueblan los cenáculos y mentideros de la Villa y Corte. Más de una vez me lo ha dicho, pero esta mañana me lo ha repetido con especial énfasis: "sois un país muy rarito". Me lo dice viendo que, en medio del turbulento panorama político nacional, aterriza en el noroeste un hombre de ochenta y cinco años, que fue jefe del Estado durante cuatro décadas, que pretende participar en un campeonato de regatas y que la semana próxima va a hacer ya tres años que permanece como en un exilio voluntario en un país con monarquía despótica.
Sin ánimo de comparar, desde luego, porque son cuestiones muy distintas y distantes, resulta ahora que otro 'exiliado sui generis', más bien fugado, un golpista que intentó separar --lo hizo durante unos segundos-- a Cataluña del resto de España, se ha convertido en el árbitro de la situación política. De su voluntad depende que quien quedó segundo en las elecciones, es decir, el actual presidente, siga en el puesto, desbancando a quien quedó primero, que, con una normativa electoral absolutamente inadecuada y que nadie quiere corregir, no ha sido capaz de alcanzar la mayoría absoluta ni siquiera con quien iba a ser su socio, un extremista a quien detesta y que le detesta.
O sea, que en el país rarito el ganador en unas elecciones que por muchos motivos han sido tórridas se convierte en el perdedor, y el perdedor, porque el segundo siempre lo es, se puede convertir en ganador merced a un señor que, si regresa a España, tendría que ingresar automáticamente en la cárcel. Cosa que, por cierto, nadie cree que ocurra, porque en el país rarito las leyes se aplican a conveniencia. Lo cual es algo que ya se considera como casi normal, y se admite con la mayor naturalidad que el golpista fugado empiece a negociar su situación para regresar con todos los honores y, de paso, obligar a la celebración de un referéndum de autodeterminación que, si fuese convocado, supondría un delito penal para el convocante. Quien, por cierto, piensa que la normalización del país rarito pasa por una negociación con cualquiera menos con el perdedor que ganó las elecciones.
A mayor abundancia, y poniendo las cosas de otro modo, resulta que el mayor enemigo del Estado, que desde su napoleónico punto de fuga lleva más de un lustro intentando desprestigiar a España en las instituciones europeas, es quien puede hacer que no se celebren unas nuevas elecciones, que sería la salida más 'normal' --extraña palabra en el país rarito--, y también la más indeseable, a la anómala situación creada por las urnas. Mi amigo noruego, que es hombre que se considera de izquierdas, hombre moderado y que ama a España seguramente más que bastantes españoles que no quieren serlo, sonríe con amargura: "un país al que no extraña que quien ha sido rey durante décadas y tiene una severa limitación en sus movimientos por su avanzada edad regrese a su país nada menos que para participar en un campeonato de regatas y ni siquiera se entreviste con su hijo, que es el actual jefe del Estado, es un país al que ya nada le va a extrañar". "Raritos que somos", le he respondido, y me he puesto a escribir este comentario un tanto dolorido, pensando en que, a lo mejor, o a lo peor, en Navidad tendremos turrón y ooootra campaña electoral. Raro, muy raro.