He tenido que leer dos veces el testimonio de Leire, condenada por la muerte de una persona en un accidente con el coche que ella conducía. Volvían de Castresana de Losa a Medina de Pomar, de las fiestas, tras doce horas de trabajo y varias de juerga posterior, cubatas y marihuana incluidas. Su mejor amiga, Raquel, salió despedida cuando el coche volcó. Se perdieron dos vidas: la física de Raquel y la psicológica de Leire.
Ahora cuenta su rehabilitación entrevistada en Diario de Burgos, el testimonio de una condena, el paso por Nanclares de Oca, otro accidente posterior al primero con el atropello de varias chicas y, finalmente, el abandono de las drogas y sus nuevos hábitos y su nueva vida. Ahora es madre. No poder dormir pensando en su mejor amiga muerta. No poder transitar por los lugares que fueron testigos de su vida antes del accidente.
Estos días están ocurriendo siniestros terribles en las carreteras de la Comunidad, con una cadencia insoportable. Una lista de fallecidos terrible y una desesperanza sin límites cuando analizamos las circunstancias de cada uno de ellos, el trasfondo de sus historias personales, el testimonio de sus allegados. Horrible.
Por eso me ha parecido especialmente útil el testimonio de Leire, que cuenta con detenimiento no sólo como el alcohol y las drogas contribuyen a la siniestralidad (ahora que se estudia la posibilidad de prohibir del todo el consumo de alcohol al volante) porque viene desde "el más allá": el después de un accidente. Es un "regalo" para quienes afortunadamente no hemos atravesado por una circunstancia semejante, porque nos explica lo que estamos en disposición de evitar con el dolor a flor de piel. El dolor de vivir con la carga de la pena.
Las carreteras están manifiestamente mejorables, algunas señalizaciones abandonadas, los trazados no siempre son los idóneos y los mantenimientos brillan por su ausencia. Pero todo eso debe suplirse por la prudencia y sobre todo la consciencia de que lo que Leire ha sufrido le puede ocurrir a cualquiera que no tenga cuidado.