Cerca del río Duero se ubica Barca, un pueblo cuyo principal sustento sigue siendo la agricultura y en el que llama la atención el cuidado de sus calles y zonas verdes y la riqueza patrimonial. En la actualidad hay todavía 15 profesionales del campo, que estos días están preparando la siembra de girasol pero, sobre todo, mirando al cielo porque el cereal necesita agua con urgencia y las previsiones son temperaturas «exageradas». Después de tres años buenos, éste puede que no lo sea tanto... apuntan los agricultores Raúl Pinto y Ricardo Ramos, ambos concejales de Barca, y César Gallardo, que siguieron los pasos de sus padres dedicándose al sector. En el término hay en torno a un 20% de regadío. La escultura de homenaje al agricultor es, precisamente, la que da la bienvenida al pueblo.
Junto al alcalde, Francisco Javier Navarro, los vecinos hablan de lo mucho que se ha hecho en el pueblo en los últimos años porque ofrece una imagen impecable. Hay contratado un jardinero durante todo el año, José Antonio, y en verano se suma otro. Sobre todo, quieren atraer familias jóvenes al pueblo porque creen que es la base para mantenerlo, ofreciéndoles vivienda y empleo, por lo que piden un mayor apoyo a las administraciones. Hay cinco casas municipales rehabilitadas y ya alquiladas, pero el alcalde tiene una demanda importante para la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD): la cesión al Ayuntamiento la casa del guarda del antiguo canal del regadío para poderla acondicionar y atraer a más familias. Están esperando respuesta desde agosto de 2020 e insisten en que es algo muy necesario. Además, planean construir una carretera de circunvalación para que no pase tanto vehículo agrario por el núcleo urbano y se está construyendo una pista de padel donde se guardaban las mulas y las vacas.
El alcalde es nieto e hijo de herreros y, aunque nació en Huesca y vivió fuera del pueblo durante varios años, la familia regresó cuando su padre retomó el oficio y puso en marcha el taller de maquinaria agrícola. Reflexiona sobre los problemas sanitarios de Soria, sobre todo por los traslados de pacientes en estado grave, por ejemplo, a Burgos y Valladolid, un tiempo que es vital para salvar vidas.
Micaela, un gran tesoro. QUIEREN ATRAER FAMILIAS
Conocemos a Miriam Peralta y Jorge Soruco, que tienen dos niñas mayores, Tatiana y Luma, y una niña de tres meses, Micaela, la primera nacida en el pueblo desde hace 30 años. ¡Lo más bonito del pueblo! Ella, de Paraguay, es la trabajadora social municipal que ayuda a seis personas mayores del pueblo en sus quehaceres diarios y les hace compañía (algo por lo que ha apostado decididamente el ayuntamiento); y él, de Argentina, trabaja en Almazán y, además, se hace cargo del Casino los fines de semana en invierno y diariamente a partir de junio. Llevan tres años viviendo en el pueblo -antes estaban en la villa adnamantina- y están encantados por la gran acogida. Las ventajas, indican, «la libertad que supone para los niños y que tengan transporte escolar». «No necesitamos nada más, aquí estamos muy a gusto. Es un lugar muy tranquilo», añaden. Celebrarán la comunión de su hija mediana en junio en la iglesia para que acuda todo el pueblo y en julio será el bautizo de la pequeña, anuncian con alegría. Además, allí viven varias personas de Bolivia que se dedican a la resina y a otros sectores y que, además, están comprando casas para rehabilitarlas.
El médico y la enfermera van una vez por semana, mientras que el pediatra atiende en Almazán. También pasa el panadero y el vendedor de ultramarinos y congelados. En la actualidad hay unos 108 vecinos empadronados y viviendo de continuo medio centenar. Nos acercamos al Casino junto a los vecinos, sede de la Asociación Santa Cristina, la patrona (solo este pueblo y Osma la tienen y, sí, hay bastantes vecinas que así se llaman) que da nombre a su espectacular iglesia, y con 400 miembros. «Es importantísimo que esté abierto porque es lo que cohesiona a la comunidad», inciden. Las fiestas se celebrarán a mediados de junio, en fechas del otro patrón, San Antonio. En agosto, cuando la población del pueblo se triplica, se organiza una comida popular a la que han llegado a ir 250 personas.
De camino a la Dehesa nos encontramos con Mercedes Aparicio Gallego, que viene de tomarse la tensión en el consultorio. «Estamos aquí casi todo el año. Es una gozada porque desde casa veo los árboles, la ermita de la Soledad...» y en su día a día, junto a su marido, salen a pasear y arreglan los huertos. Además, tienen un pequeño museo etnográfico en el garaje. Recuerda que hace años en Barca había «más animación y más juventud», pero le alegra mucho que sus tres nietos sigan yendo.
El paraíso terrenal LOS ORÍGENES DE BARCA
Acuden a la cita para aportarnos testimonios de gran relevancia sobre el pasado de la localidad Alfredo Ortega del Castillo, que oficia de cronista de Barca, y Pedro García. Alfredo fue durante muchos años profesor en Zaragoza pero en cuanto se jubiló regresó a su pueblo y se empadronó. «Esto es el paraíso terrenal», asegura. Comenta que los orígenes de Barca se remontan a la época celtíbera, como Numancia, en la también importante ciudad de Lutia, que se investigó y excavó, encontrándose ahora cubierta. «Bajaban a por agua al río [recuerda que es un pueblo con fuentes por todos los lados] y como la cruzaban en barca se fundó Barcam, que después derivó en Barca», relata este gran conocedor de su pueblo y la provincia que plasmó toda esta información en sus artículos.
En la Dehesa, donde antes pastaba el ganado y que se ha vallado en madera (el alcalde ha sido albañil y es un 'manitas'), se va a instalar un estanque. Junto a la ermita hay una gran arboleda, fuentes, merendero, áreas deportivas de fútbol y baloncesto, así como zonas de juegos infantiles y aparatos para los mayores. Allí se encuentra Máxima García, quien ejercita los brazos en esta calurosa mañana de primavera y habla con cierto pesimismo sobre el futuro de su pueblo porque los jóvenes no se quedan. Pero lo más importante es «hacer pueblo» y permanecer todo el tiempo que se pueda en Barca, inciden. Es un pueblo de ribera, como Almazán, Berlanga, El Burgo, San Esteban...
En las antiguas escuelas se construyó uno de los primeros museos etnográficos de Soria, que muestra todo tipo de aperos de labranza y otras ocupaciones, telares, aparatos para trabajar el cáñamo, estancias de las casas, ajuares, menajes, textiles... Se puede visitar solicitándolo a los propios vecinos, que relatarán a los interesados un sinfín de curiosidades. Las casas se construían en adobe y todavía se mantienen muchas, que nos enseñan en la visita. «Había escuelas de párvulos y después las de niños y adultos para chicas y chicos. Éramos 44 en cada clase», recuerdan con nostalgia. Eran otros tiempos: los aceiteros servían a 1.000 habitantes y había tres carpinterías, una zapatería, tres carnicerías, dos panaderías... Pasamos por la zona de la pérgola con toldo y barbacoa (eso era antes la casa del cura), donde se celebran cumpleaños infantiles, junto a los olivos centenarios y los columpios. Y llegamos al rollo, símbolo de la importancia que tuvo la localidad y con curiosas gárgolas. Por la noche, iluminado, luce una bonita estampa. Allí se reunían los miembros del concejo abierto. Pasa por allí Amparo del Olmo, con la asistente social, y valora este servicio.
En la iglesia varias mujeres están preparando flores para San Antonio. Allí, nos sorprende el pórtico románico (siglo XI), con cariátides y capiteles impresionantes. Se restauró hace 30 años y es la joya de la corona de la localidad, donde también admiramos el retablo mayor (le hace falta una intervención), la pila bautismal y la cúpula. Los vecinos nos comentan un sinfín de curiosidades sobre la cornisa del ambón, los arcos, los canecillos, el órgano de gran tamaño que se quiere restaurar... No es de extrañar que allí se celebren muchas bodas. Muy cerca están los restos del torreón medieval, que seguía la línea del Duero y sirvió de nevera. Desde allí las vistas del paisaje son incomparables y nos muestran el barrio primitivo, el de La Umbría. Un detalle es que las fincas de secano están bordeadas de encinas.
También hablamos con Alfredo y Pedro del tren que por allí pasaba, de la línea Valladolid-Ariza, con la estación de Barca-Matute. «Era un tren bueno que unía Coruña y Barcelona, el Shangai, con cafetería y aire acondicionado» y Alfredo, por ejemplo, viajaba hacia Portugal. Él incluso llegó a recoger firmas para que no se cerrara, pero no hubo nada que hacer y se perdió el tren... Pedro comenta que hay tres fases en la despoblación: perder la escuela, el bar y la iglesia, cuando ya se hunde la torre. Allí se mantienen dos.
Los vecinos alaban todo lo que han hecho los alcaldes por el pueblo, como Juanita Garzón, que estuvo 19 años, «han sido gente muy eficaz», subrayan. Hablamos también con Antonio Gallardo y Dulce Nombre Jiménez, instalados allí desde el confinamiento tras trabajar en sus colegios de Madrid durante muchos años. «Vivimos aquí estupendamente, hay menos riesgos y mejor calidad de vida», comentan.