La sesión de control al Gobierno sirvió para comprobar ayer lo depauperada que está la vida política nacional, con un Gobierno incapaz de mantener un discurso homogéneo en muchos de los asuntos de calado, alguno de cuyos miembros no sabe siquiera guardar las formas, y un presidente que ha encontrado el mantra ideal para esquivar cualquier cuestión incómoda. «Es fango», se limita a contestar Pedro Sánchez a todas las preguntas relativas a la situación judicial de su mujer, una estrategia que comenzó tras los cinco días que se tomó para la reflexión en una fecha en la que, ahora lo hemos conocido, la Policía ya había comunicado a Begoña Gómez que era objeto de una investigación.
Esta decisión de atribuir todos los males a una especie de contubernio de la extrema derecha puede otorgarle al PSOE réditos electorales, al menos si nos fiamos de esa tendencia a la recuperación de posiciones que reflejan las últimas encuestas, pero sin lugar a dudas convierte en irrespirable el aire que desprende la política y contribuye a exacerbar esa crispación a la que el propio Sánchez afirmaba querer combatir. Es cierto que tampoco el papel de la oposición está siendo demasiado edificante, sacando a relucir las acusaciones de corrupción por el papel de la mujer del presidente sin que ningún juez se haya pronunciado al respecto, pero de un Gobierno se espera un papel institucional con mucho más calado del que pudimos ser testigos ayer.
El enfrentamiento en el Congreso, con la ya recurrente petición de elecciones anticipadas, invalidó, de facto, el objetivo que había reunido a los parlamentarios, que no era otro que la fiscalización a la labor del Ejecutivo. Era previsible que la cercanía de las elecciones europeas iba a teñir de electoralismo la sesión, pero que un asunto como la inminente aprobación de la Ley de Amnistía ocupara un segundo plano demuestra hasta qué punto los partidos han degradado la política en nuestro país. Por si esto fuera poco, escuchar a la vicepresidenta primera del Gobierno, Yolanda Díaz mandar a la mierda al líder del Partido Popular no es más que una magnífica metáfora del nivel que ha alcanzado el debate parlamentario, absolutamente huérfano de cualquier respeto al adversario.
Recuperar un nivel mínimo en fondo y forma en la interacción política debería ser el primer objetivo de los representantes de los ciudadanos, pero es también obligación nuestra exigírselo. La decadencia de la que estamos siendo testigos no augura nada positivo y no es algo que vaya a solucionarse con unas nuevas elecciones. Lo principal ahora es recobrar algo tan fácil de perder como difícil de recuperar como es la convivencia, pero no parece que en la Carrera de San Jerónimo estén por la labor.