Soy profesora. Y periodista. Y mamá. Sobre todo, en los últimos meses de lo que más he ejercido es de mamá. Como dicen mi alumnado de 3º de Primaria (un saludo desde aquí), «tienes tres trabajos, y el más cansado es el de cuidar de tus hijas». Pero también soy, y esto no lo sabe demasiada gente, investigadora. O, bueno, intento serlo. No es fácil compaginarlo con el resto de las facetas de mi vida, por eso, a diario, y parafraseando a Virginia Wolf, busco un horario propio para desarrollar mi trabajo de investigación.
La crianza es exigente. Y en esta sociedad patriarcal en la que vivimos, sigue recayendo en un porcentaje muy alto sobre las madres. Es una realidad, las estadísticas lo corroboran. En mi caso, tengo la inmensa fortuna de que mi horario laboral es totalmente compatible con atender a mis niñas. No delego en nadie excepto en casos muy puntuales. Tengo suerte, lo sé, pero también de vez en cuando me falta el tiempo para mí misma. Es algo que no te cuentan cuando te quedas embarazada: tu tiempo deja de pertenecerte y pasa a ser de la personita que está por llegar. Y es que nunca sabes en qué momento tu prole te va a requerir. Puede que sea mientras pasamos la tarde juntas. O puede que sea, precisamente, en ese ratito que habías pensado destinar a ti misma, robándole horas al sueño para ello.
A lo largo de los más de 9 meses de este curso escolar, he buscado ese horario propio a primera hora de la mañana, cuando todavía todos duermen. Y me he dedicado a trabajar en mi tesis doctoral, la cual, a día de hoy, no está en el punto que había previsto que estuviera, pero sí está avanzada, empezando a atisbar el final de la misma. Desde luego, está siendo un esfuerzo titánico, pero también me sirve para reconectar con mi yo más allá de trabajo y familia. Una versión de mí misma que, en ocasiones, parece enterrada por el barullo y las obligaciones de la rutina. Recuperando, gracias a esta hora escasa, la M de mujer escondida debajo de la M de mamá, como diría Laura Baena, del colectivo Malasmadres.
Mi tesis doctoral versa sobre el desarrollo de la competencia mediática desde el currículum formal. O, en cristiano, enseñar en el colegio a consumir los medios de comunicación -los nuevos, pero también los tradicionales, con perspectiva crítica. Y es algo en lo que creo firmemente, una necesidad docente que, bajo mi punto de vista, dotaría a la sociedad del futuro de recursos para hacer frente a la infoxicación, las fakes news, las corrientes de pensamiento únicas o los estereotipos, que tantas veces nos transmiten los mass media y que ni siquiera nos plantemos su veracidad. Y cuento esto porque uno de los motores de que cada madrugada me pongo un ratito delante del ordenador es esa confianza en el tema que investigo como motor de cambio social.
Ser mamá, profesora, periodista e investigadora son demasiadas caras para una sola moneda, y a veces todo el trabajo abruma. Pero también son los diversos caminos que me llevan a ser quien soy ahora mismo. Así que seguiré recorriéndolos todos a la vez, con más o menos ayuda según la etapa en la que me encuentre en cada momento, y tratando de respetar ese horario propio para que, al menos un rato al día, pueda concentrarme en nada más que en mi misma y la firme creencia de que mi humilde aportación al mundo de la educomunicación pueda ser de utilidad.