Quién sabe si fue ironía o, simplemente, un lapsus (más probable lo segundo), pero en un momento del encendido cara a cara de ayer en el Senado entre el jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, el madrileño llamó presidente del Gobierno al gallego. «Queda claro que usted, en los meses que lleva como presidente del Gobierno, no olvida quién le puso ahí: las grandes empresas energéticas, las grandes corporaciones de este país». Ni qué decir tiene que esa acusación hizo que se revolviera el popular, que negó la mayor, acusándole de insultar a la democracia y a los militantes y simpatizantes del partido. Pero eso era lo de menos.
Y era lo de menos porque, con independencia de que no era más que una anécdota de tantas, lo que se vio en el número 3 de la calle de Bailén fue a un jefe de la oposición en modo presidente, algo que con el anterior número uno del bloque conservador, Pablo Casado, no se daba. Fundamentalmente porque Feijóo sabe, como se encargó de subrayar, lo que es gobernar. Ni más ni menos que 13 años, coleccionando mayorías absolutas.
Con cierta sorna que recordó por momentos a Mariano Rajoy, incluso con ese tono de voz inconfundible, le regaló esta píldora:«Cualquiera que haya gobernado alguna vez, y se lo digo por experiencia, no elige el contexto en el que tiene que gobernar, pero sí escogemos las respuestas que tenemos que dar». Atrás quedaron los tiempos del «felón» y los debates agrios.
Obviamente, Sánchez demostró, una vez más, ser un gran orador y se pudo apreciar un duelo de altura, algo que hacía mucho que no se disfrutaba.
Experimentados
También se notaba la experiencia política de ambos contendientes, que prometen sesiones muy intensas en el Congreso cuando las elecciones generales, presumiblemente a finales del año próximo, decidan quién dormirá en La Moncloa y quién no.
Desde luego la expectación generada en ese choque era enorme, tanto en la Cámara Baja como fuera de ella, y las redes sociales ardían literalmente mientras ambos contrincantes iban atacándose en un duelo que, por momentos, parecía constructivo, pero que al final, como manda la ley y la tradición, se enfangaba en el terreno de la política y parecía como uno de esos debates televisados que tanto se echan en falta entre las dos personas que optan realmente a liderar España.
La ventaja de Sánchez de contar con más tiempo era grande, y no la desaprovechó, pudiendo construir un discurso que llamaba a la unidad del país, al tiempo que recordó que vienen tiempos difíciles y que el sacrificio es obligado. Lógicamente, tenía que atizar al enemigo, y ello pasaba por huir de dramatismos y otorgárselos a este, para luego desacreditarle.
Enfrente, Feijóo, que debía optimizar al máximo sus 15 minutos de réplica. Más de una vez se quejaba de ello, si bien los aprovechó sobradamente, enfocando sus intervenciones en tres frentes.
Por un lado, dio una imagen de hombre de Estado, ofreciendo su mano al líder socialista, aunque con letra pequeña e inasumible (romper con Podemos y sus socios de investidura, señalando a ERC y sobre todo a EH Bildu, cesar a sus ministros morados...). Por otro, se postuló como gran alternativa y presidente del Gobierno, mostrando un plan y apelando a su buena gestión en la Xunta de Galicia. Y ya, por último, se puso el traje de jefe de la oposición y atacó por todos los flancos posibles.
Objetivo: Podemos
El presidente del Gobierno supo defenderse y pasó al contragolpe con argumentos que también emplean a la izquierda de su partido (las grandes empresas, los «poderosos»), en un claro guiño a esos votantes desencantados de los morados que podrían echarse en los brazos de Sumar, una plataforma que, a día de hoy, está llena de incógnitas. Lo único seguro es que no concurrirá ni a las municipales ni a las autonómicas, algo que le favorece.
En resumen, la política española gana enteros con estos duelos. Sánchez y Feijóo le dan otro aire al Parlamento. De momento, solo en el Senado. En unos meses, también en el Congreso.