Justo, necesario y oportuno el discurso del rey Felipe VI, con motivo de los actos conmemorativos del décimo aniversario de su acceso al trono.
Sin embargo, nada nuevo, y eso es lo malo, porque el mensaje central es en realidad el consabido compromiso de la Corona con la Constitución.
¿Es que alguien esperaba algo distinto en el marco de la voluntad integradora proclamada por un Felipe VI que promete un reinado de "servicio, compromiso y deber"?
Pero, como digo, lo relevante es que se haya hecho necesario que el rey diga alto y claro, en la solemnidad del acto central de la conmemoración, que "a la Constitución me he ceñido y me ceñiré siempre".
Un recado con distintos destinatarios. Desde quienes del monarca pronunciamientos en asuntos discutidos y discutibles de la política nacional hasta quienes participan en obsoletas "marchas republicanas" con manteo incluido de Felipe VI (simbólico, se entiende).
Ante el desbarajuste institucional del aquí y ahora de la política española es bienvenida la vocación de la Corona por aportar certidumbre y estabilidad a la España zarandeada por la polarización. En estado de reyerta permanente entre los partidos, suena bien que Felipe VI aparezca como un puntal que haga suya la voluntad de convertir a la Corona como el más firme puntal del Estado.
Frente a histéricos gestos antimonárquicos de los compañeros de viaje del actual Gobierno (republicanos e independentistas) Felipe VI asume la tarea de hacer pedagogía constitucional en sus intervenciones públicas, suavizantes y conciliadoras frente a la crispación, las broncas parlamentarias, los conflictos institucionales y la falta de sintonía entre PSOE y PP, los dos grandes partidos de la centralidad.
En una España sedienta de estabilidad, este décimo aniversario de la coronación de Felipe VI ha servido para reconocerlo como la figura más creíble en la defensa de la Constitución, fuera de la cual "solo reina la arbitrariedad y la imposición", como ya dijo en su último mensaje navideño.
Respetar los valores de ejemplaridad, transparencia y estabilidad, mientras se insta a que otras instituciones también los respeten es el trabajo que viene haciendo con nota alta Felipe VI en el desempeño de la función arbitral y moderadora que la Carta Magna asigna al jefe de ese Estado, como símbolo de unidad y permanencia de ese Estado.
Todo eso merecía una celebración por todo lo alto. Se cumplió, con la vista puesta en el salto a la vida pública de la heredera, doña Leonor, cuya figura cala cada vez más entre los jóvenes de su generación.