A veces sorprende la falta de reflejos entre dirigentes políticos que tienen muchos trienios a sus espaldas y que han vivido en sus carnes o en sus instalaciones partidistas episodios similares al acoso sufrido en la sede central del PSOE en Madrid, para no haber reprobado los actos violentos que se han sucedido en sus alrededores con mayor rapidez y con menos reservas. Hasta la mañana del miércoles no se ha escuchado una condena rotunda por esos hechos del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, cuando ya lo habían hecho otros significados miembros de su partido que compatibilizaron desde el primer momento la defensa del derecho de manifestación con la desaprobación de los altercados provocados por grupos violentos de ideología ultraderechista.
Y más cuando esos actos de protesta no han sido convocados por su partido que sí lo ha hecho en distintas ocasiones a lo largo de las pasadas semanas en contra de la ley de amnistía pactada por el PSOE con los partidos independentistas -por el momento con ERC-. y que ha citado a sus militantes a manifestarse en todas las capitales de provincia el próximo domingo a las doce de la mañana. En las anteriores convocatorias no se produjeron incidentes y es improbable que tengan lugar el fin de semana. La violencia no tiene cabida en la democracia, ha dicho Feijóo, pero "tampoco" la impunidad que se prepara para las acciones de los CDR y Tsunami Democratic.
Como la historia democrática de España ya comienza a ser larga se pueden comparar episodios que guardan una cierta similitud y así lo ha expuesto el PP al quejarse de aquel 'pásalo' para rodear la sede del PP tras los atentados del 11-S, atribuido a Pérez Rubalcaba, y el PSOE con lo que sucede ahora frente a las sedes socialistas. En el caso del PP fue porque trataba de ocultar la autoría de los atentados, y ahora en el del PSOE porque ha dicho a las claras que concederá la amnistía a los sediciosos catalanes. El nexo común entre esos sucesos es que ambos partidos intentaron e intentan mantenerse en el poder mediante decisiones que causan un incontestable malestar social. En una ocasión por la mentira y en otra por una evidencia que supone un varapalo para la dignidad del sistema democrático. la igualdad ante la ley y la defensa del Estado de derecho.
El mismo funcionamiento democrático ha demostrado que la utilización de la violencia en distintos grados -del "jarabe democrático" de Podemos a los escrache que también sufrió Pablo Iglesias, o la quema de contenedores- no solo no resuelve los problemas sino que aleja el foco de atención de la causa que los provoca, como acertadamente diagnostican los populares, y no dejan de ser la manifestación extrema de grupos de exaltados, en este caso de antisistema de ultraderecha que presumen de ser nazis, franquistas o falangistas trasnochados a los que la sociedad española había arrumbado o asimilado hasta que han encontrado en Vox un nuevo altavoz que amplifica sus consignas.
La falta de acuerdo entre Pedro Sánchez y el prófugo Carles Puigdemont contribuye a aumentar la tensión en la calle que solo disminuirá cuando la proposición de ley entre en el cauce parlamentario donde debe ser aprobada y posteriormente pasar el filtro judicial y del Tribunal Constitucional.