Han pasado muchos años, pero aun conservo en un lugar preeminente de mis recuerdos los instantes vividos en la Noche de San Juan en San Pedro Manrique (Soria) durante su famoso, escalofriante y estremecedor Paso del Fuego. Me pasé varias horas sentado en el recinto donde se celebra porque quería seguir todo el proceso, desde el encendido de la pila de roble que se convertirá en brasas hasta el increíble paso de algunos vecinos sobre la alfombra roja e incandescente. Además, tuvimos la desgracia-suerte de que, en pleno acontecimiento, estallara una fuerte tormenta. Algunos pasadores cruzaron bajo una catarata de truenos y relámpagos y un diluvio de lluvia casi torrencial. Se suspendió el rito, pero los espectadores ya habíamos tenido la ocasión de disfrutar de algo insólito. Un vecino de San Pedro Manrique me confesó que, pese a su avanzada edad, era la primera vez que veía algo semejante: todos los elementos desatados sobre el tapete de ascuas que varios pasan descalzos con alguno de sus seres queridos a cuestas. La magia de la noche de San Juan. El misterio del solsticio de verano. Las leyendas, desde la canción del conde Olinos, que, para escucharla, hace detener a las aves y a los navegantes, hasta el sonido de las campanas de la iglesia sumergida en el Lago de Sanabria (Zamora) como castigo a la avaricia del pueblo de Valverde de Lucerna, pasando por las miles de hogueras que brillan en una noche, dicen que la más corta del año, dada a las ensoñaciones, a la búsqueda de esa verdad que está oculta, a las creencias y a los buenos deseos. ¡Ah, los buenos deseos! Mientras arden muebles y enseres viejos, lo ya inservible o pasado de moda, volcamos entre las llamas promesas, esperanzas, aspiraciones, como si empezara un año nuevo. Quizás quepa también preguntar y preguntarnos si no tendríamos que arrojar también al fuego, y asegurarnos de que se convierten en cenizas, la agresividad, el egoísmo, el odio al diferente, la discriminación, la miseria, las guerras. Nos haríamos un gran favor a nosotros mismos y a la Humanidad. Estoy seguro de que San Juan nos echaría una mano. Pero, claro, hay que pedírselo. Y pronto.