Llevar hasta el Tribunal Constitucional un tema en el que seguro que vas a recibir un revolcón (y encima, por unanimidad), como era el recurso contra el recuento de votos en Madrid, es una muestra más de la precipitación y agitación a las que han llevado los resultados electorales de hace poco más de mes y medio y que han derivado en una escalada irreflexiva hacia el poder por parte de quienes lo procuran.
El PSOE nunca debería haber planteado este recurso ante el TC, sabiendo que lo iba a perder y exponiendo a la alta institución a un desgaste aún mayor del que ya padece. Como nunca se debería haber comprometido, se supone que secretamente, ante Puigdemont a tramitarle una amnistía en menos de un mes, cosa claramente imposible a tenor de varias leyes, entre ellas la del Gobierno, que condiciona lo que puede y no hacer un Ejecutivo en funciones.
Ya sé, ya sé, que no son solamente La Moncloa y Ferraz quienes, tras una convocatoria electoral cuando menos también arriesgada para los intereses del país, adolecen de la angustia por llegar a la investidura y seguir donde están, es decir, en el poder. También a Núñez Feijóo, ahora embarcado en una labor de oposición y asumiendo al fin que su acceso a la Presidencia del Gobierno se va a hacer casi imposible a corto plazo y sin nuevas elecciones, ha cometido deslices de principiante. Como ofrecer a Sánchez unas nuevas elecciones dentro de dos años si ahora el PSOE se abstenía y le dejaban gobernar a él, al fin y al cabo el ganador (efímero) de las elecciones legislativas. Sánchez aún se está riendo de la 'oferta'.
Gobernar, aunque sea en funciones, aunque sea desde la expectativa, exige un mayor sosiego, un cálculo mucho más certero, a corto, medio y largo plazo, de las consecuencias de lo que se pretende y de lo que se hace para lograrlo. En el PSOE ya cundieron las alarmas ante la falta de cuidados técnicos que acompañaron a la 'ley del sí es sí', entre otras. Las presiones de Podemos, primero, y de Sumar, ahora, sobre todo, en este último caso, en lo referente a la negociación con los independentistas catalanes, hubiesen reclamado una mayor cooperación y un más fácil entendimiento entre los coaligados. Y tampoco estaría de más pedir a las huestes de Yolanda Díaz un poco de calma a la hora de las proclamas.
Esta carrera contra el tiempo y. a veces, contra el sentido común, en alianza con el talante inveraz de nuestros representantes, está disparando los ya altísimos niveles de desconfianza de la ciudadanía hacia sus políticos, y tendrá, indudablemente, consecuencias. El último traspié de la sede de Ferraz, ineficazmente gobernada en estos momentos, ha sido el del recurso al TC por la famosa votación en Madrid, dejando una impresión de recelo hacia el recuento oficial que deja en mal lugar el prestigio de España como una democracia seria. Y, para colmo, hace pensar en que el Gobierno tiene una 'excesiva confianza', vamos a llamarlo así, en el Alto Tribunal, al que cree controlar, poniendo una patata excesivamente caliente en manos de los magistrados y en las del presidente, Cándido Conde-Pumpido, que no podrá, razonablemente, dar al Ejecutivo todo lo que este le pide.
Antes, recuerden, el partido gobernante recurrió contra las encuestas y los encuestadores, que les vaticinaban un fracaso. Y antes, volvamos a recordar, la metedura de pata de Pegasus, aquello de que también el presidente y dos ministros habían sido espiados, que trajo todo lo que trajo. Y antes... En fin, la lista no es corta. Precipitación, improvisación, falta de estudio suficiente sobre las materias abordadas, son vicios políticos que no bastan para compensar a los valores que reconocemos, como trabajo, dedicación y ambición. Aunque muchas veces esta ambición lleve a abrir demasiados cajones a la vez sin saber cómo cerrarlos. O sea, lo que ha ocurrido ahora con el TC y lo que puede suceder con la amnistía-exprés, tema en el que me parece que ya se está reculando en los opacos estamentos oficiales.