Las ruinas de San Juan de Berlanga

T.G. / J.M.I./ L.C.P.
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Muchas de las piedras de las diez iglesias medievales están en la colegiata

Las ruinas de San Juan de Berlanga

Creemos que a ningún soriano/a hay que explicarle cómo llegar a Berlanga de Duero, pero por si alguien se despista, le recordaremos que la SO-100, la misma que pasa por Navalcaballo, Quintana Redonda, Fuentepinilla o Andaluz, le llevará hasta allí en unos cuarenta minutos.

Y es que hoy nuestro objetivo se encuentra en esta localidad. Berlanga se encuentra a unos 50 kilómetros al sur de la capital, en la ribera del río Escalote, afluente del Duero. Es tan rica, Berlanga, en patrimonio artístico, que mereció la pena hacer dos viajes; uno el 19 de septiembre y otro, el 29 de octubre. Este segundo con el fenomenal recibimiento de Jesús, Conchi y José Luis, miembros de la Asociación de Amigos del Castillo de Berlanga. 

Berlanga fue conquistada para los cristianos por Fernando I en el siglo XI. Allí fueron llegando nuevos pobladores propiciando que el municipio se convirtiera en centro de una comunidad de villa y tierra compuesta por 33 aldeas, trece de ellas actualmente despobladas o desaparecidas. Para protegerla se construyó una fuerte muralla al sur del castillo, llamada Cerca Vieja. Dentro, agarrado a esa loma, se encontraba el antiguo pueblecito que daría origen a Berlanga. Poco a poco, cuando el peligro se fue alejando, la población fue abandonando el lugar y se asentó en el llano, más cómodo, donde hoy se ubica la villa de Berlanga. Por si acaso, se construyó una segunda muralla, extramuros, pero de ella apenas queda la Puerta de Aguilera. Hasta principios del siglo XIV se fueron construyendo, conforme iba llegando población nueva, diez iglesias repartidas en el espacio que ocupaba la localidad.

En 1136, mediante el acuerdo suscrito entre los obispos de Sigüenza y Osma para la delimitación de ambas diócesis, Berlanga y sus aldeas quedarán dentro del territorio seguntino, donde ha permanecido hasta los años centrales del pasado siglo XX. Ya en aquellos primeros siglos debió de ser una activa población, que llegó a contar con siete parroquias, según Gonzalo Martínez Díez: Santa María, San Gil, Santo Tomé, San Nicolás, San Miguel, San Esteban y San Andrés. Sin embargo, en 2013 en el artículo 'Las antiguas iglesias de Berlanga. Entre la arqueología y la documentación escrita' publicado en la Revista Celtiberia, Nº 107,  Roberto de Pablo, Francisco J. de Pablo y Cristina Santos añaden a estas parroquias tres más:  San Pedro, San Facundo y San Juan. Precisamente, estos autores, han logrado localizar los espacios en los que se encontraban esas diez iglesias, determinando que la que se denomina como 'Ruinas dentro del primer recinto amurallado' en la Enciclopedia del Románico en Castilla y León, estuvo advocada a San Juan.

En 1370 la familia Tovar se hizo con el control de Berlanga y, por supuesto del castillo, que sufrió saqueos de la propia población, y un grave incendio en 1660. A finales del siglo XVIII sólo los muros quedaban en pie. Pero aunque el castillo quedase vinculado exclusivamente a la familia Tovar, el poblamiento de la localidad fue creciendo hasta llegar a casi los 2.500 habitantes a mediados del siglo XX. Hoy se mantiene en torno a los 900.

Muchas de las piedras de las diez iglesias medievales  se encuentran embutidas en los muros de la Colegiata de la misma localidad. Conchi y José Luis fueron nuestros extraordinarios cicerones acompañándonos a los lugares en los que esos edificios religiosos estaban. Efectivamente, en 1526, los Señores de Berlanga, María de Tovar e  Íñigo Fernández de Velasco, en un programa renovador de las construcciones de la villa, deciden unificar todas parroquias en una de dimensiones suficientes, para acoger a toda la población, y que estuviese en el centro de la villa. Con permiso de la diócesis de Sigüenza construyen la impresionante Colegiata de Santa María del Mercado en el emplazamiento de la antigua de San Andrés. No podemos imaginar el impacto que debió suponer en la localidad la noticia de que las diez iglesitas iban a ser destruidas. También sería impactante cuando observaran un edificio del poder de la nueva Colegiata. 

Dentro de las murallas del castillo o de la cerca vieja se encuentran algunos restos de tres de esas iglesias que se destruyeron: la de San Juan, de la que todavía hoy se conserva parte de su cabecera junto con su arco de gloria, que sirve de recuerdo y que nos marca el lugar en el que se encontraba; la de San Esteban, un poco más arriba y vinculada a la anterior, y la de Santa María, de la que parte de sus riquezas se conservan en la Colegiata: una talla románico-gótica de la Virgen del Mercado, y los retablos de Santa Ana y el de los Bravo de Laguna.

De las diez iglesias únicamente quedan restos de San Juan, como queda dicho; de San Nicolás, de la que se conservan parte de su ábside y de lo que pudo ser una dependencia adosada; y de San Miguel de la que también se conservan restos de su cabecera, así como, probablemente, un tímpano que se colocó, posteriormente, en la puerta de entrada del convento de las Madres Concepcionistas, cerrado recientemente. Del resto de las iglesias queda la memoria en el callejero y en los archivos. Así sabemos que San Pedro, estaba ubicada en la huerta del Palacio de los Marqueses de Berlanga; San Gil, la última iglesia en ser destruida muy cerca de 'la Claustra', San Andrés, que debió ocupar el espacio de la plaza en la que hoy se levanta la Colegiata; Santo Tomé, que se situó en la estupenda Plaza Mayor actual, y San Facundo, muy próxima a la anterior. La gran mayoría de la piedra de estas parroquias sería reutilizada en la nueva colegiata, si bien algunos restos, como el tímpano de la iglesia de San Miguel, algunos capiteles e impostas, así como restos de los muros de mampostería de Santo Tomé, San Juan, San Miguel y San Nicolás, han llegado hasta nosotros.

En el interior del recinto amurallado o Cerca Vieja se edificaron tres iglesias: la de Santa María estuvo situada a la izquierda de la puerta de acceso a la ladera del castillo, la de San Juan hacia la mitad de la ladera y la de San Esteban en la parte superior del cerro junto a una necrópolis sobre roca, siendo esta última la que más duda genera entre los investigadores. Hoy el cerro del castillo se proyecta como una imagen de recuperación del patrimonio berlangués. En el interior de este primer recinto amurallado o cerca vieja, todavía se alza desafiante el arco de gloria de la iglesia de San Juan.  

En 2002 José María Pérez, 'Peridis', cuaderno y lápiz en ristre, dibujaba magistralmente este ábside. Lo vemos en el capítulo VIII 'La construcción del románico' en el Programa Las claves del Románico que por entonces emitía TVE 2. Escuchábamos entonces a Peridis decir: «La desnudez de las ruinas nos muestra en toda su pureza las claves del románico. […]. Aquí estamos debajo del arco del triunfo que es un alarde de estabilidad, es un milagro que no se caiga sobre mi cabeza»; añadiendo poco después: «El contrafuerte es sin lugar a duda la gran aportación de los maestros del románico. No sólo modula la iglesia sino que también la sujeta. Este arco se terminará cayendo y a no mucho tardar porque el empuje que tiene no está contrarrestado, no hay un contrafuerte. Para eso servían los contrafuertes en las iglesias románicas, para evitar que el empuje de los arcos tirara los muros y se desplomaran los arcos. ¿Ven ustedes la grieta? Pues esa grieta marca por dónde van los empujes del arco y ahí tenía que estar un contrafuerte». No se equivocaba el arquitecto y dibujante, tan solo un año después este arco de gloria apuntado, debido a las inclemencias del tiempo y a los empujes no recogidos se venía al suelo. Durante unos años sus dovelas permanecieron en el lugar, hasta que en 2010 una intervención acertada impulsada por la Asociación de Amigos del Castillo de Berlanga en colaboración con el Ayuntamiento reedificó el arco de triunfo y consolidó las ruinas de la cabecera, dignificando este espacio.

Al igual que en otras iglesias del rural soriano, la cabecera de San Juan integra ábside y presbiterio en un mismo espacio, ya que el ábside se prolonga por un presbiterio recto como vimos en las ruinas de la iglesia de Santo Domingo del despoblado de Golbán. Toda la cabecera se levantó en mampostería. En el ábside pervive una pequeña parte de sus muros, así como el arranque de su bóveda de cuarto de esfera, que apoyaba sobre una imposta de listel y chaflán. Hacia el exterior del ábside queremos intuir el lugar en el que se encontraba la ventana absidal. En el presbiterio, tampoco se aprecian ventanas, quizás al estar destruido la parte superior del muro meridional, mientras que en el  lado norte todavía se conserva el arranque de la bóveda de cañón apuntada apoyada sobre la misma imposta. Todo el interior estuvo enfoscado con una capa de cal y arena; de este se conserva algunos restos.

Dos pilastras sobre pódium abocelado proyectan el arco triunfal, todo ello ejecutado en buena sillería de caliza blanca. Este es apuntado y doblado hacia la nave, presentando el arco exterior una moldura achaflanada al igual que las impostas. Este arco de triunfo se apoya en impostas.

De los muros de la nave nada queda, si bien hacia el norte aparece un gran muro de tapial con base de mampostería, que a nuestro juicio nada tiene que ver con la construcción religiosa. Escuchando a Conchi y José Luis coincidimos en pensar que este muro estuvo ligado a los jardines del palacio de los marqueses de Berlanga, en concreto nos recuerdan que en este espacio se levantaron tres jardines, «en ondo», el alto y el más alto. Precisamente este muro separaría el jardín alto del más alto, que llegaría hasta la fortaleza artillera. Por tanto este espacio se integró en los jardines, dando las ruinas de San Juan un aspecto romántico al  mismo. Estamos convencidos que a no mucho tardar este espacio en donde estuvo la nave de San Juan se excavará para determinar su tamaño, así como para mejorar el acceso.                                                                  

Las dos visitas a Berlanga las finalizamos acudiendo a Cabreriza, pueblo abandonado. En esta segunda ocasión nos esperaba Víctor, un joven extraordinario, conocedor del entorno, pues abandonando el bullicio de la ciudad vivió allí, rodeado de silencio y naturaleza durante 11 años. Él nos mostró lo que queda del pueblo y una iglesia extraordinaria que pronto dejará de serlo.