Jesús Bachiller

Jesús Bachiller


Romper una lanza en favor de los políticos

01/06/2024

Que alguien pise el freno, por favor. Desde la formación del nuevo gobierno llevamos en España un ritmo político frenético, donde los acontecimientos se suceden a tal velocidad que no hay un mínimo espacio para la calma. Si nos vamos al contexto internacional, el dinamismo y la complejidad es tal que no da tiempo a asimilarlo y, mucho menos, hacer un mínimo análisis de cada nuevo escenario. Necesitamos una bandera blanca, un cese de hostilidades, de amplificaciones y excesos en la legítima confrontación política. La política, en realidad, es una profesión aburrida, centrada en el debate de temas sesudos, a veces muy técnicos, que solo interesan a los más especializados en cada materia. El problema se plantea cuando algunos políticos y muchos medios de comunicación, por desgracia, prefieren la bronca política al debate sereno y constructivo, porque vende más y porque algunas formaciones se mueven mejor en el fango. Es una estrategia peligrosa porque se corre el riesgo de que la política se llegue a confundir con el ruido permanente, y acabemos por ser incapaces de valorar lo que es la buena política, por muy aburrida que parezca. El respeto, la tolerancia y la buena educación no están reñidos con el debate y la disputa política partidista. Quizá los medios deberían reflexionar sobre si vale la pena dar tanto eco a la dinámica acción/reacción que tanto resuena en las declaraciones de muchos líderes. Es verdad que la política española y europea no pasa por sus mejores momentos. También que hay políticos que no merecerían tal nombre, porque se alejan del noble y alto honor de lo que simboliza representar a los ciudadanos y hacer política, que consiste en llegar a acuerdos, no en tener la razón, y pensar en el interés general sin renunciar a tus ideas.
Lo peor de todo es la banalización de la política y la normalización de los gritos e insultos que sistemáticamente observamos contra determinados políticos en escenarios concretos, sin que haya una condena expresa del resto de partidos. Esta es una espiral peligrosa porque es el caldo de cultivo para el triunfo de la intolerancia, que puede desembocar en agresiones a políticos, como de hecho está ocurriendo en toda Europa.
Por otra parte, la sucesión de campañas electorales tampoco favorece la moderación del debate público. Demasiadas convocatorias y muy seguidas, donde priman los intereses electorales sobre el intercambio pausado de ideas. Se multiplican las exageraciones, los bulos y las sospechas, sobre las que se abren nuevos debates interminables y estériles, que no conducen a nada. La política no puede polarizarse en manos de bocazas o políticos imprudentes que solo se mueven por intereses partidistas. Parece que una sociedad más desarrollada, más culta, mejor formada y más preparada es sinónimo de una sociedad más ética, más razonable, más defensora de los derechos humanos. Sin embargo, la realidad demuestra que no es así, que cada vez hay más intolerancia, como lo demuestra el hecho de que aumente el número de ataques xenófobos o que el número de refugiados y desplazados internos en el mundo se sitúen en récord históricos.
Frente a los que quieren desprestigiar a los políticos y deslegitimar las instituciones, hay que romper una lanza en favor de los buenos políticos y la buena política. Ojalá los electores los premien en las urnas. Las elecciones europeas son una buena ocasión, porque Europa representa, con todos sus defectos, lo mejor de la política. Aunque hay serios intentos de deslegitimación, utilizando para ello todo tipo de falsedades, podemos afirmar que Europa es probablemente una de las ideas más brillantes que ha promovido la historia de la humanidad. No solo como respuesta a un mundo globalizado, como dijo en su día Felipe González, sino como un referente en la búsqueda de la paz, en la defensa de unos valores y en la resolución pacífica de los conflictos. El paso de varias generaciones de europeos sin guerras internas no tiene precedentes; la consecución del estado del bienestar es algo extraordinario, aunque precise ajustes para adaptarlo a las nuevas realidades. Por eso, frente a los que quieren destruirla, desde dentro y desde fuera, hay que apostar más que nunca por consolidar su integración.