Con un mensaje claro y comprometido, incluso adivinatorio, George Orwell (nacido en Motihari, India, 1903 y fallecido en Londres, 1950) es un escritor a tener muy cuenta incluso 75 años después de su muerte. Sus creaciones literarias distópicas, como Rebelión en la granja o 1984, se han convertido en un manual de cabecera para entender la realidad social en pleno siglo XXI, además de transformar textos políticos en auténticas piezas artísticas.
«Algunos le consideran un profeta», afirma el profesor emérito de la Universidad Goldsmith de Londres Tim Crook, estudioso del periodista y escritor británico.
«Brillante en su capacidad de analizar el poder del lenguaje y su distorsión con el fin de proyectarlo hacia el poder y desfigurar la comprensión de la gente», considera, por su parte, su albacea literario Bill Hamilton. Según él, Orwell -llamado en realidad Eric Arthur Blair- decidió desde muy joven desconfiar de todas las llamadas verdades en las que se crió.
El escritor era de origen indio y, tras estudiar en una de las escuelas más elitistas inglesas, Eton, y pasar por la Policía Imperial birmana, optó por afrontar la realidad del entonces Imperio británico renunciando a sus posibles privilegios y empezó en el periodismo.
Orwell, socialista convencido, se enroló en la Guerra Civil española (1936-1939) en el bloque republicano donde «fue disparado por el enemigo; pero fue su propio bando quién casi le asesina, reforzando su odio a cualquier tipo de totalitarismo y su lenguaje abusivo», explica Hamilton.
A raíz de aquel episodio, su creación literaria fue una lucha contra los estamentos del poder, lo que le supuso que se cuestionará todo o casi todo. Un ejemplo de ello es su obra 1984, un libro que recuerda una y otra vez, sin que envejezca lo más mínimo, «cómo se abusa de la autoridad», afirma su albacea.
Tal es su actualidad que en el primer mandato del presidente Donald Trump en Estados Unidos (2017-2021), este título se convirtió en superventas «porque nos recuerda que no existen hechos alternativos. Hay verdad y falsedad. Claridad y mentiras», remarca Bill Hamilton.
La célebre distopía introduce conceptos como doble pensamiento o neolengua. «La perversión y corrupción del lenguaje puede controlar sutilmente y, a través de un sesgo inconsciente, cambiar la forma de expresarse, lo que realmente se quiere decir», ilustra Crook.
Hamilton, como regente de su patrimonio novelesco, observa que allí donde hay una crisis política siempre hay una especie de revuelta periodística.
El nuevo totalitarismo
Ambos estudiosos de la obra de Orwell eligen Rebelión en la granja como su obra favorita. Una parábola para niños y adultos sobre cómo se echa a perder una revolución en marcha, «las mentiras y maldades del totalitarismo, la corrupción del socialismo», describe Crook.
Una patata caliente para los editores británicos de la época, vista como antiestalinista «en mitad de la II Guerra Mundial, en donde la Rusia soviética era nuestra salvadora, amiga, aliada», contextualiza Hamilton. Un ejercicio de antropomorfismo donde «los cerdos querían leche y manzanas. La revolución no es tan divertida comiendo solo hierba y paja. Los humanos somos iguales», finaliza el académico.
Casi ocho décadas después su trascendencia sigue vigente, mientras aparecen nuevas creaciones en el mercado literario sobre la misma temática, como Julia: Una nueva versión de 1984, de Sandra Newman.
El profesor Crook conjetura sobre su impacto en nuestros días. «Si estuviera vivo hoy, y fuera por ahí dando charlas y conferencias, nadie le haría caso».
Según el académico, «lo habrían cancelado en muchos entornos por su crítica y análisis» y es que Orwell en su lucha contra el totalitarismo, blandía que «si libertad significa algo, es decirle a la gente lo que no quiere oír».
Para el profesor, «hoy, cualquiera que desafíe tu ideología, forma de pensar o te haga querer pensar en otra cosa, te está dañando emocionalmente de alguna manera».