A pie, en bicicletas, carros tirados por animales o, en el caso de los más afortunados, con furgonetas. Sea a través de unos medios u otros, la inmensa mayoría de la población de la Franja de Gaza no ha tenido más remedio que meter su vida en una maleta, echarse la casa a cuestas -o lo que queda de ella- y trasladarse hacia las «zonas humanitarias» declaradas por Israel con motivo del inicio de la guerra contra Hamás, hace ya más de 10 meses. Sin embargo, ese territorio seguro es un espejismo, según denuncian distintas organizaciones desplegadas como Médicos Sin Fronteras (MSF), que hacen lo imposible para poner su granito de arena en su intento por atajar una crisis que sigue empeorando por la escasez de recursos básicos como el agua.
Las inminentes órdenes de evacuación que sacuden cada día el territorio, enmarcadas en la ofensiva del Ejército hebreo contra el grupo islamista, han convertido al 90 por ciento de los gazatíes en desplazados a la fuerza, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA). Muchos han tenido que movilizarse más de dos, tres, cinco o, incluso, una decena de veces. Otros ya ni las cuentan.
Todos ellos tratan de abrirse paso entre los escombros y los bombardeos diarios hacia unas «zonas humanitarias» que varían constantemente y que ya suponen tan solo el 11 por ciento de toda la Franja, lo que está convirtiendo el hacinamiento en un problema acuciante, hasta el punto de que, en ocasiones, planea el miedo a que se inicie una «guerra civil» en la lucha desesperada de la población por unos recursos que son insuficientes.
Decenas de personas aguardan el suministro de comida en una zona del norte de Gaza. - Foto: ReutersAsí lo advierte José Luis Vázquez, coordinador de Logística de la Unidad de Emergencias de MSF, que relata la «impactante» realidad del enclave tras haber estado en la primera línea de la ayuda humanitaria.
Con base en la ciudad sureña de Al Mawasi, a pocos kilómetros de Jan Yunis -epicentro de la actual ofensiva-, fue testigo durante seis semanas de las largas colas que se acumulaban para recibir un bien fundamental para la supervivencia: el agua, cuya escasez en toda la Franja se ha convertido en una auténtica tragedia. La respuesta es sencilla: simplemente, no hay.
Debido a la ausencia de combustible, las plantas desalinizadoras funcionan a un nivel muy reducido. Es en ese punto donde la labor de reparto de MSF resulta crucial. Sin embargo, pese a sus esfuerzos, los gazatíes acaban disponiendo de una cantidad de agua muy inferior a la recomendable en casos de emergencia, un hecho que acaba causando «los mayores líos» entre civiles. «Llega a haber tiros por los repartos de agua», confiesa Vázquez, que da cuenta de las infinitas colas de distribución, jamás vistas en ningún otro sitio en los que ha estado, ni siquiera -según sostiene- en África.
Este responsable de MSF reconoce que en el resto de la Franja, donde no se ha delimitado una zona humanitaria, es incluso peor.
Una de las estampas más duras se ve en los pocos centros médicos que quedan operativos en la zona. Por ejemplo, los ataques continuos del mes pasado sobre Jan Yunis llegaron a poner en peligro en más de una ocasión los hospitales del entorno, donde los equipos de MSF se vieron obligados a atender hasta 10 afluencias masivas de heridos graves por los bombardeos.
Allí, el personal desplegado intenta cubrir las necesidades como puede, pero los recursos sanitarios son insuficientes. «Somos una gota en un océano de necesidades», relata una enfermera, mientras la organización reclama a Israel que ponga freno a las trabas para introducir convoyes humanitarios.
Todo ello mientras se ha confirmado que ya circula en el enclave una enfermedad que llevaba un cuarto de siglo sin dar señales de vida en Gaza: la polio, fruto del hacinamiento y la falta de higiene.