En aplicación de los planes de desescalada oficial, los actores secundarios volvieron a ser decisivos en la prolongación del estado de alarma. Esta vez, parece que la definitiva, hasta el 7 de junio. Lo reseñable es que este último debate, que tuvo lugar este miércoles en el Congreso de los Diputados, nos devolvió la amarga memoria de un famoso cuadro de Goya. Seguro que recuerdan ustedes el duelo fraticida a garrotazos mientras los dos contendientes se van hundiendo cada vez más.
Puede parecer excesivo el recurso a la simbología de la estampa negra del divino sordo, pero no encuentro otra mejor para reflejar la dramática confrontación entre los dos partidos de la centralidad política. Me refiero al PSOE y PP, el que manda y el que puede mandar. Los demás, como queda dicho, son actores de reparto en un problema de Estado como el de la crisis nacional sobrevenida a la pandemia del coronarivus.
La desalentadora realidad es que los motores políticos de la crisis, orientados a salvar vidas, han ido funcionando mal que bien solo gracias a los actores de reparto, mientras las dos primeras fuerzas del arco constitucional se endosaban recíprocamente la responsabilidad de los 28.000 españoles muertos a causa de la COVID-19. Es una gravísima acusación de orden moral, no político. Lo político se reduce al estéril ejercicio de colocar al adversario junto a la extrema izquierda, o junto a la extrema derecha, según la procedencia de la pedrada.
No ha servido de nada que el presidente reconociese, con un sentido más creíble de la contrición que en anteriores ocasiones, que el Gobierno ha cometido muchos errores. Con razonables argumentos paliativos: la urgencia de las decisiones, la penuria de los recursos, las difusas advertencias sobre la pandemia que se avecinaba, etc.
En vez de tomarlo como punto de reencuentro para intentar la remada conjunta contra el enemigo común, la petición de disculpas de Pedro Sánchez cayó en saco roto. Y el líder del PP volvió a acusar al Gobierno de avanzar como pollo sin cabeza y haber fracasado en los erráticos planes oficiales. Pareció una moción de censura "constructiva", donde el aspirante es la representación del bien sin mezcla de mal alguno. Y al revés, el titular no ha hecho bien absolutamente nada.
El cuadro es desalentador. España vuelve al pelotón de los torpes en Europa, estamos abocados al rescate europeo y la benevolencia luterana, pero la clase política reactualiza el goyesco duelo a garrotazos y evoca la amarga respuesta que, para españoles enzarzados en una guerra fraticida, propuso Ernest Hemingway 400 años después de que la formulara el poeta metafísico John Donne: "¿Por quién doblan las campanas?".