"Cómo han pasado los años, cómo cambiaron las cosas y aquí estamos frente a frente...", pero no como dos enamorados ni como dos adolescentes, como decía Rocío Jurado sino como dos desconocidos o, peor, como personas que se ignoran, incapaces de dialogar, de acordar, de caminar juntos.
Cuatro años ya de aquellos días de marzo en el que el tsunami del COVID nos confinó en nuestras casas, se llevó por delante a más de cien mil personas, dejó desasistidos a miles de mayores, rompió familias en pocos días, casi en horas y nos hizo ver lo frágiles que éramos. También aquellos meses trajeron lo mejor del ser humano. La solidaridad, el afecto, la capacidad de ponernos en el lugar del otro, de ayudar a los que eran más débiles o necesitaban más... Los profesionales sanitarios, las fuerzas de seguridad, el personal de limpieza, el de las residencias, el de los servicios funerarios, los abogados que atendían de oficio... se volcaron con jornadas de 24 horas, sin descanso, sin medidas de protección porque no las había o porque nadie sabía qué se necesitaba para estar protegido.
¿Recuerdan la salida masiva a los balcones para aplaudir a todos ellos y mostrarles nuestra solidaridad? ¿Recuerdan los aplausos incontenibles y hasta las lágrimas por todos los que se habían ido sin poder despedirse, sin poder despedirlos? Durante días o semanas todos parecíamos remar en la misma dirección. Había que acabar con ello con el menor coste humano y social posible. Juntos. Alguien dijo que de todo aquello saldríamos mejor. Mejores personas, con más capacidad de entendimiento de escucha, más solidarios. Mentira. De aquellos "koldos", estos lodos, la corrupción que estamos descubriendo cada día y que se trata de esconder para proteger "a los nuestros". Aquellos heroicos sanitarios, médicos, enfermeros, celadores, siguen con los mismos problemas. No se han ampliado las plazas en los hospitales públicos: ni son más ni cobran más ni han visto mejora alguna. Pero, sobre todo, no son escuchados.
Ni el Ministerio de Sanidad, el primero, ni las consejerías autonómicas han hecho un análisis de lo que pasó, de lo que hicieron mal, de lo que podrían haber hecho mejor y, sobre todo, nadie ha hecho un plan para evitar que vuelva a pasar y para saber cómo actuar mejor si vuelve a pasar. El primero, el ministro Illa que lo prometió pero abandonó el barco por los intereses de su partido.
Los políticos, de derechas o de izquierdas, siguen siendo incapaces de dialogar y pactar en beneficio de los ciudadanos. El consenso es una utopía. Muchos, casi todos, sólo buscan quedarse con el pastel. Ninguno ha pedido perdón por decisiones equivocadas. Ninguno ha hecho una auditoría para conocer los errores -razonables en algunos casos, por la urgencia y el desconocimiento, pero no en otros- ni por las decisiones políticas injustificadas y rechazadas por el Constitucional a posteriori, como los estados de alarma. Los jueces, que también jugaron un papel importante, están siendo amenazados desde el poder político y desde el Parlamento. Si volviera otro virus como aquel, ¿nos pasaría lo mismo? Nadie lo sabe. ¿Nos comportaríamos igual? Lo dudo. ¿Estaríamos mejor preparados? Me temo que no.
Mi amigo José Ángel Agejas dice que el ser humano es el único animal que puede levantar su mirada por encima de sí mismo. Hacia el cielo. Permítanme que me cueste creerlo. Andamos todos tan enfrascados mirando el móvil y el suelo, pensando cómo poner la zancadilla al otro, que esa mirada hacia arriba, hacia la solidaridad y la concordia me parece una utopía. ¿Recuerdan los aplausos? ¡Qué lástima que no seamos capaces de caminar juntos buscando el bien común, el bien de todos! Se lo debemos a las víctimas de aquella tragedia.