Dado que es la primera novela de Carmen Ruth Boíllos, conocida por su trayectoria poética, resulta fácil caer en la tentación de abrirla y leerla, a ver qué nos encontramos. El título también invita a ello pues esa elipsis sintáctica de una oración compleja atrae la curiosidad, bien nos deje en la tesitura de si interpretarla como condicional, como causal o como todo lo demás que haya pasado por las entrañas de la autora. En cualquier caso, el verbo y el sustantivo plural me retrotrajeron directamente a ciertas escenas de la niñez. Pero hacerlas aflorar con el artefacto de la palabra es la grandeza de la creación literaria. Y humana, Tan es así que solo algunos parece que son capaces de convertirlo en universal porque en poco tiempo me he encontrado con textos narrativos en los que se conjuga el mismo verbo y se exhibe el mismo nombre. Por ejemplo: "El murciélago que no sabía fumar", un título que lleva a una obra de relatos donde se mezclan realidades bien diferentes. O una crónica titulada "¿Fuman tabaco los murciélagos?", que empieza con otra interrogación, tan irónica como realista: "¿La estupidez humana se hereda?". E incluso una exposición, con gran resonancia en la prensa hace cinco años, de la Fundación Vila Casas, que reunía los originales de los carteles de "Cigarrillos París" y algún periódico lo titulaba, gráficamente, "Cuando fumar era también cosa de niños, muertos y murciélagos".
Aquí entra nuestra obra. De veinticinco estampas. Con Mario presente (al final, en la memoria definitiva) y el verbo narrativo en primera persona para que la verosimilitud no se cuestione. Chicos y chicas, paseando por todos los vericuetos de la niñez y tramando hazañas pero ¡ojo! que "Los chicos no podían soportar por más tiempo que les ganásemos por goleada" (las chicas ya sabían dónde estaban). Creo, sinceramente, que este nuevo camino de Carmen Ruth Boíllos es acertado. Acertado porque ha conseguido llevar a palabra literaria lo que pretende un escritor: construir y reconstruir un mundo. Sea costumbrista, realista, mágico o imaginario. ¿Una crónica? Todo es ficción en el arte. Es lo que tenemos los humanos.
"Como fuman los murciélagos". Ahí la tienen, en una edición exquisita de Huerga y Fierro, con trabajo redondo de Antonio y Charo… más los que les rodean. Pero, sobre todo, con el objetivo conseguido de la autora, que regresa a su primera memoria y le da forma en Fuentes del Duero ("donde vagamos con los deseos frustrados de construir nuestro espacio"), que son cualesquiera fuentes donde la vida esculpe perfiles y, vertiendo de una manera u otra, triunfa. La escritura. "Como fuman los murciélagos" (condicional, causal o comparativa) es una auténtica metáfora, que se goza cuando uno camina por los intersticios de esta obra, por esas entrañas que se describen y narran con pasión, que es lo que viene mostrando Boíllos en su creación literaria, con títulos siempre orientadores de su concepción de la realidad, dinámica y comprometida ("Vulnerables", "Quejido y ternura" o construyendo trabajo colectivo como en "La herencia de los chopos") desde que empezó a lanzarse con acento y verbo al ruedo de la escritura.
"Como fuman los murciélagos". La narradora nos sitúa en un Macondo particular: Fuentes de Duero, el pueblo donde se reconstruye un mundo, que la protagonista narradora vivió, gozó e imaginó. Saint-Exupéry decía que "todas las personas mayores fueron al principio niños aunque pocas de ellas lo recuerdan". Carmen Ruth lo evoca y nos lo pone en palabra para que nosotros, lectores de su obra, nos lancemos al recuerdo porque aquel que fuimos es la raíz del que somos. Y, si los murciélagos fumaban, era por el atrevimiento humano del juguete tonto… y, además, aquí, doloroso. Los murciélagos no verán pero fueron víctimas de ojos ciegos humanos. Ni la infancia fue un paraíso ni la infancia fue un infierno: "Si hay algo que caracterizaba nuestras andanzas por las calles de Fuentes eran las mil y una travesuras que cada fin de semana tramábamos y hacíamos realidad". Fue una etapa más que iba modelando, sin darnos cuenta, las siguientes en las que ahora estamos, incluso para escribir una primera novela como esta. "Durante meses vagamos por Fuentes con los deseos frustrados de construir nuestro espacio". El narrador/ narradora deja constancia escrita, en primera persona, de un mundo que brota en su interior como una palpitación de la palabra. "La memoria es un barco a la deriva" se convierte en la llave asertiva y copulativa que abre la obra. Y la cierra en pasado verbal: "El tiempo fue poniendo las cosas en su sitio. Hubo palabras, hubo personas, hubo silencio". Es lo que tienen las tragedias. Se empieza fumando, como juguete de murciélago, y se acaba en el mayor de los silencios.
Un escenario, unos tiempos, unos personajes, unas historias. "Aquel lugar encierra muchos más recuerdos y vivencias. Mil conversaciones, risas, borracheras, demostraciones de fuerza, de orgullo y de vanidad. Por suerte sus paredes carecen de lengua y no podrán desvelar tantos secretos compartidos". Un libro para saborear, que ocupa lo suficiente: 100 páginas de relato… pero que deja impronta, como delicia verbal que no hay que perderse. Se lee una mañana a la sombra fresca de cualquier árbol de La Dehesa. Carmen Ruth Boíllos. Como fuman los murciélagos. "Ese brillo que un día se volvió oscuridad".